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El salón de las voces perdidas

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Hay otros aspectos sobre los efectos de la tecnología de la comunicación que es importante destacar. Vivimos en una época en la que la velocidad se ha convertido en la seña de identidad histórica y global, que determina la casi totalidad de las acciones humanas. La sociedad de la impaciencia podría ser el modo de nombrar la característica de nuestro tiempo. WhatsApp, la aplicación de mensajería instantánea más utilizada en todo el mundo, hace ya tiempo que incorporó la opción de que el usuario pueda ocultar la hora a la que se ha conectado por última vez, o si ha leído los mensajes. Cuando la expectativa de respuesta inmediata no se ve cumplida, eso puede ser motivo de ofensa, sentimiento de desamor y disputa. El texto escrito va progresivamente sustituyendo a la voz. En las aplicaciones de citas los interlocutores generalmente se conectan por primera vez mediante mensajes escritos y así suelen continuar. Se seducen, se aman, se excitan, se pelean, incluso rompen por escrito.

La propia lengua inglesa ha producido un desplazamiento semántico. El sustantivo chat, que significa «charla», ha derivado su uso en el entorno cibernético al intercambio de mensajes escritos. La voz implica un compromiso mayor, en el que muchas personas —y en especial las jóvenes generaciones— no desean implicarse. La voz pone en juego no solo el significado aparente de un mensaje, sino que también revela algo mucho más esencial: da el tono emocional, modula el contenido de lo que se comunica, al punto de que puede entrar en franca contradicción. La voz nos entrega lo que se dice y el cómo se dice, pero también transmite lo que no se dice. La voz apunta a una verdad del mensaje que está más allá de las palabras, que no se capta en la literalidad del sentido. Es por ello que la tecnología, cuyas ventajas se promocionan invocando el ideal de la proximidad, puede al mismo tiempo producir el efecto contrario. Esto se percibe incluso en el empleo de sistemas más completos como la comunicación mediante videoconferencia. Desde luego que no pondremos en discusión que se trata de un prodigio técnico que ha cambiado nuestra vida y que desde un punto de vista ha acortado la distancia, ha traído a la presencia la imagen y la voz del ausente, ha hecho posible que los negocios, la educación, el amor, el sexo, las relaciones familiares, salven la dimensión del espacio-tiempo. El problema comienza cuando se desdibujan las diferencias entre la vida real y la videoconferencia, cuando la realidad empieza a funcionar como un videojuego, cuando los sujetos se deslizan subrepticiamente hacia la pérdida de sus facultades para soportar la existencia ordinaria.

Realidad virtual, realidad aumentada, realidad holográfica, ponen de manifiesto que el ser humano no ha podido ni podrá jamás soportar su vida sin el auxilio de un artificio (simbólico, imaginario o real) que lo separe de su mísera existencia, empujada hacia la deriva de la incertidumbre. James Poniewozik hacía una impactante observación en una reseña de la keynote realizada por la compañía Apple con motivo del lanzamiento de sus últimos modelos de iPhone, cuando en la gigantesca pantalla de la sede de Cupertino se mostró la fotografía de un cielo estrellado:

El cielo de ese iPhone se ve mucho mejor que el cielo corriente que veo con mis ojos humanos corrientes… Si la publicidad alguna vez nos dijo: Todo va mejor con Coca-Cola, este evento nos dice: Todo luce mejor con Apple13.

Inconsciente 3.0

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