Читать книгу Jaulagrande - Guadalupe Faraj - Страница 16

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Están frente al aserradero, un galpón con paredes de chapa acanalada. Las virutas negras vuelven el aire espeso, más denso para respirar. Hay soldados trabajando pero la imagen es borrosa, como si se movieran detrás de algo empañado, a Peggy le cuesta entender qué es lo que está haciendo cada uno. Le duelen las piernas y no concibe que Fresno esté ligero como si acabara de levantarse, que siga enérgico y avance como si nada. Los soldados lo saludan con la venia. Unos cortan madera, otros lijan, hay una mujer que barre el piso. Hay soldados que trabajan alrededor de una caja oscura de varios metros, que se levanta entre el aserrín. El general hace cálculos, pasa una mano cerca de la caja con un movimiento refinado, no la toca. Tampoco mira a Peggy y eso a ella la alivia: una posibilidad es que no esté pensando en meterla dentro. En ese caso ella, automáticamente, dejaría de ser lo más importante para él. Pero seguiría viva. Es algo en lo que todavía no puede pensar sin que se le atolle la cabeza o se le haga un nudo en el estómago: darle o no su vida a Fresno. Ser la ofrenda. No sabe qué quiere y, en caso de saberlo, ¿qué elegiría? El mundo militar incluía el riesgo de terminar siendo una ofrenda: el que hace las cosas bien asciende, el que las hace mal termina en Jaulagrande, decía Fresno tomándola por la cintura: él nunca se entregaría a la segunda opción. Pero ahí están. Peggy va hasta la caja, tiene la sensación de que la madera vive, le nota cierto movimiento, una continua ondulación. Busca la mirada de Fresno, él sigue concentrado, haciendo cálculos. Está segura de que la caja la está invitando a entrar. Da un paso adelante, pero antes de poner un pie en el piso siente un sacudón en el cuerpo, un grito de Fresno, que la toma de la ropa y la tira hacia atrás con fuerza. Le prohíbe entrar a la caja.

Jaulagrande

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