Читать книгу Jaulagrande - Guadalupe Faraj - Страница 13

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Boris se echa en el asiento de atrás. Su madre dejó de llorar, se da vuelta y le guiña un ojo, un simple guiño de ojos como si le estuviera diciendo: en este ratito en el que mi mente está tranquila, yo te quiero, te tengo en cuenta, hijo. Boris sonríe, es automático. No está contento. ¿Por qué tiene que imaginar las cosas en lugar de verlas? Debe haber una parte de mundo reservada para él, una que no se esté apagando. Si en este momento le dijera a su madre, vámonos, veamos qué hay afuera, ella cambiaría el gesto de pronto, lo miraría confundida como si acabara de caer una piedra enorme. Lo único que Peggy tiene en la cabeza es complacer a Fresno, aunque no sea en un sentido completo, porque no siempre lo consiente, a veces lo maldice. Si Boris lo piensa dos veces, irse con ella sería cargar una bolsa pesada como un muerto. Nadie puede con las chifladuras de una madre. El amoníaco vuelve, es un hilo frío que se mete en la nariz. Están bordeando el muro de cemento que separa la base de todo lo demás.

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