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El suministro de electricidad se opera desde la base superior. Los alumbrados son vigas de hierro gris con una luz colgada en el extremo. Están encendidos de día y de noche, aunque la tensión es tan irregular como la hilera de palos negros que está siguiendo Fresno. Los habitantes de la base saben que cuando un alumbrado se apaga, no volverá a encenderse. Los palos fueron ubicados de manera caprichosa, a dos metros de distancia, a cinco metros o cincuenta centímetros. Se ven grupos de mujeres que cruzan la zona de casas grises, por los jardines. La familia va arriba de la camioneta, cada uno absorto a su modo. Peggy se tapa la nariz con dos dedos en forma de pinza, su vista sigue el movimiento de la camioneta, el camino que deja atrás. Boris tiene el estómago revuelto y se agarra la panza. El general no se inmuta, se muestra indiferente aunque el olor principal le repugne y los gansos no paren de chillar.

Al final los espera Arón, un soldado flaco con cara alargada, al que Boris le ve perfil de pájaro. Los hace bajar de la camioneta, saluda al general y Boris nota cómo el soldado mira a Fresno, son dos segundos en los que su padre siempre consigue cautivar al otro, así le pasa a él. Luego Arón da media vuelta y avanza mirando el suelo como si llevara peso en la nuca.

La base ocupa cien hectáreas. Las casas que acaban de ver pertenecen a los suboficiales y sus mujeres. Al estar cerca de la Laguna Vieja, el olor a baño se vuelve inmundo. Son casas chicas en contraste con la que será destinada a Fresno, una de dos plantas que recién podrán ocupar al día siguiente. Hay un polígono de tiro de forma circular y una plaza de armas con una torre. Desde allí se consigue una perspectiva completa de Jaulagrande.

Será por los alumbrados que no terminan de encenderse o apagarse, el olor a pis, el graznido de los gansos, que Peggy entra en un estado somnoliento, su cuerpo se debilita a medida que pasan las horas, está un poco dormida. En ningún momento amagan a visitar la casa para tomar un vaso de agua o recostarse. Se lo diría a Fresno, al menos podrían descansar cinco minutos, pero después del grito que él le pegó en la camioneta, prefiere callarse. Avanza detrás de él, que a su vez camina detrás del soldado flaco al que las piernas se le mueven como piolas. Boris es el último, tose y mira a los costados, parece perdido.

Jaulagrande

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