Читать книгу Tiempo muerto - Харлан Кобен - Страница 5

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—Pórtate bien.

—¿Yo? —dijo Myron—. Siempre soy un encanto.

Calvin Johnson, el nuevo director general de los New Jersey Dragons, precedía a Myron Bolitar por el pasillo de la pista de Meadowlands, ahora a oscuras. Sus pasos resonaban sobre las baldosas y despertaban ecos en los puestos de comida de la cadena Harry M. Stevens, los carritos de las heladerías Carvel, los dispensadores de galletitas saladas y los quioscos de recuerdos, todos desiertos. El olor a perrito caliente (aquel olor a plástico y química, pero tan delicioso) impregnaba las paredes. La quietud del lugar era desesperante. No hay nada más deshabitado y carente de vida que un estadio deportivo vacío.

Calvin Johnson se detuvo delante de una puerta que daba acceso a la tribuna cubierta.

—Esto tal vez te parezca un poco extraño —dijo—. Limítate a seguirle la corriente, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Calvin puso una mano sobre el pomo y respiró hondo.

—Clip Arnstein, el propietario de los Dragons, nos espera dentro —anunció.

—Y sin embargo no tiemblo —apostilló Myron.

Calvin Johnson meneó la cabeza.

—No te pases de listo.

Myron se señaló el pecho.

—Llevo corbata y todo.

Calvin Johnson abrió la puerta. La tribuna daba al centro del recinto. Los encargados de mantenimiento estaban montando la pista de baloncesto sobre la superficie de hielo utilizada para practicar hockey. Los Devils habían jugado la noche anterior. Esta noche era el turno de los Dragons. El palco era una preciosidad. Contaba con veinticuatro asientos almohadillados y dos monitores de televisión. A la derecha había un mostrador chapado en madera para la comida, por lo general pollo frito, perritos calientes, bolitas de patata, bocadillos de salchichas con pimienta... esa clase de cosas. A la izquierda había un carrito metálico con un bar bien aprovisionado y una mininevera. El palco disponía también de un cuarto de baño privado, para que los peces gordos no tuvieran que mezclarse con los jugadores sudados.

Clip Arnstein les esperaba de pie. Lucía traje azul oscuro y corbata roja. Dos mechones de pelo gris surgían de los costados de una enorme calva cubriéndole las orejas. Pese a sus setenta y pico años, era corpulento aún y tenía el pecho amplio como un tonel. Sus manos eran grandes y estaban surcadas por gruesas venas azules; la piel aparecía salpicada de manchas marrones. Nadie habló. Nadie se movió. Clip miró con atención a Myron durante varios segundos, examinándolo de pies a cabeza.

—¿Le gusta la corbata? —preguntó Myron.

Calvin Johnson le dirigió una mirada de advertencia. El viejo no se movió de su sitio.

—¿Cuántos años tienes, Myron?

Una interesante pregunta para abrir el fuego.

—Treinta y dos.

—¿Juegas?

—Un poco.

—¿Te mantienes en forma?

—¿Quiere que haga unas cuantas flexiones?

—No, no será necesario.

Nadie invitó a Myron a tomar asiento, y nadie se sentó. Es cierto que las únicas sillas disponibles eran las de los espectadores, pero le resultaba extraño estar de pie para hablar de negocios. De repente, seguir de pie le empezó a resultar difícil. Se puso nervioso. No sabía qué hacer con las manos. Sacó una pluma y la sostuvo en la mano, pero no le pareció lo más adecuado. Metió las manos en los bolsillos y adoptó una postura extraña.

—Myron, queremos hacerte una proposición interesante —dijo Clip Arnstein.

—¿Una proposición? —Siempre hacía falta empezar por el interrogatorio de sondeo.

—Sí. Yo fui quien te contrató.

—Lo sé.

—Hace diez años. Cuando aún estaba con los Celtics.

—Lo sé.

—En primera ronda.

—Todo eso ya lo sé, señor Arnstein.

—Tenías un futuro prometedor, Myron. Eras listo. Tu toque era increíble. Rezumabas talento por todas partes.

—Podría haber sido un fuera de serie —admitió Myron.

Arnstein frunció el entrecejo. Era un rictus famoso, que había perfeccionado a lo largo de más de cincuenta años en el baloncesto profesional. Aquel gesto característico apareció por primera vez en los años cuarenta, cuando Clip jugaba en los ya desaparecidos Rochester Royals. Se hizo aún más famoso durante el tiempo en que entrenó a los Boston Celtics. Se convirtió en una marca de fábrica legendaria cuando llevó a cabo todas sus famosas adquisiciones (haciendo honor a su sobrenombre, «esquilaba» a la competencia) como presidente del equipo. Tres años antes Clip se había convertido en propietario mayoritario de los New Jersey Dragons, y ahora residía en East Rutherford, justo en la salida 16 de la autopista de Nueva Jersey.

—¿Has querido imitar a Brando? —preguntó con voz malhumorada.

—Curioso, ¿verdad? Es como si Marlon estuviera en el palco.

La expresión de Clip Arnstein se suavizó de repente. Asintió lentamente y dedicó a Myron una mirada paternal.

—Te lo tomas a broma para disimular el sufrimiento que te causa —dijo con seriedad—. Lo comprendo.

—¿Puedo hacer algo por usted, señor Arnstein?

—Nunca has jugado un solo partido profesional, ¿verdad, Myron?

—Sabe muy bien que no.

Clip asintió.

—Tu primer partido de la pretemporada. Tercer cuarto. Ya habías anotado dieciocho puntos. No está nada mal para un novato en su primer encuentro. Fue cuando el destino se interpuso en tu camino.

El destino adoptó la forma del enorme Burt Wesson, de los Washington Bullets. Hubo una colisión, un dolor lacerante y luego, nada.

—Fue espantoso —añadió Clip.

—Ya.

—Siempre me ha sabido mal lo que te pasó. Qué lástima.

Myron miró a Calvin Johnson. Calvin permanecía con la vista fija en otra parte y los brazos cruzados; sus suaves facciones negras semejaban un plácido estanque.

—Ya —repitió Myron.

—Por eso me gustaría concederte una segunda oportunidad.

—¿Perdón? —dijo Myron, que parecía no haber oído bien.

—Tenemos un hueco en el equipo. Me gustaría contratarte.

Myron esperó. Miró a Clip. Después miró a Calvin Johnson. Ninguno de los dos se reía.

—¿Dónde está? —preguntó.

—¿El qué?

—La cámara oculta. ¿Es para el programa de Ed McMahon? Soy un gran admirador suyo.

—No es ninguna broma, Myron.

—Debería serlo, señor Arnstein. Hace diez años que no juego a baloncesto de competición. Me destrocé la rodilla, ¿se acuerda?

—Demasiado bien, pero como tú mismo has dicho, fue hace diez años. Sé que fuiste a rehabilitación para recuperarte.

—Y también sabrá que intenté volver. Hace siete años. La rodilla no resistió.

—Era demasiado pronto. Acabas de decirme que vuelves a jugar.

—Partidos amistosos los fines de semana. Es muy diferente de la NBA.

Clip desechó el argumento con un ademán.

—Estás en forma. Hasta te has ofrecido a hacer flexiones.

Myron entornó los ojos, miró a Clip y luego a Calvin Johnson, cuyos rostros permanecían inexpresivos.

—¿Por qué tengo la sensación de que algo se me escapa? —preguntó.

Clip sonrió por fin. Miró a Calvin Johnson. Calvin forzó una sonrisa.

—Tal vez debería ser menos... —Clip hizo una pausa, mientras buscaba la palabra— oscuro.

—No estaría mal.

—Quiero que entres en el equipo. Me da igual si juegas o no.

—Aun así, sigue siendo un poco oscuro —dijo Myron tras una pausa, al ver que los otros seguían callados.

Clip exhaló un profundo suspiro. Se acercó al bar, abrió una pequeña nevera parecida a las que hay en los hoteles y sacó una lata de Yoo-Hoo. Lo había previsto todo.

—¿Aún bebes este mejunje?

—Sí —respondió Myron.

Clip le arrojó la lata a Myron sin decir nada, luego sirvió un par de vasos de whisky y le pasó uno a Calvin Johnson.

A continuación señaló los asientos situados junto a la ventana de cristal. Exactamente en mitad de la pista. Excelente. Muy bonito el palco, también. Hasta Calvin, que medía dos metros, pudo estirar un poco las piernas. Los tres hombres se sentaron el uno al lado del otro, mirando al frente, otra forma rara de hablar de negocios. En teoría, había que sentarse uno delante del otro, preferentemente a los lados de una mesa o escritorio. En cambio, estaban sentados codo con codo, contemplando cómo montaban la pista los de mantenimiento.

—Salud —dijo Clip.

Dio un sorbo al contenido de su vaso. Calvin Johnson se limitó a sujetar el suyo. Myron agitó su lata de Yoo-Hoo, tal como indicaban las instrucciones.

—Si no me equivoco —continuó Clip—, ahora eres abogado.

—Digamos que me he licenciado —repuso Myron—, pero no practico mucho.

—Eres agente deportivo.

—Sí.

—No confío en los agentes deportivos.

—Yo tampoco.

—La mayoría son unas sanguijuelas.

—Nosotros preferimos el término «entidades parásitas» —puntualizó Myron—. Es más políticamente correcto.

Clip Arnstein se inclinó hacia delante y clavó la mirada en los ojos de Myron.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

—Por mi cara —contestó Myron, señalándose—. Rezuma honradez.

Clip no sonrió. Se acercó un poco más y dijo:

—Lo que vas a oír es estrictamente confidencial.

—De acuerdo.

—¿Me das tu palabra de que no saldrá de esta habitación?

—Sí.

Clip vaciló, miró a Calvin Johnson y se removió en su asiento.

—Conoces a Greg Downing, por supuesto.

Por supuesto. Myron se había criado con Greg Downing. Desde el momento en que compitieron en una liga local, cuando cursaban sexto grado, a menos de treinta kilómetros de donde Myron estaba sentado ahora, se convirtieron en rivales. Cuando llegaron al instituto, la familia de Greg se mudó a la población vecina de Essex Fells porque su padre no quería que su hijo compartiera el estrellato con Myron. La rivalidad pasó entonces a una fase más exacerbada. Compitieron en ocho ocasiones mientras estudiaban en el instituto, con cuatro victorias para cada uno. Luego se matricularon en universidades cuyos equipos de baloncesto eran famosos y tenían un largo historial de rivalidad. Myron fue a Duke; Greg, a Carolina del Norte.

La rivalidad personal fue en aumento.

Durante sus respectivas carreras, compartieron dos portadas de Sports Illustrated. Ambos equipos ganaron el torneo de la ACC por dos veces, pero el de Myron conquistó un campeonato nacional. Tanto Myron como Greg fueron convocados para la selección nacional, los dos como escoltas. Para cuando se licenciaron, Duke y Carolina del Norte se habían enfrentado en doce ocasiones. Duke había cosechado ocho victorias. Cuando llegó la oferta de la NBA, los dos fueron escogidos en primera ronda.

La rivalidad personal llegó a su cenit.

La carrera de Myron terminó cuando topó con el gigantesco Burt Wesson. Greg Downing eludió el destino y se convirtió en uno de los principales escoltas de la NBA. Durante sus diez años de carrera con los New Jersey Dragons, Downing fue convocado ocho veces para la selección nacional. Fue el mejor anotador de triples en dos ligas, de tiros libres en cuatro y de asistencias en una. Mereció tres portadas de Sports Illustrated y ganó un campeonato de la NBA.

—Le conozco —respondió Myron.

—¿Hablas a menudo con él? —preguntó Clip Arnstein.

—No.

—¿Cuándo fue la última vez que lo hicisteis?

—No me acuerdo.

—¿Hace pocos días?

—Creo que hace diez años que no nos hablamos.

—Ya —dijo Clip. Bebió otro sorbo de whisky. Calvin aún no había tocado su bebida—. Bien, estoy seguro de que has oído hablar de su lesión.

—El tobillo, ¿no? —contestó Myron—. Cada día se publica algo al respecto. Está recluido, trabajando para recuperarse.

Clip asintió.

—Ésa es la versión que proporcionamos a los medios; pero no es verdad.

—¿No?

—Greg no está lesionado —dijo Clip—. Ha desaparecido.

—¿Desaparecido? —Myron tenía la sensación de que estaban sondeándolo.

—Sí.

Clip dio otro sorbo. Myron también bebió un sorbo, algo bastante difícil cuando se trata de un Yoo-Hoo.

—¿Desde cuándo? —preguntó.

—Hace cinco días.

Myron miró a Calvin. Su aspecto era plácido, con esa expresión que le había hecho acreedor del sobrenombre de Témpano cuando jugaba, porque nunca transmitía la menor emoción. Igual que en ese momento.

Myron probó de nuevo.

—Cuando dice que Greg ha desaparecido...

—Volatilizado —lo interrumpió Clip—. Evaporado. Desvanecido. Sin dejar rastro. Elige la expresión que más te guste.

—¿Ha llamado a la policía?

—No.

—¿Por qué?

Clip hizo un ademán disuasorio.

—Ya conoces a Greg. No es un tipo convencional. —Vaya descubrimiento—. Nunca hace lo que debería —continuó Clip—. Odia la fama. Le gusta estar solo. Ya ha desaparecido otras veces, pero nunca en la fase de play off.

—¿Y?

—Y existen muchas posibilidades de que se haya entregado a sus bajos instintos —dictaminó Clip—. Es un genio encestando, pero debemos admitir que le falta un tornillo. ¿Sabes lo que hace después de los partidos?

Myron negó con la cabeza.

—Hace de taxista. Sí, señor, conduce un jodido taxi. Dice que le acerca al hombre de la calle. No aparece en actos públicos. No concede entrevistas. Ni siquiera participa en festivales benéficos. Viste como alguien salido de una comedia de enredos de los años setenta. Está como una cabra.

—Lo cual hace que sea inmensamente popular entre los aficionados —dijo Myron—. Y como consecuencia, se venden más entradas.

—De acuerdo —admitió Clip—, pero eso sólo sirve para reforzar mis argumentaciones. Si llamamos a la policía, podría ser perjudicial tanto para él como para el club. ¿Te imaginas el circo que montarían los medios?

—No sería conveniente —admitió Myron.

—En efecto. Supón que Greg está descansando en French Lick o en cualquier pueblo de mala muerte al que vaya a pescar o a hacer cosas por el estilo. Joder, no acabaríamos nunca. Sin embargo, sospecho que está tramando algo.

—¿Tramando algo?

—Sí, aunque no lo sé. Son simples elucubraciones, pero no necesito un jodido escándalo. Y menos ahora, con los play off encima. ¿Sabes a qué me refiero?

No del todo, pero Myron decidió dejarlo correr por el momento.

—¿Quién más está enterado?

—Sólo nosotros tres.

Los de mantenimiento ya habían montado las canastas. Después, empezaron a poner asientos adicionales. Como la mayor parte de las pistas, en la de Meadowlands se ponen más asientos para el baloncesto que para el hockey, en este caso unos mil. Myron tomó otro sorbo de Yoo-Hoo y dejó que resbalara por su lengua. Esperó hasta que se deslizara por su garganta y formuló la pregunta evidente.

—¿Dónde encajo yo?

Clip vaciló. Su respiración era profunda, casi forzada.

—Sé que pasaste unos años en el FBI —dijo por fin—. No conozco los detalles, por supuesto. Ni siquiera vagamente, pero lo suficiente para saber que tienes experiencia en estos asuntos. Queremos encontrar a Greg. Sin hacer ruido.

Myron no dijo nada. Por lo visto, su trabajo «confidencial» para los federales era el secreto peor guardado de Norteamérica. Clip bebió otro trago de whisky. Miró el vaso lleno de Calvin y después a Calvin. Éste bebió por fin. Clip volvió a fijar su atención en Myron.

—Greg está divorciado —continuó—. En esencia, es un solitario. Todos sus amigos, joder, todos sus conocidos, son compañeros de equipo. Constituyen su grupo de apoyo, si lo prefieres así. Su familia. Si alguien sabe dónde está, si alguien lo ayuda a esconderse, ha de ser uno de los Dragons. Te seré sincero. Esos tipos son unos engreídos; están convencidos de que nuestra misión en la vida es servirles y que su principal enemigo es la directiva del club. Nosotros contra el mundo y toda esa mierda. No nos dirán la verdad. No dirán la verdad a los periodistas. Y si les abordas como una, digamos, «entidad parásita», tampoco hablarán contigo. Has de ser un jugador. Es la única manera de ganarte su confianza.

—O sea, quiere que entre en el equipo sólo porque necesita encontrar a Greg. —Myron parecía indignado, aunque no era su intención. Advirtió que los otros dos también se habían dado cuenta. Sintió vergüenza y se ruborizó.

Clip apoyó una mano en su hombro.

—He hablado en serio, Myron. Podrías haber sido uno de los grandes. Uno de los mejores.

Myron bebió un gran trago de Yoo-Hoo.

—Lo siento, señor Arnstein, pero no puedo ayudarle.

—¿Qué? —dijo Clip, con el ceño fruncido.

—Tengo una profesión. Soy agente deportivo. Me debo a mis clientes. No puedo abandonarlo todo así como así.

—Cobrarás la paga mínima pactada para los jugadores, lo que significa doscientos mil dólares brutos. Y sólo faltan un par de semanas para los play off. Seguirás hasta entonces pase lo que pase.

—No. Mis días de jugador terminaron hace tiempo. Además, no soy detective privado.

—Pero necesitamos encontrarlo. Podría estar en peligro.

—Lo siento. La respuesta es no.

Clip sonrió.

—Supón que mejoro la oferta.

—No.

—Una prima extra de cincuenta mil dólares.

—Lo siento.

—Aunque Greg apareciera mañana, la oferta seguiría en pie. Cincuenta de los grandes. Más un tanto por ciento del dinero recaudado en los play off.

—No.

Clip se reclinó en su asiento. Contempló su bebida, metió un dedo dentro, la removió.

—Dices que eres agente, ¿no? —dijo con despreocupación.

—Sí.

—Soy íntimo amigo de los padres de tres de los chicos que saldrán elegidos en primera ronda. ¿Lo sabías?

—No.

—¿Y si te garantizara que uno de ellos requerirá tus servicios?

Myron aguzó el oído. Había sido un disparo al azar, pero bastante certero. Intentó conservar una expresión de indiferencia, al estilo del Témpano, pero su corazón se aceleró.

—¿Cómo puede conseguirlo?

—No te preocupes por el cómo.

—No me parece ético.

Clip resopló.

—Vamos, Myron, no me vengas con monsergas. Si me haces este favor, la MB SportsReps conseguirá la representación de un jugador. Garantizado. Pase lo que pase con lo de Greg.

MB SportsReps era la empresa de Myron. Myron Bolitar, ergo MB. Representantes de deportistas, ergo SportsReps. Póngase junto: MB SportsReps. Myron dio con este nombre él solito, pero todavía ninguna agencia de publicidad importante había solicitado sus servicios.

—Y digamos cien mil dólares de prima extra —dijo.

Clip sonrió.

—Has aprendido mucho —señaló.

Myron se encogió de hombros.

—Setenta y cinco mil —dijo Clip—, y será mejor que lo aceptes; no intentes estafar a un estafador.

Los dos hombres se estrecharon la mano.

—Se me ocurren algunas preguntas más sobre la desaparición —dijo Myron.

Clip se puso de pie.

—Calvin contestará a todas tus preguntas —repuso—. He de irme.

—¿Cuándo quiere que empiece a entrenar?

—¿A entrenar? —Clip pareció sorprenderse.

—Sí. ¿Cuándo quiere que empiece?

—Esta noche tenemos partido.

—¿Esta noche?

—Por supuesto —respondió Clip.

—¿Quiere que juegue esta noche?

—Jugamos contra nuestro antiguo equipo, los Celtics. Calvin se encargará de que tengas el uniforme antes de que empiece el partido. Conferencia de prensa a las seis para anunciar tu fichaje. No te retrases. —Clip se encaminó hacia la puerta—. Y ponte esa corbata. Me gusta.

—¿Esta noche? —repitió Myron, pero Clip ya se había ido.

Tiempo muerto

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