Читать книгу Jaulagrande - Guadalupe Faraj - Страница 11

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Aparece un ganso por el costado izquierdo y empieza a seguir la camioneta. Boris acerca la cabeza a la ventanilla, el animal corre y lo mira fijo, su plumaje es blanco, no hubiera imaginado que un ganso lograra esa velocidad con patas tan pequeñas. Tiene una mancha negra en el cuello con la forma de un corazón, de un puño. La camioneta acelera, el ganso desaparece.

El general Fresno maneja con la vista en el parabrisas. Hace unos días se enteró de que su destino sería Jaulagrande y desde ese entonces habla en voz baja, gesticula, no se lo puede oír. A Peggy le pasó lo contrario, habla en voz alta, consigo misma. Boris la escucha repetir Jaulagrande, Ofrenda, Caja. Pero su madre nunca da explicaciones. Sin embargo el chico supone que es algo a lo que hay que temer porque cuando ella dice esas palabras, su tono de voz decae y se queda mirando el piso como si le hubiera venido una imagen que no le gusta, una idea despreciable. Al rato Peggy mira a Fresno y se entusiasma, encuentra en su fisonomía alguna razón que la ordena, la magnetiza. Su madre lo confunde. Va de un estado de ánimo a otro, vive en dos lugares a pesar de habitar bases militares hace más de veinte años: adentro de una cueva y afuera de la cueva.

Otra vez el ganso. Toma velocidad y queda en la misma ubicación que Boris, abre el pico y él le ve algo parecido a un segundo pico que produce un sonido agudo. Boris se ríe, podría hacerse amigo del ganso, piensa.

—¡Qué grito! ¿Viste, Fresno? ¿Hace cuánto que no vemos uno de esos? —dice Peggy con la vista en la ventanilla—. ¡Con cuidado! Esto es un camino espantoso. Eso es lo que es.

—No más que el anterior —dice el general.

—Ni me lo digas, querido.

Jaulagrande

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