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seis días antes

—Por favor, Myron, necesito tu ayuda.

Para Myron era algo así como la materialización de una fantasía: una preciosa damisela en apuros acababa de entrar en su despacho, como si saliera de una vieja película de Bogart. Sólo que, bueno, caminaba como un pato, y su ausencia de silueta delataba que la preciosa damisela en cuestión estaba embarazada de ocho meses, detalle que, lo siento, mataba todo el efecto de la fantasía.

Su nombre era Suzze T, abreviatura de Trevantino, y era una estrella del tenis retirada. Había sido la sensual chica mala del tour, más conocida por sus atuendos provocativos, los piercings y los tatuajes que por su juego. A pesar de todo, Suzze había ganado uno de los grandes campeonatos y consiguió una millonada con los patrocinios, el más notable de ellos como portavoz (a Myron le encantaba el eufemismo) de la La-La-Latte, una cadena de cafeterías topless, donde a los chicos universitarios les encantaba pedir «más leche». Qué buenos tiempos.

Myron abrió los brazos.

—Aquí estoy para ti, Suzze, veinticuatro horas al día, los siete días de la semana; ya lo sabes.

Estaban en su despacho de Park Avenue, sede de MB Reps. La M mayúscula correspondía a Myron, la B a Bolitar y Reps indicaba que era representante de deportistas, actores y escritores. Se trataba de un nombre literal.

—Sólo dime qué puedo hacer por ti.

Suzze comenzó a caminar por el despacho.

—No sé por dónde empezar. —Myron se disponía a hablar cuando ella levantó la mano—. Si te atreves a decir: «Empieza por el principio», te arrancaré uno de tus testículos.

—¿Sólo uno?

—Ahora estás comprometido. Pienso en tu pobre prometida.

Suzze aumentó la velocidad e intensidad de sus pasos hasta tal punto que una pequeña parte de Myron temió que comenzase a parir allí mismo, en su despacho recién acabado de reformar.

—Estoo... la alfombra —dijo Myron—. Es nueva.

Ella frunció el entrecejo, siguió caminando un poco más y comenzó a morderse las uñas, demasiado pulidas.

—¿Suzze?

Ella se detuvo. Sus miradas se encontraron.

—Dímelo —dijo él.

—¿Recuerdas cuando nos conocimos?

Myron asintió. Hacía sólo unos pocos meses que había salido de la Facultad de Derecho y acababa de poner en marcha su empresa. Entonces, en sus comienzos, MB Reps, era conocido como MB Sport Reps. Se llamaba así porque al principio Myron sólo representaba a deportistas. Cuando empezó a representar a actores, escritores y otros profesionales del campo de las artes y las celebridades, quitó el Sports del nombre de la empresa, y éste se quedó en MB Reps. De nuevo, la preferencia por lo literal.

—Por supuesto.

—Era un desastre, ¿verdad?

—Tenías un gran talento para el tenis.

—Y era un desastre. No me dores la píldora.

Myron levantó las palmas hacia el techo.

—Tenías dieciocho años.

—Diecisiete.

—Diecisiete, lo que sea. —Tuvo un rápido recuerdo de Suzze al sol: el pelo rubio recogido en una coleta, la sonrisa traviesa en su rostro, un golpe derecho que le daba a la pelota como si ésta la hubiese ofendido—. Acababas de convertirte en jugadora profesional. Los adolescentes colgaban tu retrato en sus dormitorios. Se suponía que ibas a derrotar a las leyendas de inmediato. Tus padres redefinieron la palabra prepotente. Habría sido un milagro que te mantuvieses incólume.

—Bien dicho.

—Entonces, ¿qué pasa?

Suzze se miró la barriga como si acabase de aparecer.

—Estoy embarazada.

—Eh, sí, ya lo veo.

—La vida es buena, ¿sabes? —Ahora su voz era suave, nostálgica—. Después de todos aquellos años, cuando era un desastre... encontré a Lex. Su música nunca ha sonado mejor. La academia de tenis funciona a tope. Ahora todo va de maravilla.

Myron esperó. Los ojos de ella permanecían fijos en su barriga mientras la acunaba como si su contenido fuese lo que, más o menos, era, dedujo Myron. Para mantener la conversación, preguntó:

—¿Te gusta estar embarazada?

—¿Te refieres al acto físico de gestar un niño?

—Sí.

Suzze se encogió de hombros.

—No es que me sienta radiante ni nada por el estilo. Me refiero a que estoy muy dispuesta a parir. Es un pensamiento interesante. A algunas mujeres les encanta estar embarazadas.

—¿A ti no?

—Es como si tuviese una excavadora aparcada en la vejiga. Creo que la razón por la que a las mujeres les gusta estar embarazadas es porque las hace sentirse especiales. Como si fuesen famosillas. La mayoría de las mujeres pasan por la vida sin llamar la atención, pero cuando están embarazadas, la gente monta revuelo a su alrededor. Puede parecer un poco condescendiente, pero a las mujeres embarazadas les gusta el aplauso. ¿Sabes a qué me refiero?

—Creo que sí.

—Supongo que ya he tenido mi ración de aplausos. —Se movió hacia la ventana y miró al exterior durante unos segundos. Luego se volvió hacia él—. Por cierto, ¿has visto lo grandes que tengo las tetas ahora?

—Hum —dijo Myron, y decidió no añadir nada más.

—Ahora que lo pienso, me pregunto si no deberías llamar a La-La-Latte para una nueva sesión fotográfica.

—¿Unas tomas en ángulos estratégicos?

—Exacto. Se podría hacer una gran campaña con estas mamas. —Se las cogió con las manos, como si Myron no se hubiera dado cuenta de a qué mamas se refería—. ¿Tú qué opinas?

—Creo —respondió Myron— que te estás yendo por las ramas.

Ahora en los ojos de ella había lágrimas.

—Soy tan rematadamente feliz.

—Sí, bueno, comprendo que podría ser un problema.

Ella sonrió al oírle.

—He dejado atrás los demonios. Incluso me he reconciliado con mi madre. Lex y yo no podríamos estar más preparados para tener al bebé. Quiero mantener a los demonios apartados.

Myron se irguió en el sillón.

—¿No estarás consumiendo de nuevo?

—Por Dios, no. No esa clase de demonios. Lex y yo ya hemos acabado con aquello.

Lex Ryder, el marido de Suzze, era la mitad de la legendaria banda/dúo, conocida como HorsePower; en realidad, seamos sinceros, era la mitad menos importante respecto a Gabriel Wire, un tipo con un carisma sobrenatural. Lex era un buen músico, aunque algo atribulado, pero él siempre sería un John Oates y Gabriel, un Daryl Hall; un Andrew Ridgeley y no un George Michael; sería como el resto de componentes de las Pussycat Dolls, eclipsadas por Nicole Scherz o como se llame.

—¿Qué clase de demonios, entonces?

Suzze metió la mano en el bolso. Sacó algo que desde el otro lado de la mesa parecía una foto. La miró durante unos instantes y se la pasó a Myron. Él le echó un vistazo y esperó a que ella hablase de nuevo. Por fin, sólo por decir algo, dijo una obviedad:

—Es la ecografía de tu bebé.

—Sí. Veintiocho semanas de edad.

Más silencio. Myron lo volvió a romper.

—¿Al bebé le pasa algo malo?

—Nada. Es perfecto.

—¿Él?

Suzze T sonrió.

—Voy a tener a mi hombrecito.

—Es muy guay.

—Sí. Oh, es una de las razones por las que estoy aquí: Lex y yo hemos estado hablando de ello. Los dos queremos que seas el padrino.

—¿Yo?

—Sí.

Myron no dijo nada.

—¿Y bien?

Ahora era Myron quien tenía los ojos húmedos.

—Me siento muy honrado.

—¿Estás llorando?

Myron no abrió la boca.

—Estás hecho una nenaza —dijo ella.

—¿Qué pasa, Suzze?

—Quizá nada. —Una pausa—. Creo que hay alguien que tiene la intención de destruirme.

Myron mantuvo los ojos en la ecografía.

—¿Cómo?

Entonces ella se lo mostró. Le mostró tres palabras que resonarían sordamente en su corazón durante mucho tiempo.

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