Читать книгу Jaulagrande - Guadalupe Faraj - Страница 17

7

Оглавление

Su padre fue destinado a Jaulagrande porque en cada base anterior hizo algo mal: mató a tiros un centenar de charatas, eludiendo la regla de no matar charatas a tiros. Recibió el castigo de Humillado cuando Boris se metió en un hueco y él no consiguió que saliera de ahí. El castigo de Sospechado cuando sacó a un superior de un pozo de mierda sin haber dejado claro si él mismo lo había tirado dentro. No obstante, en Jaulagrande su rango de general ha cobrado valor, se lo respeta como antes de que Boris naciera. A veces cree que su padre empezó a fallar por culpa suya, que él nació con el don de empeorar las cosas. Otras, que Fresno lo hace a propósito, que lo distrae para que él no llegue a conocer lo bueno del mundo.

Parece que van por un desierto. Cada tanto, Boris se topa con una viga de hierro que alumbra el paso de manera irregular. Por sectores también están los palos clavados en el piso, juntos componen una figura sin sentido que no bordea ni delimita nada. Arón abre la puerta del casino y los deja en una sala que tiene una mesa rectangular y tres sillas. Una de las paredes está ocupada en su totalidad por un cuadro negro, con un marco ancho y dorado. Boris se para enfrente. Las pinceladas oscuras se destacan por la luz que pasa a través de una cortina. Camina observando el lienzo con el cuerpo de costado como si fuera un cangrejo, uno de esos animalitos que solo vio en ilustraciones. Más allá de los relieves que dejó el pincel, no hay nada llamativo. Da media vuelta y avanza en la dirección opuesta. Quiere encontrar un indicio que le hable de lo que hay debajo de la pintura negra. Un mapa con ciudades o países desconocidos, pero no los que estudia su padre: papeles gastados con círculos en bases y ríos secos.

La mesa está servida, Peggy y Fresno ubicados en las sillas. Boris se acerca. Peggy revuelve la comida haciendo círculos con el tenedor, por momentos lo apunta al aire, como si fuera a dar una bendición. Luego golpea el plato. Podría ponerse a hablar, pero si lo hace corre peligro de encarar pendiente abajo y no frenar. Le llevó toda la tarde componerse del llanto en la camioneta, tiene que reprimir las ganas de decirle a su marido que se está comportando igual que un cabo raso, siendo general. ¿Por qué hay que dormir en el casino de oficiales si está la casa? Fresno no insiste porque piensa en clave de guerra: a nadie se le ocurriría decir que una trinchera es incómoda o que no puede dormir en un catre. Por cosas así lo odia. El amoníaco la está dejando tonta, es como si alguien le hubiera abierto una zanja en la cabeza y le entraran pensamientos nuevos: se está cansando de seguir a Fresno. Los llevó a este páramo que tranquilamente podría ser el lugar de los muertos. Mira a su hijo. Boris no va a sacarle la vista de encima hasta que ella se meta la carne de charata en la boca. Sobre la pared que tiene enfrente está el cuadro negro. ¿Qué pasa, hijo?, quiere decirle. No tengo ganas de comer esta inmundicia, tampoco tengo amor para vos. Apenas me alcanza el cuerpo para sostenerme. Eso le diría. ¿Por qué no se le había ocurrido? Acaso la cercanía con la muerte le traiga ideas reveladoras. Si no quiere comer, no va a comer. Si quiere ponerse el plato de sombrero, si quiere pararse y saltar arriba de la mesa. ¿Qué? Eso es. Deja caer los hombros, respira, le cabe más aire. Por supuesto, no tiene obligación de querer a su hijo, que Boris se las arregle igual que ella. Ninguna obligación. Nunca alguien se tomó el trabajo de explicarle cómo son las cosas, tuvo que sacar sus conclusiones: es libre de hacer lo que se le dé la gana. Peggy no sabe si lo que acaba de descubrir la emociona o la entristece, de nuevo se le cierra la garganta. No importa, la duda le limpia los pensamientos y eso le parece bien.

—¡Qué insoportable, Peggy! ¡Dejá de golpear el plato con el tenedor, Peggy!

—Querido, no me había dado cuenta.

—¡Estás golpeando el plato hace diez minutos! —dice Fresno limpiándose los labios con una servilleta.

Peggy junta arvejas, se las lleva a la boca, mastica y traga, mastica y traga. Come la porción de charata, y piensa que que que . Lo que hasta hace un momento le parecía un espanto, ahora le resulta una liviandad tonta: puede no querer al hijo. Puede dormir en un catre. Puede meterse en una caja.

Jaulagrande

Подняться наверх