Читать книгу Un largo silencio - Харлан Кобен - Страница 9

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—Hampstead Heath —dijo Win cuando Myron volvió al coche—. Un lugar histórico.

—¿Y eso?

—Keats paseaba por sus calles. Kingsley Amis, John Constable, Alfred Tennyson, Ian Fleming... Todos tenían casa allí. Pero no es eso lo que lo ha hecho más famoso.

—¿Ah, no?

—¿Te acuerdas de cuando detuvieron a George Michael por buscar sexo en unos lavabos públicos?

—Claro. ¿Fue allí?

—Hampstead Heath, sí. Ha sido un lugar de encuentros gais toda la vida, pero por lo que yo sé no hay mucha prostitución. Siempre ha sido más bien una zona de cruising.

¿Cruising?

—Dios, pero qué alma de cántaro eres. Cruising. Sexo anónimo entre hombres tras unos arbustos, en lavabos públicos y sitios así. Raramente hay intercambio de dinero. Aun así, los jóvenes chaperos podrían intentar hacer negocio, quizás encontrar algún sugar daddy o una red de clientes. Si de mí dependiera, yo entraría en el parque y giraría a la izquierda, hacia los lavabos públicos. Sigue el sendero más allá de los estanques. Esa zona es la que más se presta.

—Sabes mucho del tema.

—Sé mucho de todos los temas.

Eso era cierto.

—Y también uso esa gran novedad llamada Google. —Win le mostró el móvil—. Deberías probarlo de vez en cuando. ¿Esto lo necesitas?

Win le entregó a Myron las imágenes de Patrick y de Rhys obtenidas con el simulador de edad. También le describió con muchísimo detalle el aspecto que tenía el día anterior su posible Patrick, y lo que llevaba puesto.

Myron se quedó mirando fijamente aquellos rostros.

—¿Qué edad tendrían ahora Patrick y Rhys?

—Ambos tendrían dieciséis años. Se da la casualidad (o quizá no) de que esa es precisamente la edad mínima para el sexo consentido en Reino Unido.

Myron tomó unas fotos de las fotos y se las devolvió a Win. Cogió la manilla de la puerta y se paró de pronto.

—Se nos está escapando algo, Win.

—Probablemente.

—¿Tú también tienes esa sensación?

—Sí.

—¿No será una trampa?

—Podría serlo —aventuró Win juntando otra vez la punta de los dedos—. Pero el único modo de salir de dudas es seguir adelante.

El coche estaba en punto muerto, en la esquina de Merton Lane y Millfield Lane.

—¿Todo listo?

—En marcha —dijo Myron, y salió del coche.

Hampstead Heath estaba precioso cubierto de un verde exuberante. Myron recorrió el sendero, pero no vio ni rastro de Patrick ni de Rhys. Había hombres, muchísimos, de dieciocho (o menos) a ochenta años, la mayoría vestidos de forma nada llamativa, pero... ¿qué se esperaba? Myron no vio ninguna actividad sexual, pero supuso que se debía a la presencia de lavabos públicos y matorrales apartados de los caminos.

Tras un cuarto de hora de paseo, Myron se llevó el teléfono al oído.

—Nada —dijo.

—¿Nadie te ha tirado los tejos?

—No.

—Vaya.

—Ya —dijo Myron—. ¿Tú crees que estos pantalones me hacen gordo?

—Aún bromeamos —respondió Win.

—¿Qué?

—Creemos en la igualdad total y saltamos ante cualquiera que muestre el más mínimo prejuicio —añadió Win.

—Y, sin embargo, seguimos bromeando. —Myron terminó la frase por Win.

—Por supuesto.

Pero entonces Myron vio algo que lo hizo detenerse de golpe.

—Espera un momento...

—Estoy a la escucha.

—Cuando me describiste la... bueno, la escena de ayer, mencionaste que había otros dos tipos haciendo la calle.

—Correcto.

—Dijiste que había uno con la cabeza rapada y un collar de perro.

—Correcto otra vez.

Myron movió el teléfono y orientó la cámara hacia el joven vestido de cuero que estaba cerca del estanque.

—¿Y bien?

—Es ese —afirmó Win.

Myron volvió a meterse el teléfono en el bolsillo y cruzó el sendero. Collar de Perro tenía las manos metidas en los bolsillos de los pantalones como si estuviera cabreado porque allí dentro no encontraba algo. Tenía los hombros echados hacia delante. Lucía un tatuaje en el cuello —Myron no distinguía qué era— y aspiraba el humo de su cigarrillo como si quisiera acabárselo de una calada.

—Eh —dijo Myron intentando llamar su atención pero, al mismo tiempo, temeroso de alzar demasiado la voz y asustar al... ¿chico?, ¿hombre?, ¿tipo?, ¿chaval?

Collar de Perro se volvió hacia Myron. Trató de mostrarse lo más duro posible. La dureza fingida suele esconder inseguridad. Y eso fue precisamente lo que vio Myron. Quien la finge suele ser alguien que, en primer lugar, ha recibido demasiadas palizas, y de ahí la inseguridad, y en segundo, ha descubierto por las malas que demostrar debilidad no hace sino empeorar las palizas, y de ahí la dureza fingida. Los daños sufridos —y ese chico había sufrido muchos— afloraban de forma intermitente.

—¿Tienes fuego? —preguntó Collar de Perro.

Myron iba a responder que no fumaba y que no llevaba encendedor, pero ¿y si pedir fuego era algún tipo de código? Así que se acercó.

—¿Podemos hablar un momento? —preguntó Myron.

Collar de Perro movió los ojos de un lado al otro, como un pajarillo que saltase de rama en rama.

—Conozco un lugar —dijo el chico.

Myron no respondió. Se preguntó qué vida llevaría aquel chico, dónde habría empezado, qué camino habría seguido, en qué punto había empezado a torcerse. ¿Había sido una caída lenta, tal vez con una infancia rodeada de abusos o algo así? ¿Habría escapado de casa? ¿Tendría madre o padre? ¿Le pegaban? ¿Se aburría o se drogaba? ¿Había seguido una espiral descendente gradual, o tal vez había tocado fondo repentinamente, de golpe, con un grito o de un mazazo?

—¿Entonces? —lo apremió el chico.

Myron se quedó mirando a aquel chaval flacucho, con sus brazos pálidos, finos como juncos; con una nariz que le habían reventado a puñetazos más de una vez; los piercings en las orejas; el lápiz de ojos; ese maldito collar de perro, y pensó en Patrick y en Rhys, dos chicos que habían crecido en el lujo para luego perderlo todo.

¿Tendrían el aspecto de aquel chico?

—Sí —dijo Myron, intentando no parecer demasiado desmotivado—. Por mí, vale.

—Sígueme.

Collar de Perro siguió el sendero por entre los dos estanques, cuesta arriba. Myron no estaba seguro de si debía ponerse a su altura y caminar al lado del chico —pensaba en él como un chico porque le calculaba entre dieciocho y veinte años— o si debía mantenerse detrás. Collar de Perro caminaba a toda prisa, así que Myron decidió seguirlo a unos metros.

Aún no le había pedido dinero. Eso le preocupaba un poco a Myron, que no perdía de vista los alrededores. Estaban subiendo a lo alto del repecho, donde había arbustos más espesos. Allí no se veían tantos hombres. Myron se fijó en Collar de Perro. Al cruzarse con un tipo vestido con pantalones de camuflaje, Myron observó un gesto casi imperceptible con la cabeza entre ambos.

Oh, oh.

A Myron le habría gustado avisar a Win de algún modo.

—¿Quién es ese? —preguntó Myron.

—¿Eh?

—Ese tipo al que acabas de saludar. El de los pantalones de camuflaje.

—No sabes de qué estás hablando —respondió el chaval, que luego añadió—. Eres estadounidense.

—Sí.

El chico rodeó un arbusto. En ese momento estaban completamente ocultos. Myron descubrió un condón usado en el suelo.

—Bueno, ¿qué es lo que te va? —preguntó el chico.

—La conversación.

—¿Qué?

Myron era un tiarrón de metro noventa y tres, exjugador de baloncesto en la universidad. En aquellos tiempos pesaba noventa y siete kilos. Desde entonces había ganado otros cinco. Se situó de modo que Collar de Perro no pudiera salir corriendo. Myron no sabía si usaría la fuerza para detenerlo, pero tampoco quería ponérselo fácil.

—Ayer estuviste allí —dijo Myron.

—¿Eh?

—Cuando ocurrió... aquel incidente. Lo viste.

—¿Tú qué...? Un momento, ¿eres poli?

—No.

—¿Y por qué iba un estadounidense a...? —La voz se le quebró y puso los ojos como platos—. Oye, mira, yo no he visto nada.

Myron se preguntó si Win le habría dicho algo y si Collar de Perro estaría atando cabos: un estadounidense mata a tres personas... y otro estadounidense encuentra al testigo.

—Eso no me importa —dijo Myron—. Yo busco al chico que estaba allí. Salió corriendo.

Collar de Perro no parecía muy convencido.

—Mira, no he venido a haceros daño ni a ti ni a nadie.

Intentó ponerle esa cara que en teoría inspiraba confianza; pero, a diferencia de la fulana a quien había encontrado antes haciendo la calle, esa expresión debía de resultarle desconocida al chico. En su mundo solo había abusadores o clientes.

—Bájate los pantalones —ordenó Collar de Perro.

—¿Qué?

—Para eso estamos aquí, ¿no?

—No; oye, te pagaré. Te pagaré mucho.

Eso lo hizo detenerse de pronto.

—¿Por?

—¿Conoces al chico que salió corriendo?

—¿Y si lo conozco?

—Te pagaré quinientas libras si me llevas hasta donde esté.

Los ojos volvieron a disparársele.

—¿Quinientas?

—Sí.

—¿Llevas todo ese dinero encima?

Oh, oh. Pero de perdidos, al río...

—Sí, claro.

—Entonces es probable que lleves más.

Justo entonces dos tipos rodearon el arbusto y aparecieron allí mismo. Uno era el tipo con pantalones de camuflaje que Myron había visto antes. El otro era un matón enorme con una camiseta negra apretada como un torniquete, frente de cromañón y unos brazos grandes como jamones.

El matón mascaba tabaco como una vaca. Para parecer aún más duro, hizo crujir los nudillos.

—Vas a darnos todo el dinero que llevas encima —dijo Pantalones de Camuflaje— o Dex te dará una paliza... y luego te lo cogeremos, sin más.

Myron se quedó mirando a Dex.

—¿De verdad estás haciendo crujir los nudillos?

—¿Qué?

—Quiero decir que sí, que ya lo pillo: eres un tío duro. Pero ¿hacer crujir los nudillos? Eso es lo más.

Aquello confundió a Dex, quien frunció el ceño. Myron sabía cómo eran esos tipos. Un matón de taberna. De los que la toman con tipos más débiles. No debía de haber peleado nunca con nadie medianamente habilidoso.

Dex invadió el espacio de Myron.

—¿Tú qué eres? ¿Uno de esos listillos?

—¿Quiénes son los otros listillos?

—Tío, tío, tío... —Dex se frotó las manos—. Qué bien me lo voy a pasar.

—No lo mates, Dex.

Dex sonrió, y asomaron unos dientecitos pequeños y puntiagudos como los de un depredador marino rodeando un pececillo. No había motivo para esperar. Myron juntó la punta de los dedos, curvó ligeramente la mano y golpeó a Dex en la garganta, impactando con la precisión de un dardo.

Dex se llevó ambas manos al cuello y dejó el cuerpo completamente expuesto. Myron no estaba por la labor de hacerle daño de verdad. Le barrió la pierna de una patada, haciéndolo caer al suelo. Se volvió hacia Pantalones de Camuflaje, pero este no quiso saber nada. Quizá fuera por ver la facilidad con que habían derribado a su matón. O quizá fuera el saber lo que les había hecho Win a sus colegas de alta costura el día anterior. Salió corriendo.

También Collar de Perro.

Maldición.

Myron era rápido, pero al volverse sintió que la antigua lesión le presionaba la articulación de la rodilla. Debía haber estirado más la articulación durante la caminata.

Mientras tanto, el chico se movía como un conejo. Myron supuso que se habría visto obligado a correr en muchas ocasiones, y aunque en otras circunstancias aquello le habría inspirado compasión, de ningún modo iba a dejar perder aquella pista.

No podía permitir que Collar de Perro se alejara demasiado.

Si se alejaba demasiado —si llegaba a la civilización y se mezclaba con la gente—, Collar de Perro estaría seguro ante cualquier cosa que Myron quisiera... bueno, hacerle. También podría pedir ayuda. Aquellos territorios tenían sus propias normas de seguridad.

Aunque pensándolo bien, ¿querría llamar la atención un ladrón que había intentado desvalijar a un tipo en el parque?

Eso en ese momento no importaba. Myron ya estaba en el sendero, pero el chico le había sacado una ventaja considerable, y la ventaja parecía ir ampliándose. Si se le escapaba, sería otra ocasión perdida. Los vínculos con lo que había visto Win el día anterior —los vínculos con Patrick y Rhys— eran, como mucho, tenues. Si ese chaval se escapaba, se acababa todo.

Collar de Perro giró tras un farol y desapareció. Mierda. «Nada que hacer», pensó Myron. Ya no lo pillaría.

Y de pronto, Collar de Perro cayó redondo.

Las piernas le salieron volando y quedó tendido en el suelo. Alguien había hecho lo más sencillo del mundo.

Alguien le había puesto la zancadilla. Win.

Collar de Perro estaba tirado boca abajo. Myron dio la vuelta a la esquina.

Win apenas se volvió para mirarlo antes de desaparecer entre las sombras. Myron se acercó a la carrera y se puso a horcajadas sobre Collar de Perro. Le dio la vuelta. Collar de Perro se tapó la cara y esperó a que llegaran los puñetazos.

—Por favor... —suplicó con voz lastimera.

—No voy a hacerte daño —dijo Myron—. Cálmate. No pasa nada.

Tardó unos segundos más en apartar las manos del rostro. Tenía los ojos cubiertos de lágrimas.

—Te lo prometo —insistió Myron—. No voy a hacerte daño. ¿Vale?

El chico asintió entre lágrimas, pero estaba claro que no se creía ni una palabra. Myron corrió el riesgo de quitarse de encima y lo ayudó a sentarse en el suelo.

—Vamos a intentarlo otra vez —dijo Myron—. ¿Conoces al chico que salió corriendo ayer, por el que se estaban peleando?

—El otro estadounidense —respondió Collar de Perro—. ¿Es amigo tuyo?

—¿Acaso importa?

—Los mató a los tres, como si nada. Les rebanó el pescuezo sin pestañear.

Myron lo intentó por otra vía.

—¿Tú conocías a esos tipos?

—Claro. Terence, Matt y Peter. Solían molerme a palos los tres. Si tenía una libra en el bolsillo, querían que les diera dos. —Levantó la vista y lo miró a los ojos—. Si tienes algo que ver con el otro tipo, bueno, encantado de conocerte.

—No, no tengo nada que ver —dijo Myron.

—Tú solo quieres al chico al que estaban acosando.

—Sí.

—¿Por qué?

—Es una larga historia. Tengo que encontrarlo.

Collar de Perro frunció el ceño.

—¿Lo conoces, sí o no?

—Sí —dijo Collar de Perro—. Claro que lo conozco.

—¿Puedes llevarme hasta él?

En los ojos del chico asomó cierto recelo.

—¿Aún tienes las quinientas libras?

—Sí.

—Dámelas.

—¿Y cómo sé que no vas a salir corriendo otra vez?

—Porque he visto lo que ha hecho tu amigo. Si salgo corriendo, me mataréis.

Myron quería decirle que de ningún modo, pero tal vez no le iría mal tenerlo algo asustado. Collar de Perro le tendió la mano. Myron le dio las quinientas libras. El chico se metió el dinero en el zapato.

—No le dirás a nadie que me las has dado, ¿verdad?

—No.

—Pues ven. Te llevaré con él.

Un largo silencio

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