Читать книгу Tiempo muerto - Харлан Кобен - Страница 9
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—El deporte es una forma de folclore —dijo Clip Arnstein en la sala llena de periodistas—. Lo que estimula nuestra imaginación no es sólo la victoria y la derrota, sino las historias. Las historias de perseverancia. Las historias de fuerza de voluntad. Las historias de trabajo duro. Las historias que parten el corazón. Las historias de milagros. Las historias de triunfo y tragedia. Las historias de regresos.
Clip miró a Myron, con los ojos humedecidos apropiadamente para la ocasión y su mejor sonrisa paternal. Myron reprimió un intenso deseo de esconderse bajo la mesa ante la que estaba sentado.
Después de una pausa premeditada, Clip se volvió hacia el público. Los periodistas guardaron silencio. Algunos flashes destellaron. Clip tragó saliva varias veces, como si hiciera acopio de fuerzas para continuar. Alzó sus ojos humedecidos hacia el público.
«Un poco melodramático —pensó Myron—, pero una estupenda interpretación, pese a todo.»
La conferencia de prensa estaba más concurrida de lo que Myron había supuesto. No había ni un asiento libre y muchos periodistas estaban de pie. Debía de ser un día de pocas noticias importantes. Clip se tomó su tiempo para recuperar la compostura, que en apariencia había perdido.
—Hace algo más de una década contraté a un jugador excepcional —prosiguió—, un jugador al que creía destinado a triunfar. Era excelente en los saltos, poseía un sentido intuitivo de la estrategia de juego, una voluntad tenaz de superación y, sobre todo, se trataba de un ser humano maravilloso. Todos sabemos qué le ocurrió a Myron Bolitar aquella fatídica noche en Landover, Maryland. No es mi intención escarbar en el pasado, pero como ya he dicho al principio de esta conferencia de prensa, el deporte es folclore. Hoy los Dragons conceden a ese joven la oportunidad de tejer su propia leyenda deportiva. Hoy los Dragons permiten a ese joven la posibilidad de poseer de nuevo lo que le fue arrebatado de forma cruel hace tantos años.
Myron notó que se ruborizaba y, a fin de apartar la mirada de los periodistas, la fijó en un lunar de la mejilla de Clip, con tal intensidad que su vista empezó a nublarse, afortunadamente.
—No será fácil, Myron —añadió Clip, hablándole directamente. A Myron se le hacía imposible mirarlo a los ojos—. No te hemos hecho promesas. No sé qué pasará a partir de este momento. No sé si esto será la culminación de tu historia o el inicio de un nuevo capítulo, pero aquellos que amamos el deporte debemos mantener encendida la llama de la esperanza. Es propio de nuestra naturaleza. Es propio de la naturaleza de todos los verdaderos combatientes y aficionados. —Hizo una pausa tras quebrársele la voz, y prosiguió—: Ésta es la realidad. He de recordártelo, Myron, aunque no me guste. Te doy la bienvenida al equipo en nombre de los New Jersey Dragons, a ti, un hombre con clase y valentía. Te deseamos lo mejor. Sabemos que, pase lo que pase en la pista, honrarás a este club.
Guardó silencio, apretó los labios y musitó un «gracias». Después extendió la mano hacia Myron, que se dispuso a interpretar su papel. Se levantó para estrechar la mano de Clip. No obstante, éste tenía otras ideas. Rodeó a Myron con los brazos y lo atrajo hacia sí. Los flashes destellaron como luces estroboscópicas de discoteca. Cuando Clip lo soltó por fin, se secó los ojos con dos dedos. Joder, el tipo hubiera podido competir con Al Pacino. Luego lo condujo hacia el estrado.
—¿Qué se siente al volver? —preguntó a voz en cuello un periodista.
—Miedo —contestó Myron.
—¿Cree que posee el nivel necesario para jugar en la NBA?
—No, la verdad es que no.
La sinceridad de la respuesta hizo que todos enmudeciesen. Pero sólo por un segundo. Clip rió y los presentes lo imitaron. Quizás imaginaba que se trataba de una broma. Myron no se tomó la molestia de desengañarlos.
—¿Cree que aún es capaz de meter triples? —inquirió otro.
Myron asintió.
—Creo que aún soy capaz —repuso—. Pero no estoy seguro de que lo consiga.
Más carcajadas.
—¿Por qué regresa después de tanto tiempo, Myron? ¿Qué fue lo que le convenció para volver justo ahora?
—La Hermandad de los Clarividentes.
Clip se puso en pie y atajó otras preguntas con una mano alzada.
—Lo siento, amigos, pero esto ha sido todo por ahora. Myron debe prepararse para el partido de esta noche.
Myron siguió a Clip hasta la oficina de éste. Calvin ya había llegado. Clip cerró la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó antes de sentarse.
Myron le habló de la sangre en el sótano. Clip palideció. Los dedos del Témpano se crisparon sobre el respaldo de la silla.
—¿Qué es lo que intentas decirme? —preguntó con aspereza Clip.
—¿Que qué intento decirle? Pues me parece clarísimo.
Clip se encogió de hombros.
—No lo entiendo.
—No hay nada que entender. Greg ha desaparecido. Nadie sabe nada de él desde hace cinco días. No ha sacado dinero del banco ni utilizado su tarjeta de crédito. Y, se lo repito, hemos descubierto sangre en el sótano de su casa.
—En el cuarto de jugar de los niños, ¿verdad? Es lo que dijiste antes. En el cuarto de jugar de los niños.
Myron asintió.
Clip dirigió una mirada inquisitiva a Calvin y alzó las manos con las palmas hacia arriba.
—¿Qué mierda significa eso?
—No estoy seguro.
—No significará alguna clase de juego sucio, ¿verdad? —preguntó Clip—. Piénsalo, Myron. Supongamos que Greg fue asesinado. Entonces ¿dónde está su cadáver? ¿Se lo llevó su asesino o asesinos? ¿Qué crees que pasó allí? ¿Los asesinos sorprendieron a Greg o qué? ¿Estaba solo? ¿En el cuarto de jugar de los críos, donde, debo suponer, Greg jugaba con sus muñequitas? ¿Lo mataron allí y lo arrastraron fuera de la casa sin dejar manchas de sangre, excepto en el sótano? —Clip abrió los brazos—. ¿Dónde está la lógica de todo esto?
La puesta en escena también había intrigado a Myron. Dirigió una mirada furtiva a Calvin, que parecía sumido en sus pensamientos.
—Podría haber pasado —añadió Clip, poniéndose de pie—, que uno de los hijos de Greg se cortase mientras jugaba...
—Pues debió de ser un corte muy grande —señaló Myron.
—O se dio un golpe en la nariz. Las narices sangran mucho. Eso mismo; podría tratarse de una simple hemorragia nasal.
Myron asintió.
—O quizá pasaban el rato matando pollos —le dijo—. También podría ser eso, ¿no?
—Menos sarcasmos, Myron.
Myron esperó un momento. Miró a Calvin; luego a Clip, y dijo:
—Usted me ha contratado para encontrar a Greg. Estoy siguiendo una buena pista. Sin embargo, no quiere ni oír hablar de ella.
—Si insinúas que no quiero oír que Greg está metido en líos...
—No, no insinúo eso. Usted tiene miedo de algo, y no es sólo de que Greg pueda estar metido en líos. Me gustaría saber qué es.
Clip miró a Calvin. Éste asintió de forma casi imperceptible. Clip volvió a sentarse. Tamborileó con los dedos sobre la mesa. El reloj de pie del rincón hizo tictac, como un eco de pega.
—Ten por seguro que sólo estamos preocupados por Greg. De veras.
—Ya.
—¿Sabes qué es una OPA, una oferta pública de adquisición de acciones?
—Estaba vivo en los ochenta —dijo Myron—. De hecho, alguien comentó el otro día que yo era un tipo muy de los ochenta.
—Bien, estoy padeciendo una ahora, y bien hostil, por cierto.
—Pensaba que era el accionista mayoritario.
Clip negó con la cabeza.
—Sólo poseo el cuarenta por ciento —repuso—. Ningún otro accionista tiene más del quince por ciento. Un par de accionistas minoritarios se han unido para intentar echarme. —Apoyó los puños sobre el escritorio como si fueran dos pisapapeles—. Dicen que pienso demasiado en el baloncesto y muy poco en los negocios. Sólo debería ocuparme de tratar con los jugadores y de las relaciones públicas. Votan dentro de dos días.
—¿Y qué?
—En este momento, la votación está muy reñida. Si se produjese un escándalo, estaría acabado.
Myron miró a los dos hombres y aguardó unos segundos.
—Me está pidiendo que calle lo que sé —dijo al fin.
—No, no, por supuesto que no —protestó Clip—. No estoy pidiéndote eso, te lo aseguro. Sencillamente no quiero que la prensa monte un escándalo por algo que quizá no sea nada. No puedo permitir que algo desagradable salga a la luz en este preciso momento.
—¿Desagradable?
—Exacto.
—¿Por ejemplo?
—Que me condenen si lo sé.
—Pero Greg podría estar muerto.
—Si ése es el caso, no viene de uno o dos días más, aunque te parezca muy egoísta por mi parte. Si a Greg le ha pasado algo, tiene que haber algún motivo.
—¿Un motivo?
Clip alzó las manos.
—No lo sé, joder. Desentierras a un muerto, o incluso a un hombre que ha estado un tiempo oculto, y empiezan a salir gusanos. ¿Sabes lo que quiero decir?
—No —repuso Myron.
—No puedo permitirme eso, Myron —prosiguió Clip—. Ahora no. Hasta después de la votación al menos.
—¿Me está diciendo que mantenga la boca cerrada? —preguntó Myron.
—En absoluto. Lo que no queremos es que cunda el pánico de forma innecesaria. Si Greg está muerto, tampoco le serviría de nada. Si ha desaparecido, está en tus manos la posibilidad de esquivar el acoso de los medios o salvarlo.
Myron aún no se lo había contado todo, pero decidió no insistir más, por el momento.
—¿Tiene idea de por qué alguien vigilaría la casa de Greg?
—¿La están vigilando? —preguntó Clip con expresión de estupor.
—Creo que sí.
Clip miró a Calvin.
—¿Calvin?
—Ni idea —respondió Calvin.
—Yo tampoco lo sé, Myron —dijo Clip—. ¿Y tú?
—Aún no. Una pregunta más: ¿tenía novia Greg?
Clip volvió a mirar a Calvin, que se encogió de hombros y contestó:
—Ligaba mucho, pero no creo que hubiera ninguna en especial.
—¿Conoces a alguna de las mujeres con las que estaba enrollado?
—Por el nombre no. La mayoría eran seguidoras: del equipo, ya sabes.
—¿Por qué? —preguntó Clip—. ¿Crees que se ha fugado con una tía?
—Ni idea —repuso Myron. Se puso de pie y añadió—: Será mejor que vaya al vestuario. El partido está a punto de comenzar.
—Espera.
Myron se detuvo.
—Por favor, Myron —le pidió Clip—. Ya sé que no lo parece, pero estoy muy preocupado por Greg. Quiero encontrarlo sano y salvo. —Tragó saliva. Las arrugas de su piel parecieron más pronunciadas. El rostro había adquirido un color enfermizo—. Si eres honesto y me aseguras que revelar lo que sabemos puede beneficiar a Greg, lo aceptaré. Cueste lo que cueste. Piénsalo. Quiero lo mejor para él. Lo aprecio mucho. Os aprecio a los dos. Sois unos hombres estupendos. Lo digo en serio. Os debo muchísimo.
Clip tenía los ojos arrasados en lágrimas. Myron no sabía muy bien qué hacer. Decidió asentir y no decir nada. Abrió la puerta y se marchó.
Cuando se acercaba al ascensor, oyó una voz ronca conocida.
—¡Pero si es el Chico Que Vuelve!
Myron miró a Audrey Wilson. Vestía su habitual indumentaria de reportera: chaqueta azul, jersey de cuello alto y lo que llamaban tejanos «lavados a la piedra». Su maquillaje era escaso o inexistente, y llevaba las uñas cortas y sin pintar. El único toque de color lo ponían sus zapatillas deportivas azul verdoso: unas Chuck Taylor Cons. Su aspecto no tenía nada de espectacular. No es que sus rasgos fuesen inapropiados, pero tampoco destacaba por nada; simplemente estaban ahí. Tenía una cabellera negra y abundante cortada al estilo paje, con flequillo.
—¿Detecto cierto aire cínico en tus palabras? —preguntó.
Audrey se encogió de hombros.
—No pensarás que me he tragado toda esa historia, ¿verdad?
—¿A qué te refieres?
—Tu repentino deseo de... —Audrey Wilson consultó sus notas—: «tejer tu propia leyenda en el tapiz esplendoroso del deporte». —Alzó la vista y sacudió la cabeza—. Ese Clip sí que tiene labia, ¿eh?
—Tengo que cambiarme, Audrey.
—¿Y si primero me cuentas la verdad?
—¿La verdad? Joder, Audrey, ¿por qué no pides una primicia? Me encanta cuando los periodistas dicen eso.
La mujer sonrió. Tenía una hermosa sonrisa.
—¿Por qué estás a la defensiva, Myron?
—¿Yo? Nunca.
—En ese caso, ¿qué me dices de una declaración para la prensa, para utilizar otro tópico?
Myron asintió y se llevó una mano al pecho en un gesto melodramático.
—Un ganador nunca abandona, un perdedor nunca gana.
—¿Esa frase es de Lombardi?
—De Felix Unger en La extraña pareja, cuando Howard Cossell apareció como estrella invitada —respondió Myron. Dio media vuelta y se encaminó hacia el vestuario.
Audrey lo siguió. Se trataba, sin duda, de la periodista deportiva más importante del país. Cubría en exclusiva a los Dragons para el periódico más vendido de la Costa Este. Tenía su propio programa de radio en la WFAN, en una de las horas de máxima audiencia. También se encargaba de presentar un programa de entrevistas los domingos por la mañana en la ESPN llamado Hablando de deportes. Y, sin embargo, como casi todas las mujeres que había en aquella profesión monopolizada por hombres, su posición era inestable y su carrera siempre estaba al borde del derrumbe, por más alto que hubiera llegado.
—¿Cómo está Jessica? —preguntó Audrey.
—Bien.
—Hace un mes que no hablo con ella. Quizá debería llamarla. Hablar de mujer a mujer con el corazón en la mano, ya sabes.
—Eso no sería jugar limpio.
—Intento facilitarte las cosas, Myron. Aquí está pasando algo raro. Sabes que tarde o temprano voy a descubrirlo. Sería mejor que me lo contaras.
—De verdad que no sé de qué estás hablando.
—Primero, Greg Downing desaparece del equipo en misteriosas circunstancias...
—¿Qué hay de misterioso en una lesión de tobillo?
—Luego, tú ocupas su puesto después de haber estado retirado de la competición durante casi once años. ¿No te parece extraño?
Fantástico, pensó Myron. Acababa de empezar y ya despertaba sospechas. Llegaron a la puerta del vestuario.
—Tengo que dejarte, Audrey. Ya hablaremos más tarde.
—Cuenta con ello —aseveró la mujer. Y mientras dedicaba a Myron una dulce sonrisa sarcástica, añadió—: Buena suerte, campeón. Acaba con ellos.
Myron asintió, respiró hondo y abrió la puerta.
Empieza el espectáculo.