Читать книгу Tiempo muerto - Харлан Кобен - Страница 12
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Convenció a Joe y a Bone de que no llamaran a la poli. No tuvo que esforzarse mucho. A casi nadie le gusta verse involucrado en asuntos que requieren la intervención de la policía. Ayudaron a Myron a subir a un taxi. El conductor, en una clara muestra de mestizaje, llevaba puesto un turbante y escuchaba música country. Myron dio la dirección de Jessica en el Soho y se derrumbó sobre el asiento roto. Afortunadamente, el chófer no parecía tener mucho interés por conversar.
Myron examinó mentalmente su cuerpo. Al parecer no tenía nada roto. Como máximo, algunas costillas contusionadas, y eso podría superarlo. El dolor de cabeza era otro tema. Un comprimido de Tylenol con codeína lo ayudaría a dormir; por la mañana tomaría Advil o algo más fuerte. No se puede hacer nada para combatir un traumatismo craneal, únicamente concederle tiempo y controlar el dolor.
Jessica le recibió en bata, en la puerta. Myron sintió que le faltaba el aliento; solía pasarle a menudo cuando estaba ante ella. Jessica omitió las reprimendas; llenó la bañera, lo ayudó a desnudarse y se coló detrás de él. El agua sobre la piel le proporcionó una sensación muy placentera. Se reclinó sobre Jessica mientras ésta le envolvía la cabeza con paños. Exhaló un profundo suspiro de alivio y felicidad.
—¿Cuándo fuiste a la Facultad de Medicina? —preguntó.
—¿Te sientes mejor? —contestó Jessica al tiempo que le daba un beso en la mejilla.
—Sí, doctora. Mucho mejor.
—¿Quieres explicarme qué ha pasado?
Myron así lo hizo. Ella escuchó en silencio, mientras le hacía masajes en las sienes con las yemas de los dedos. Aquellas manos eran un verdadero bálsamo. Myron supuso que seguramente había mejores cosas en la vida que estar en aquella bañera, apoyado en la mujer amada, pero no se le ocurrió ninguna. El dolor empezó a remitir.
—¿Quiénes crees que eran? —preguntó Jessica.
—Ni idea —contestó Myron—. Imagino que matones a sueldo.
—¿Querían saber dónde está Greg?
—Eso parece.
—Si dos matones así me estuvieran buscando, yo también desaparecería.
Aquel argumento también había cruzado por la mente de Myron.
—Sí.
—¿Cuál va a ser tu próximo paso?
Myron sonrió y cerró los ojos.
—¿Cómo? ¿No hay sermones? ¿No vas a decirme que es excesivamente peligroso?
—Demasiados tópicos. Además, eso no es todo.
—¿Qué quieres decir?
—Hay algo que aún no me has contado.
—Yo...
Ella apoyó un dedo sobre sus labios.
—Sólo dime qué piensas hacer a continuación.
Myron se recostó. Era aterradora la facilidad con que ella adivinaba sus pensamientos.
—Tendré que empezar a hablar con ciertas personas.
—¿Por ejemplo?
—Su agente. Su compañero de cuarto, un tipo llamado Leon White. Emily.
—Emily. ¿No fue novia tuya en la universidad?
—Eso es —dijo Myron. Se imponía un rápido cambio de tema, antes de que empezara a leerle el pensamiento otra vez—. ¿Cómo ha ido la velada con Audrey?
—Muy bien. Hablamos casi todo el rato de ti.
—¿Y qué dijisteis?
Jessica empezó a acariciarle el pecho. Poco a poco, el tacto dejó de ser meramente balsámico. Las yemas de sus dedos recorrían su pecho como una pluma. Suave. Demasiado suave. Como Perlman cuando toca el violín.
—Eh, Jess.
Ella le hizo callar.
—Tu culo —dijo en voz baja.
—¿Mi culo?
—Sí, de eso estuvimos hablando. —Para subrayar sus palabras, le rodeó una nalga con la mano—. Hasta Audrey tuvo que admitir, mientras corrías por la pista, que estabas para comerte.
—También tengo una mente —protestó Myron—. Un cerebro. Sentimientos.
Jessica bajó la boca hasta su oreja. Cuando sus labios tocaron el lóbulo, Myron sintió un escalofrío.
—¿A quién le importan? —susurró ella.
—Eh, Jess...
—Shhhh —dijo ella, mientras la otra mano bajaba por su pecho—. Yo soy la doctora, ¿recuerdas?