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El Bentley estaba esperándolo en la pista. En el momento en que Myron bajaba por la escalerilla, se abrió la puerta trasera y salió Win.

Myron aceleró el paso; tenía los ojos anegados en lágrimas. Cuando por fin llegó a tres metros de su amigo se detuvo, parpadeó y sonrió.

—Myron.

—Win.

Win suspiró.

—Vas a montarme una escena, ¿no?

—¿Qué es la vida sin escenas?

Win asintió. Myron dio un paso adelante y ambos hombres se fundieron en un gran abrazo, cada uno agarrado al otro como si sus vidas dependieran de ello.

Mientras lo estrechaba, Myron dijo:

—Tengo un millón de preguntas.

—Y no voy a responderlas. —Ambos se soltaron—. Centrémonos en Rhys y Patrick.

—Por supuesto.

Win le indicó a Myron que pasara al asiento de atrás. Myron lo hizo, y se deslizó hasta el fondo para dejarle sitio. El Bentley era negro y de tipo limusina. El cristal que los separaba del conductor estaba cerrado. Solo había dos asientos, mucho espacio para las piernas y un mueble bar bien provisto. La mayoría de las limusinas tienen más asientos. Win no veía la necesidad.

—¿Una copa? —ofreció Win.

—No, gracias.

El coche se puso en marcha. Mee estaba junto a la puerta del avión. Win bajó la ventanilla y la saludó con la mano. Ella le devolvió el saludo. El gesto de Win era algo melancólico. Myron se quedó mirando a su amigo, su mejor amigo desde su primer año en la Universidad de Duke, con miedo de dejar de mirarlo por si volvía a desvanecerse.

—Tiene un trasero imponente, ¿no te parece? —dijo Win.

—Ajá. ¿Win?

—¿Sí?

—¿Has estado en Londres todo este tiempo?

—No —respondió él, sin dejar de mirar por la ventana.

—Entonces ¿dónde?

—En muchos lugares.

—Me han llegado rumores.

—Sí.

—Decían que estabas en la cárcel.

—Lo sé.

—¿No era cierto?

—No, Myron, no era cierto. Esos rumores los difundí yo.

—¿Por qué?

—Ya llegaremos a eso. Ahora tenemos que centrarnos en Patrick y Rhys.

—Decías que has visto a Patrick.

—Eso creo, sí.

—¿Eso crees?

—Patrick tenía seis años cuando desapareció —dijo Win—. Ahora tendría dieciséis.

—Así que no ha habido modo de identificarlo a ciencia cierta.

—Correcto.

—De modo que has visto a alguien que crees que era Patrick.

—Correcto otra vez.

—¿Y luego?

—Y luego lo perdí.

Myron se recostó en el asiento.

—Eso te sorprende —dijo Win.

—Pues sí.

—Estás pensando: «No es tu estilo».

—Exactamente.

—Calculé mal —añadió Win, y asintió—. Ha habido daños colaterales.

Tratándose de Win, eso no era nada bueno.

—¿Cuántos?

—Será mejor que pulsemos el botón de rebobinar. —Win metió la mano en el bolsillo de su traje y sacó un trozo de papel—. Lee esto.

Le dio lo que parecía un correo electrónico impreso. Iba dirigido a la cuenta personal de Win. Myron había enviado media docena de mensajes a esa dirección a lo largo del año anterior. No había obtenido respuesta. El remitente era un tal anon5939413. Decía:

Estás buscando a Rhys Baldwin y a Patrick Moore. La mayor parte de los últimos diez años han estado juntos, pero no siempre. Los han separado al menos tres veces. Ahora vuelven a estar juntos.

Son libres de irse, pero quizá no se vayan contigo. Ya no son quienes tú crees que son. Tampoco son los que recuerdan sus familias. Quizá no te guste lo que encuentres. Aquí es donde están. Olvídate del dinero de la recompensa. Un día te pediré un favor.

Ninguno de los dos recuerda gran cosa de su vida anterior. Ten paciencia con ellos.

Myron sintió un escalofrío en la espalda.

—Supongo que habrás intentado descubrir de dónde ha salido el correo, ¿no?

Win asintió.

—Y supongo que sin resultados.

—Ha salido de una VPN— informó Win—. No hay modo de determinar de dónde ha salido ni quién lo ha escrito.

Myron volvió a leerlo.

—Ese último párrafo...

—Sí, ya sé.

—Tiene algo.

—Un aire de autenticidad —dijo Win.

—Y por eso te lo has tomado en serio.

—Sí.

—¿Y esta dirección que indican? —preguntó Myron.

—Es una zona bastante limitada de Londres, pero sórdida, bajo un viaducto, donde tienen lugar todo tipo de transacciones ilegales. Rastreé el lugar.

—Ya.

—Y me encontré con alguien que se parece mucho a esas imágenes obtenidas con el simulador de edad.

—¿Cuándo?

—Más o menos una hora antes de llamarte.

—¿Lo oíste hablar?

—¿Cómo?

—¿Dijo algo? Podría servir para determinar mejor su identidad. Quizá tuviera acento estadounidense.

—No lo oí hablar —reconoció Win—. Tampoco lo sabemos. Quizá lleve aquí toda su vida, en estas calles.

Silencio.

Luego Myron repitió:

—Toda su vida.

—Sí. No sirve de nada pensarlo mucho.

—Así que viste a Patrick. Y luego, ¿qué?

—Esperé.

Myron asintió.

—Esperabas a que apareciera Rhys.

—Sí.

—¿Y luego?

—Tres hombres que no parecían nada contentos con Patrick lo atacaron.

—¿Y los detuviste?

En los labios de Win apareció por primera vez una sonrisa.

—Suelo hacer esas cosas. Ya sabes.

Así era.

—¿Y... los tres? —preguntó Myron.

Win sonrió y se encogió de hombros. Myron cerró los ojos.

—Esos tipos eran matones de la peor calaña —dijo Win—. Nadie los echará de menos.

—¿Fue en defensa propia?

—Sí. Bueno, digamos que sí. ¿De verdad nos vamos a poner a analizar mis métodos ahora, Myron?

Tenía razón.

—¿Y qué pasó entonces?

—Mientras yo estaba ocupado con los matones, Patrick huyó. La última vez que lo vi se dirigía a la estación de King’s Cross. Poco después te llamé para pedirte ayuda.

Myron volvió a recostarse en el asiento. Se acercaban al puente de Westminster y al Támesis. El London Eye, básicamente una noria que se movía a un ritmo que siendo generoso podría calificarse de glacial, brillaba a la luz de la tarde. Myron había subido en ella once años atrás. Se había aburrido soberanamente.

—Entenderás la urgencia del caso —dijo Win.

Myron asintió.

—Se encargarán de hacerlos desaparecer.

—Exacto. Los sacarán del país o, si temen que los descubran...

Win no tuvo que acabar la frase.

—¿Se lo has dicho a sus padres?

—No.

—¿Ni siquiera a Brooke?

—No —respondió Win—. No veo motivos para darle falsas esperanzas.

El coche iba hacia el norte. Myron miró por la ventanilla.

—Están desaparecidos desde que tenían seis años, Win.

Win no dijo nada.

—Todo el mundo los daba por muertos desde hace tiempo.

—Lo sé.

—Menos tú.

—Oh, yo también pensaba que estaban muertos.

—Pero has seguido buscando.

Win juntó la punta de los dedos de las manos. Era un gesto familiar, que trasladó a Myron a sus tiempos de juventud.

—La última vez que vi a Brooke abrimos una botella de vino muy cara. Nos sentamos en la terraza y nos quedamos mirando al mar. Por un rato, fue la Brooke con la que me crie. Algunas personas solo transmiten tristeza. Brooke hace justo lo contrario. Transmite alegría. Siempre lo ha hecho. ¿Sabes ese tópico de las personas que iluminan una habitación con su sola presencia?

—Claro.

—Pues Brooke era capaz de hacerlo incluso a distancia. Bastaba con pensar en ella, y ya te inspiraba alegría. Es imposible no intentar proteger a alguien así. Y cuando la ves sufrir tanto, quieres... no, necesitas proporcionarle alivio.

Win entrechocó la punta de los dedos.

—Así que allí estábamos, bebiendo vino y contemplando el océano. La mayoría de la gente usa el alcohol para aletargar un dolor como el que sentía Brooke. Pero en su caso sucedía lo contrario. Esa fachada desaparecía con el alcohol. La sonrisa forzada desaparecía. Aquella noche me confesó algo.

Se detuvo, y Myron esperó.

—Durante mucho tiempo, Brooke alimentó la fantasía de que Rhys volvería a casa. Cada vez que sonaba el teléfono, sentía ese cosquilleo dentro. Esperaba que fuera Rhys, diciéndole que estaba bien. Lo veía en las calles llenas de gente. Soñaba con rescatarlo, con verlo, con su reunión, entre lágrimas. Recreaba mentalmente aquel día una y otra vez, pero quedándose en casa en lugar de salir, llevándose a Rhys y a Patrick consigo en lugar de dejarlos con aquella au pair, alterando alguna cosa, cualquier cosa, de modo que aquello no ocurriera. «Se te queda dentro», me dijo Brooke. Como un compañero de por vida. Puedes echar a correr y dejarlo atrás por un tiempo, pero ese día siempre está ahí, dándote palmaditas en el hombro, tirándote de la manga.

Myron escuchaba, inmóvil.

—Todo eso lo sabía, claro. No es ninguna revelación que los padres sufren. Brooke sigue estando guapísima. Es una mujer fuerte. Pero las cosas han cambiado.

—¿Qué quieres decir con que han cambiado?

—Que esto tiene que acabar.

—¿Qué quieres decir?

—En eso consistía la confesión de Brooke. Cuando suena el teléfono, ¿sabes qué es lo que espera ella?

Myron negó con la cabeza.

—Que sea la policía. Que le digan que por fin han encontrado el cuerpo de Rhys. ¿Entiendes lo que te digo? La incógnita y la esperanza se han vuelto más dolorosas que la muerte. ¿Entiendes lo que digo? La incertidumbre, la esperanza, se ha vuelto más dolorosa que la muerte. Y eso no hace más que convertir la tragedia en algo aún más obsceno. Ya es terrible de por sí hacer sufrir a una madre de este modo. Pero esto, me dijo (deseando que, de cualquier modo, llegara a su fin), era aún peor.

Se quedaron en silencio, y luego Win cambió de tema:

—Eh, ¿cómo van los Knicks?

—Muy gracioso.

—Tienes que relajarte.

—¿Adónde vamos?

—Volvemos a King’s Cross.

—Donde no deben verte la cara.

—Soy extraordinariamente atractivo. La gente se acordaría de mí.

—Ergo, necesitas mi ayuda.

—Me alegro de ver que mi ausencia no ha hecho que pierdas esa agudeza mental.

—Pues cuéntamelo todo —dijo Myron—. Tracemos un plan.

Un largo silencio

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