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Nota preliminar

¿a qué seguir, si no por pretenciosa la crítica… deja de ser

la ocupación aún más vana y más romántica que la literatura?

A. Oquendo

Inmersa y dispersa a lo largo de más cincuenta años en columnas periodísticas, suplementos de cultura y revistas académicas, concebida en forma de prólogos, conferencias, homenajes, respuestas a debates y encuestas, una parte significativa de la producción crítica de Abelardo Oquendo (1930-2018) —aquella vinculada exclusivamente a la literatura— aparece por primera vez reunida en este libro. Quien lea estos textos constatará rápidamente la voz de un crítico exigente y agudo, sensible y dispuesto a reconocer méritos y aciertos, así como deslices y omisiones, pues si hay algo que distinga mejor el oficio de Oquendo es el sentido de equilibrio que arrojan sus juicios, siempre resultado de una argumentación clara y efectiva, exhaustiva y profunda. Sin embargo, a pesar de ello —y diríase más bien con ello— la crítica de Oquendo está siempre a disposición del lector promedio, de aquel o aquella que se acerca a la literatura con un auténtico y vivo interés. En ese sentido, la suya estimula y reanima el interés por la lectura, tarea a la que, finalmente, se debe todo crítico.

No pretendo hacer un análisis de la producción aquí reunida, sino solo insinuar algunas observaciones. Como podrá constatar el lector, los textos seleccionados proceden de muy diversas fuentes: artículos periodísticos y reseñas publicados en diarios de los que Oquendo fue colaborador; revistas y suplementos culturales de vida efímera; publicaciones académicas, prólogos y notas preliminares a ediciones hoy inhallables; transcripciones de conferencias en las que se percibe una oralidad explícita y, finalmente, manuscritos cuyo propósito en algunos casos no llega a conocerse. Lo sorprendente de este variado y heterogéneo corpus es que acusa, a través de la plasticidad de una prosa fina y pulcra, una voluntad de estilo y, sobre todo, un rigor crítico pocas veces visto en nuestra literatura. Así, Oquendo se aboca al estudio de una diversidad de autores, pero también de géneros y registros que son reflejo a su vez de la heterogeneidad de nuestra literatura: su obra crítica opera a la manera de un espejo a través del cual vemos reflejada la diferencia a través del sofisticado instrumento de su mirada y nos entrega, de paso, una serie de valiosas piezas que se distinguen por su carácter inaugural como puede verse, por ejemplo, en «Sologuren: la poesía y la vida», artículo dedicado a la edición de Vida Continua de 1967 y publicado originalmente en Amaru —revista que dirigiera brillantemente Emilio Adolfo Westphalen en la segunda mitad de los años sesenta, proyecto en el que, además, Oquendo participó como redactor principal al lado de Blanca Varela—. En él, revela no solo agudeza en sus juicios sino intuición y sensibilidad, acierto que se confirmará más adelante, en 1971, en otro texto fundamental publicado en la revista Textual, con ocasión de la aparición de Contra Natura, de Rodolfo Hinostroza, en donde sintetiza los logros y limitaciones del libro:

Las dos actitudes básicas de este libro —la reflexión sobre el acontecer que afirma la condición viciosa de la civilización y la reflexión sobre las traicionadas virtualidades del ser, que auspicia la visión utópica— determinan las diferencias formales entre los grupos de poemas que responden a una u otra de esas actitudes. La naturaleza abstracta de muchos de los que pertenecen al segundo grupo —se ha visto ya— los hace aparecer fríamente expositivos y teóricos, descarnados junto a los del primero. Si se compara, por ejemplo, «Diálogo de un preso con un sordo» con la parte III de «Love’s Body», en donde se dan los mismos planteamientos temáticos básicos, se verá cómo la prioridad relativa alcanzada por las ideas en esa parte III da lugar a un tratamiento éticamente empobrecido y no más eficaz para la transmisión de las ideas. Solo parcialmente se obtiene, en los poemas destinados a exponer conocimiento, un grado de adecuación entre la formulación y lo formulado comparable a la de los poemas sobre el acontecer. Incluso el recurso a idiomas extranjeros y a imágenes o tonalidades de cierta intensidad lírica se percibe a veces como impuesto, pierde ese carácter de necesidad que brota de la comunión de significante y significado que exige la poesía. Esta aparece mediatizada, entonces, y la flexibilidad, esa espléndida soltura en el manejo del verso y de la lengua que tienen los primeros poemas del tomo, decae, sacrificada a la exposición de principios. Desde que tales principios no logran informar algunos textos poéticos, se fuerza a estos a informar sobre aquellos. La poesía, así, no es eso que dice, sino que se aproxima a un decir acerca de, a la prosa.

Otro hito importante en la trayectoria crítica de Oquendo lo constituyen sus «Apuntes proliferando alrededor de Ribeyro», extenso artículo escrito a raíz de la publicación de Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro, y que servirá de prólogo para la edición de Milla Batres de 1975. En él, incide en una convicción acerca del oficio del escritor que atraviesa muchos de sus textos y que reconoce no solo en el autor de La palabra del mudo sino, por ejemplo, en Luis Loayza, escritor con quien lo unió una amistad entrañable:

Si fuese necesario pensar en el escritor y buscarle un modelo entre los peruanos vivos habría dos posibilidades: Vargas Llosa y Ribeyro; dos formas distintas de asumir una vocación, de amar la literatura. La de Ribeyro no exige, no fuerza, no compite. Es un entregarse por completo y sin arma, cálculos ni pretensiones, llanamente como uno vive: sin remedio. Porque Ribeyro parece lo más alejado que pueda encontrarse de un profesional. Es decir, Ribeyro no ejerce la literatura, a la manera de la medicina o la administración de empresas, digamos; vive con ella, no por ni para ni, mucho menos de ella. Y tanto en este convivir (no matrimonio: unión libre) como en ese no profesar, hay una íntima resistencia a ser algo establecido, a asimilarse, a adaptarse, a «hacer carrera».

En cierta forma, a través de pasajes como el citado, Oquendo no solo asume su tarea como lector y crítico de la producción más significativa de su tiempo sino, además, postula una ética en torno a la creación literaria en un mundo en el que el valor de la literatura se ve sometido a los designios e intereses del mercado editorial, constatación que se funda en su vasta experiencia como editor de libros, director y colaborador de revistas culturales1. De aquí se desprende la importancia que Oquendo asigna a la autenticidad del ejercicio literario. Así, no lo veremos entusiasmarse ante la obra de escritores que publican rodeados de un engañoso aparato publicitario o cuyo camino a la fama ha sido de antemano labrado por un sector de la crítica, como ocurre en una reseña que dedica a la publicación de Cantar de ciegos, de Carlos Fuentes:

El que Fuentes figure en la primera línea de los narradores actuales de México; el que se le mencione entre los cultores representativos de la nueva novela latinoamericana, entre esa casi media docena de novelistas a partir de los cuales el entusiasmo de una crítica local, alborozada por las versiones a otras lenguas de esos autores, quiere proclamar una renovación y superación que solo algunos de ellos alcanzan, son factores que no condicen con la reseña que se acaba de hacer.

Así, a la complaciente y exaltada recepción de la que gozan los escritores consagrados, Oquendo opone el entusiasmo que le genera la aparición de un nuevo escritor peruano o la confirmación de un vaticinio:

Con tanta o más frescura que las páginas más frescas de Alfredo Bryce, con gracia no menos osada y sí más sana y vital que Pantaleón y las visitadoras, [Gregorio] Martínez (Nazca, 1942) es un escritor que sabe reír, respirar a pulmón pleno el aire de los campos, encantado de vivir pese a tener los ojos bien abiertos para ver cómo nos afea, ensucia, corrompe la vida la injusticia y otras torpezas humanas.

Riguroso, original y agudo en sus indagaciones, así como fiel a sus convicciones, el de Oquendo es, sin lugar a dudas, uno de los más lúcidos ejercicios críticos de nuestra literatura en la medida en que ilustra un modo de hacer, concebir —y amarla, sobre todo— que no deberían perder de vista las próximas generaciones.

***

Quiero expresar mi agradecimiento, en primer lugar, a la familia de Abelardo Oquendo: a su esposa Carmen Heraud y a sus hijos Claudia, Sergio, Patricia y, sobre todo, a mi entrañable amigo Abelardo Oquendo Heraud. Agradecer también a aquellos colegas que gentilmente facilitaron la inclusión de las entrevistas al autor en este volumen (Alonso Rabí, Dante Trujillo, entre otros) y, por último, a Mario Vargas Llosa, Mirko Lauer, Alonso Cueto y Peter Elmore cuyos testimonios han contribuido a recordar con mayor nitidez e intensidad la imagen de Abelardo Oquendo. Al aporte de todos ellos, finalmente, se debe este libro.

Alejandro Susti

Octubre, 2019

1 Como bien se sabe, en la trayectoria de Oquendo se resumen algunos de los proyectos editoriales más significativos de nuestras letras como la ya mencionada participación en la revista Amaru, la creación del sello editorial Mosca Azul en 1972 y la fundación y dirección de la revista Hueso húmero.

Abelardo Oquendo: la crítica literaria como creación

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