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“Ya no sos mi Margarita…¡Ahora te llaman Margot!” Tango Margot, Celedonio Flores(*)

A José siempre le gustaron las rubias de ojos claros. Caminaba cansinamente, mascullando la razón de esta obsesiva idea. Recién había salido de su alojamiento con una familia de clase media en un suburbio de París, y se encaminaba por calles grises e insípidas, con grandes complejos habitacionales a ambos lados de la calle, para así llegar a la parada del autobús distante a unas cinco cuadras de allí. El mes de febrero estaba por concluir, y faltaban no muchas semanas para terminar su intercambio estudiantil, que incluía clases en un colegio secundario, donde mejoraba sus conocimientos del francés, y donde además asistía a clases regulares del último semestre de la secundaria. Los organizadores del programa lo habían ubicado con una familia que le proveía el alojamiento y las comidas.

Habían pasado unas cuantas semanas de su llegada a París desde su ciudad natal de Pigüé, Provincia de Buenos Aires, en Argentina. José había ganado una beca del Rotary Club para un intercambio estudiantil en Francia y por esta afortunada circunstancia estaba allí caminando esas largas cuadras y soñando con conocer a una rubia francesa y de ojos claros igualita -en lo posible- a la foto de Catherine Deneuve, la actriz de cine preferida de su madre (y secretamente también de su padre) cuya foto estaba colocada en la sala de estar de su casa. Desafortunadamente, a sus dieciocho años recién cumplidos, y después de casi nueve semanas de estadía en París, aún no había podido conocer a una chica francesa que fuese rubia y de ojos claros.

José había perdido a su padre cuando era un niño de apenas siete años. Miguel Hernández, su padre, había sido un hacendado robusto, generoso y autoritario. Era propietario de una relativa fortuna, amante del campo, de su gente y del folklore nacional. Su madre había insistido, en que al nacer el niño se llamaría Maurice, en honor a su bisabuelo, un inmigrante francés de la provincia de Rouergue en la región administrativa de Occitania en Francia. La opinión del padre se impuso finalmente, y el niño fue bautizado José Hernández, así a secas, en honor al autor del Martín Fierro, tal como su padre había determinado.

Su madre Ivonne Leroux, era una viuda bonita y aún joven, nieta de inmigrantes franceses, y educada en escuelas francesas de Buenos Aires. En la casa había pinturas, fotos, y recuerdos de Francia en las paredes y en vitrinas: el museo del Louvre, la Basílica de Nuestra Señora, fotos de viajes del matrimonio tomadas en la Torre Eiffel, en el Río Sena y multitud de parafernalia francesa por doquier.

Mientras caminaba hacia la parada del autobús, José recordó que, en el año 2015 para celebrar la adhesión de Argentina como Estado Miembro Observador de la Francophonie, se llevó a cabo una ceremonia en la Alianza Francesa de Buenos Aires. Su mamá fue invitada especialmente por el Consulado de Francia y dio una charla sobre un trabajo titulado: “El omelette francés más grande del mundo”.

El recuerdo de la participación de su mamá en esos eventos de la Alianza Francesa llenaba a José de un gran orgullo...pero él ya extrañaba su ciudad y su gente a quienes imaginaba disfrutando del verano en las lagunas y en las sierras de la zona. Recordaba con alegría la fiesta del aniversario de la ciudad el pasado 4 de diciembre y el gigantesco omelette preparado por unos diez cocineros con una suerte de rastrillos de madera, en una enorme sartén de cuatro metros y medio de diámetro, utilizando miles de huevos de gallina, cantidades copiosas de quesos artesanales de la región, y todo esto calentado por un fuego de leña preparado por un equipo de tres peones de campo. A esta fiesta tradicional asistió todo el poblado de Pigüé y otros pueblos de la región y aún personas venidas de provincias distantes como Mendoza. Esta festividad celebraba la presencia y los aportes de la comunidad inmigrante francesa a la ciudad y a la zona.

Inicialmente, unas cuarenta familias llegaron a la Argentina desde la región de Occitania, hacia fines del siglo XIX y fundaron en 1884 la población de Pigüe como una colonia francesa. Muchas otras familias inmigrantes de Francia llegaron más tarde y así la zona se convirtió en un terruño francés en las pampas argentinas.

José había encontrado poca sintonía entre los estudiantes de ese colegio de un suburbio parisino con un alto porcentaje de inmigrantes provenientes de muchos países, que no se comunicaban frecuentemente en francés sino en una multitud de idiomas vernáculos totalmente desconocidos para él. Peor aún, ni siquiera había logrado conocer a una muchacha francesa que fuese rubia y de ojos claros. Y además, el tiempo apremiaba, ya que dentro de breve debía regresar a Pigüé. Esto le crispaba los nervios: al llegar a Pigüé ya no podría decirle a su madre que había conocido a una bella francesita, rubia de ojos claros y que ambos se amaban profundamente.

Entonces, ocurrió el milagro.

José llegó a la parada del autobús a las 7:30 de la mañana el martes después de caminar esas interminables cinco cuadras bajo un cielo gris. Ella ya estaba allí. Notó su perfecta estilizada figura, sus pantalones elegantes, la delicada blusa y, por supuesto, sus ojos claros. Se sonrojó levemente cuando los otros -quienes también esperaban el autobús- parecieron darse cuenta de que José la observaba discretamente. El autobús llegó puntualmente a la parada a las 7:36 de la mañana.

Al día siguiente José llegó a la parada del autobús un poco más temprano que de costumbre. Ella estaba ahí. Tratando de no parecer demasiado interesado, la observó furtivamente mientras otras dos personas -que también esperaban el autobús- parecían distraídas. Esta vez su mirada, transparente y clara, perdida en la distancia, lo sedujo hacia campos rebosantes de jugosas fresas y praderas con girasoles radiantes de energía. Sus labios entreabiertos parecían comenzar a entonar los versos de un melancólico tango. Allí mismo decidió que el nombre de la muchacha sería “Margot”.

Aquella noche José soñó con ella y con sus labios exploró las manos de Margot y se deleitó con el sabor de su dulce piel. Margot también pareció haberle susurrado algo en francés que José no pudo o no supo entender.

El jueves se dio cuenta de que estaba locamente enamorado de Margot. Se preguntó si las otras personas que esperaban el autobús se habrían dado cuenta y si tendría el coraje de hablarle en algún momento. José notó los cabellos rubios de Margot que descansaban con gracia sobre sus hombros. Se deleitó en su fragancia, sintió deseos por ella y se dejó llevar hacia los más eróticos pensamientos que un joven puede atesorar en un corazón palpitante. Allí mismo decidió que Margot sería la madre de su hijo.

Antes de que llegase el autobús, José la miró furtivamente una vez más, y leyó el mensaje del anuncio publicitario de un banco, en el cual la imagen de Margot estaba impresa en tamaño natural: “A VOTRE SERVICE TOUS LES SERVICES DE LA BANQUE NATIONALE DE PARIS”

Ese día el autobús de José también llegó puntualmente a la parada. Eran las 7:36 de la mañana.

(*) Celedonio Flores, (Buenos Aires 1898-1947) Poeta argentino de una gran sensibilidad, muy popular letrista de tangos y frecuentador de la bohemia porteña. Este cuento fue inicialmente publicado en la antología Destello de Dos Naciones (2018).

Victoria

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