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Tercera Parte

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Por la Cadena Nacional de Radio y Televisión transmiten la ceremonia de juramento del nuevo presidente constitucional de la República Argentina. Es el 25 de mayo del 2003 y Eduardo mira atentamente la ceremonia mientras toma mate con Victoria, su hija menor de ocho años. Victoria es una niña muy simpática e inteligente. El teléfono celeste suena y con desgano Eduardo atiende. Es su colega del Departamento de Antropología de la Universidad de Cuyo quien le da una buena noticia: el eminente antropólogo español, Javier Pujol, ha aceptado la invitación para realizar una excavación en los cerros de la provincia, junto a estudiantes de grado de la universidad. El Profesor Javier Pujol llegará desde Madrid a Jujuy en una semana con su esposa.

Eduardo tiene unos cuarenta años, es de tez morena y estatura mediana. Conserva el cabello prolijo; su conversación es agradable, pausada y amena. Como director del Departamento de Antropología, Eduardo está muy contento con la noticia que le acaban de dar. Cuelga el teléfono y comienza inmediatamente a pensar en la multitud de preparativos que deben hacer para recibir a los invitados extranjeros.

Victoria, tiene un hermanito un par de años mayor que ella, a quien en la familia le llaman “Rafa”. Eduardo, es divorciado desde hace unos pocos años y recibe a los niños todos los días, aunque ellos viven con su madre, no muy lejos de allí.

La cómoda vivienda de estilo colonial en las afueras de la ciudad es donde Eduardo piensa alojar a los visitantes extranjeros. Tiene allí un cómodo departamento independiente y anexo a la casa principal, adyacente a un bonito jardín, con plantas autóctonas y, que comunica ambas viviendas.

La casa principal donde vive Eduardo es amplia, con una gran sala de estar con vista hacia el jardín. También hay una cocina mediana, una sala de televisión/biblioteca de buen tamaño y un estudio donde Eduardo se ocupa de sus proyectos. En la sala de estar pueden verse sobre una repisa, caracoles, fósiles y una multitud de parafernalia. También hay allí una foto a color finamente enmarcada y tomada en Córdoba, donde Eduardo posa sonriente con un matrimonio de mediana edad, el señor y la señora Rivas, padres de Rafael Rivas, o “Rafa”, como lo recuerda Eduardo.

Contigua a la foto de la familia Rivas y en una sobria placa metálica, se ve una foto del Crucero A.R.A General Belgrano, sus tripulantes y oficialidad con sus impecables uniformes blancos y con el siguiente escrito dirigido: “Al conscripto Eduardo Sosa, clase 1962 en reconocimiento al valor, integridad y humanidad demostrados en el conflicto de las Malvinas, con el afecto especial de todos sus compañeros de la balsa 21ª, Crucero General Belgrano”

El vuelo del Profesor Pujol y de su esposa llegó a tiempo y una delegación de la universidad ya se encontraba en el aeropuerto para darles la bienvenida. El Profesor Pujol –antropólogo de la Universidad Complutense- es alto y delgado; tiene una mirada profunda y sincera. Su esposa es una mujer muy agradable de algo más de sesenta años, quien viste con elegancia y pulcritud. La señora Pujol es buena conversadora y le gusta sacar fotografías.

Al llegar a la casa de Eduardo, después de un agradable viaje en automóvil desde el aeropuerto, ambos huéspedes se sintieron muy contentos de poder estar en Jujuy y agradecieron efusivamente el alojamiento ofrecido por Eduardo. Esa noche serían objeto de una recepción y al día siguiente tendrían un horario completo de actividades y reuniones con los estudiantes de grado que participarían de las excavaciones. La aventura del Profesor Javier Pujol y de su esposa está a punto de comenzar.

La primera jornada de reuniones en el Departamento de Antropología fue muy productiva para todos. Al regresar por la tarde, la señora Pujol encontró a Victoria en el jardín pintando con acuarelas. “¡Qué bonito lo que pintas maja!” -Exclamó la señora Pujol entusiasmada y con un inconfundible acento madrileño- “¿Puedo pintar contigo?” Victoria sonrió y rápidamente le entregó una hoja de papel con un pincel junto a las acuarelas. Ambas comenzaron a pintar flores sentadas en silencio en los sillones del jardín y muy ensimismadas en sus obras. De pronto, Victoria -con total candidez- le preguntó a la señora Pujol: “¿Y vos tenés hijos?” La señora Pujol adquirió repentinamente un tono sombrío y después de una pausa, dejando de pintar, se sentó al lado de Victoria, colocó las acuarelas y el papel de Victoria sobre la mesa, le tomó las manos y mirándola fijo a los ojos le preguntó: “¿Me prometes Victoria, que lo que yo te cuente no se lo contarás nunca a nadie?” Victoria quedó sorprendida y preguntó a su vez: “¿A nadie?” La señora Pujol respondió: “Sí, a nadie, esto debe quedar entre nosotras ¿Vale?” La niña asintió un poco asustada por la repentina transformación en el rostro de la señora Pujol. “Verás mi niña” -comenzó a relatar la señora Pujol- “A veces es difícil contar cosas que duelen, pero tú eres mi amiga, tal vez la única amiga que tengo en este momento…éramos una familia bastante feliz, y digo ‘bastante’ porque la felicidad nunca parece ser completa…teníamos dinero para pasarla bien y nos dábamos gustos caros. Mucho antes de que tú nacieras, mis hijos fallecieron trágicamente en el mismo año…” Victoria a pesar de su corta edad percibió el dolor profundo de su amiga y le dijo con ternura: “Bueno, yo no quiero que te pongas triste, sólo quiero que seamos buenas amigas y que nos contemos cosas lindas”. La señora Pujol, con lágrimas en los ojos, la abrazó y la besó fuertemente. Después de unos momentos Victoria -mirándola fijamente en sus ojos- le dijo: “Entonces quiero que vos también me prometas algo”. Hizo una breve pausa y continuó. “Quiero que me prometas que después de que te regreses a España, un día volverás a mi casa a quedarte conmigo”. La señora Pujol asintió con una leve sonrisa. Victoria entonces sacó del bolsillo del guardapolvo un alfajor regional que no había comido durante el recreo escolar. Partió con sus manitas el alfajor y le entregó una mitad a la señora Pujol. Entonces ambas comieron ese alfajor en silencio -y felices en la mutua compañía- dejando que las migas del alfajor compartido se les cayesen en la ropa, sin que esto les importase en lo más mínimo.

Al día siguiente, Eduardo llegó a su casa un poco tarde cuando ya era de noche. Al entrar en la casa, notó algo raro en el ambiente. Percibió una calma sospechosa e intuyó rápidamente la posibilidad de que hubiesen entrado ladrones y, que todavía pudiesen estar dentro de la casa ocultos en algún rincón. Recordó el robo del que fue víctima dos años antes y los mensajes de la policía alertando a los vecinos sobre posibles robos en el vecindario. Eduardo también observó -preocupado- la ventana entreabierta de la cocina (que estaba seguro de haber cerrado perfectamente por la mañana) La adrenalina le hizo buscar un arma que guardaba en un cajón del escritorio de su estudio. Salió de allí sigilosamente y se dirigió a la sala de estar totalmente en penumbras, sólo el resplandor de la luna nueva iluminaba pobremente la sala de estar. Creyó escuchar leves ruidos extraños que venían de la sala de la televisión cuyas puertas estaban cerradas. Su dedo crispó el gatillo y colocando su espalda contra la pared caminó sigilosamente en dicha dirección. De pronto, se encendieron las luces, se abrieron de par en par las puertas de la salita y allí aparecieron Victoria y Rafa llevando una torta de chocolate. También estaban allí el Profesor Pujol y su esposa, los docentes y los alumnos de grado del Departamento de Antropología quienes comenzaron a entonar un “que los cumplas feliz…” Eduardo, con rápidos reflejos, ocultó el arma debajo de unos almohadones y boquiabierto era la imagen del desconcierto y del bochorno: “¡Che, esto es maravilloso! De veras, ¡muchas gracias!, ¡muchas gracias! Y agregó, con alguna lagrimita que no pudo ocultar: “La última vez que tuve un cumpleaños tan emotivo fue en una balsa, hace muchos años y en medio del Atlántico Sur…esta sorpresa es… ¡Mucho más hermosa!”. Entonces, Victoria se acercó con un paquete cuidadosamente envuelto en papel de regalo: “Esto es para vos papi, feliz cumple, lo hice yo papi, mi amiga me enseño algunos trucos pero lo pinté yo” -dice la niña orgullosamente- Rafa también se acerca con una bandeja de alfajores regionales a modo de regalo que él mismo ha horneado siguiendo las instrucciones de la señora Pujol, quien ha aprendido la receta de una revista de cocina local.

Las semanas pasaron rápido. El proyecto y las excavaciones avanzaron tal como estaba previsto. En los últimos días de la estadía del matrimonio Pujol, Victoria presintiendo una partida inminente, se quedaba hasta tarde en las clases de pintura. También en esos días la señora Pujol se ocupó de cocinar algunos platos especiales para la familia Sosa, incluyendo una deliciosa paella a la valenciana que Eduardo devoró con placer indisimulado. Otro día, la señora Pujol llevó a los niños al centro. Fueron a un parque de diversiones, almorzaron en un restaurante típico y luego entraron de compras en una tienda donde Victoria eligió un bonito vestido y Rafa, una mochila, para sus campamentos con los exploradores. El día anterior a la partida del matrimonio Pujol a España, Victoria entregó a la señora Pujol un regalo que había completado en la escuela: un dibujo pintado con acuarelas del momento en el que el General Belgrano iza la bandera -por primera vez- en las barrancas del Río Paraná. En una tarjetita Victoria escribió con lápiz azul: “Para mi querida amiga y maestra de acuarelas con mucho amor de Victoria”. En letra pequeña a modo de post scriptum se puede leer: “Y no te olvides de la promesa que me hiciste”.

Victoria

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