Читать книгу Atrapados - Харлан Кобен - Страница 7

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Tres meses después…

—¿Promete decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda de Dios?

Wendy dijo que sí, subió al banquillo y miró a su alrededor. Se sentía como si estuviese en un escenario, algo a lo que, por otra parte, estaba acostumbrada al ser una reportera de televisión, pero esta vez la cosa no le hacía ninguna gracia. Echó un vistazo y vio a los padres de las víctimas de Dan Mercer. Cuatro parejas. Estaban ahí cada día. Al principio, traían fotografías de sus hijos, de esas víctimas inocentes, y las sostenían en alto, pero el juez se lo acabó prohibiendo. Ahora se mantenían sentados en silencio, mirando; y curiosamente, eso resultaba aún más inquietante.

El asiento era incómodo. Wendy ajustó la posición, cruzó las piernas, las descruzó y se quedó a la espera. Flair Hickory, el defensor de los famosos, se puso de pie. Wendy, no por primera vez, se preguntaba de dónde habría sacado Dan Mercer el dinero para permitirse un abogado así. Flair llevaba su habitual traje gris a rayas rosas, camisa rosa y corbata rosa. Cruzó la sala de una manera que podría describirse discretamente como «teatral», pero que se parecía más a los movimientos de un Liberace que hubiese perdido la vergüenza por completo.

—Señora Tynes —empezó, con una sonrisa de bienvenida. Eso formaba parte de su estilo. Sí, era gay, pero lo enfatizaba ante el tribunal como si fuese un imitador de Liza Minnelli—. Me llamo Flair Hickory y le deseo unos buenos días.

—Buenos días —dijo ella.

—Usted trabaja para un programa de televisión amarillista titulado Atrapado in fraganti, ¿no es cierto?

El letrado de la acusación, un hombre llamado Lee Portnoi, dijo:

—Protesto. Es un programa de televisión a secas. No hay base alguna para sostener la alegación de que se trate de un programa populachero o amarillista.

Flair sonrió.

—¿Quiere que aporte pruebas al respecto, señor Portnoi?

—No será necesario —intervino la juez Lori Howard en un tono de voz que ya indicaba cierta preocupación. Se volvió hacia Wendy—. Por favor, responda a la pregunta.

—Ya no trabajo para ese programa —declaró Wendy.

Flair aparentó sorpresa ante la noticia.

—¿No? Pero ¿sí había trabajado en él?

—Sí.

—¿Y qué ocurrió?

—El programa fue retirado de antena.

—¿Por falta de audiencia?

—No.

—¿De verdad? ¿Por qué, entonces?

—Señoría, todos sabemos por qué —dijo Portnoi.

Lori Howard asintió.

—Avance un poco, señor Hickory.

—¿Conoce usted a mi cliente, Dan Mercer?

—Sí.

—Y se coló en su domicilio, ¿no es así?

Wendy intentó sostenerle la mirada, tratando de no parecer culpable, sin saber muy bien cómo se hacía eso.

—No me parece una descripción muy ajustada.

—¿No lo es? Pues nada, señora mía, pretendo ajustarme lo máximo posible a la realidad, así que volvamos a empezar.

Recorrió la sala como si estuviera en una pasarela de Milán. Hasta tuvo la audacia de sonreírles a las familias de las víctimas. La mayoría se puso a mirar ostensiblemente hacia otro lado, pero uno de los padres, Ed Grayson, le lanzó una mirada asesina. Flair se quedó tan ancho.

—¿Cómo conoció usted a mi cliente?

—Apareció en un chat.

Flair enarcó las cejas de manera espectacular.

—¿De verdad? —dijo como si lo que acababa de oír fuese de lo más fascinante—. ¿Qué tipo de chat?

—Un chat para niños.

—¿Y usted estaba ahí en medio?

—Sí.

—Usted no es una niña, señora Tynes. Vamos a ver, puede que no sea mi tipo, pero hasta yo me doy cuenta de que es usted una adulta de sexo femenino y de muy buen ver.

—¡Protesto!

La juez Howard suspiró.

—¿Señor Hickory?

Flair sonrió e hizo una reverencia en señal de disculpa. Se trataba de ese tipo de cosas de las que solo él podía salir bien librado.

—Bueno, señora Tynes, cuando usted estaba en ese chat, se hacía pasar por una menor de edad, ¿correcto?

—Sí.

—Y luego se lanzaba a unas conversaciones destinadas a atraer a hombres interesados en mantener relaciones sexuales con usted. ¿Estoy también en lo cierto?

—No.

—¿Cómo que no?

—Siempre les dejo dar el primer paso.

Flair meneó la cabeza e hizo unos ruiditos de reprobación.

—Si me dieran un dólar cada vez que digo eso…

La sala en pleno se echó a reír.

—Tenemos las transcripciones, señor Hickory. Podemos leerlas y llegar a nuestras propias conclusiones —dijo la juez.

—Excelente precisión, señoría, muchas gracias.

Wendy se preguntaba por la ausencia de Dan Mercer, pero entendía por qué no estaba allí. Se trataba de una sesión dedicada a aportar pruebas y, por consiguiente, Mercer no sería interrogado. Flair Hickory confiaba en convencer a la jueza para que prescindiera del material espantoso, enfermizo y vomitivo que la policía había encontrado en el ordenador de Mercer y oculto por toda la casa. Si lo lograba —aunque todo el mundo pensaba que lo tenía muy difícil—, lo más probable era que el caso contra Dan Mercer se derrumbara y las calles recuperasen a un depredador chiflado.

—Por cierto —Flair se dirigió de nuevo a Wendy—, ¿cómo supo usted que era mi cliente el que estaba al otro lado de esa conversación en la red?

—Al principio no lo sabía.

—Ah, ¿no? ¿Y con quién creía estar hablando?

—No sabía su nombre. Es parte del asunto. En esos momentos, solo sabía que era un tío que andaba en busca de sexo con menores.

—¿Y cómo lo sabía?

—¿Perdón?

Flair trazó unas comillas en el aire.

—«Un tío que andaba en busca de sexo con menores», como usted dice. ¿Cómo supo que la persona en cuestión se dedicaba a eso?

—Como ha dicho la juez, señor Hickory, lea las transcripciones.

—Oh, ya lo he hecho. ¿Y sabe a qué conclusión he llegado?

Eso puso de pie a Lee Portnoi.

—Protesto. No nos interesan las conclusiones del señor Hickory. Que yo sepa, no es un testigo.

—Admitido.

Flair se retiró a su escritorio y empezó a hojear sus notas. Wendy echó un vistazo a la sala. Le ayudaba a concentrarse. Esa gente había sufrido mucho, y ella les ayudaba a buscar justicia. Por mucho que aparentase estar quemada o que dijera que lo suyo no era más que un trabajo, lo cierto era que todo aquello significaba mucho para ella: había hecho cosas buenas. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Ed Grayson, vio algo ahí que no le gustó. Era una mirada airada, incluso retadora. Flair dejó a un lado los papeles.

—En fin, señora Tynes, permítame que se lo diga de esta manera: si una persona razonable leyera esas transcripciones, llegaría sin duda alguna a la conclusión de que uno de los participantes era una reportera de treinta y seis años y de muy buen ver…

—¡Protesto!

—… ¿o cree usted que alguien pensaría que aquello lo escribía una niña de trece años?

Wendy abrió la boca, la cerró y se quedó a la espera. La juez Howard le dijo:

—Puede contestar.

—Me hacía pasar por una cría de trece años.

—Ajá —dijo Flair Hickory—. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez?

—Señor Hickory… —le advirtió la juez.

—Lo siento, señoría, no lo he podido evitar. En fin, señora Tynes, si yo me limitara a leer esos mensajes, no podría saber que usted estaba mintiendo, ¿verdad? Pensaría que usted era realmente una niña de trece años.

Lee Portnoi empezaba a perder la paciencia.

—¿Y la pregunta?

—Ahora voy, cariño, así que presta atención: ¿fueron escritos esos mensajes por una niña de trece años?

—Preguntado y respondido, señoría —dijo Flair.

—Solo se trata de un sí o un no. ¿Era la autora de tales mensajes una niña de trece años?

La juez Howard asintió en dirección a la testigo.

—No —dijo Wendy.

—De hecho, como usted misma ha reconocido, se estaba haciendo pasar por una niña de trece años, ¿no es cierto?

—Así es.

—Y hasta donde usted sabe, la persona al otro lado de la comunicación también podía estar haciéndose pasar por un adulto en busca de sexo con menores. Ya puestos, igual podía estar usted hablando con una monja albina con herpes, ¿verdad?

—Protesto.

Wendy miró a Flair a los ojos.

—No fue una monja albina con herpes la que se presentó en casa de la niña buscando sexo.

Pero Flair no se arredró.

—¿De qué casa se trataba, señorita Tynes? ¿De la casa donde usted colocó sus cámaras? Dígame, ¿acaso vivía allí una menor?

Wendy no dijo nada.

—Haga el favor de responder a la pregunta —le indicó la juez.

—No.

—Pero usted estaba allí, ¿verdad? Puede que quien estaba en el otro extremo de la conversación, y la verdad es que seguimos sin saber quién era a estas alturas, hubiese visto su programa de noticias —pronunció la palabra «noticias» como si le dejara un mal sabor de boca— y decidido seguirle la corriente para poder conocer a una estrella de la televisión de treinta y seis años y de muy buen ver. ¿Acaso no cabe esa posibilidad?

Portnoi se puso de pie.

—Protesto, señoría. Ese es un tema para el jurado.

—Muy cierto —dijo Flair—. Y podríamos aducir, un caso evidente de manipulación. —Se volvió a Wendy—. Sigamos en la noche del 17 de enero, ¿le parece? ¿Qué ocurrió después de que usted se enfrentara a mi cliente en su casa trampa?

Wendy esperó a que el fiscal se opusiera al término «trampa», pero lo más probable era que este pensara que ya había hecho suficiente.

—Su cliente salió corriendo.

—Después de que usted se le echara encima con sus cámaras, sus focos y sus micrófonos, ¿verdad?

Volvió a esperar una protesta antes de responder.

—Sí.

—Dígame, señora Tynes. ¿Es así como reacciona la mayoría de los hombres a los que usted atrae a su casa trampa?

—No. En general, se quedan a dar explicaciones.

—¿Aunque la mayoría de ellos sean culpables?

—Sí.

—Pero mi cliente se comportó de un modo distinto. Interesante.

Portnoi se había vuelto a levantar.

—Puede que al señor Hickory le parezca interesante. Pero a los demás, sus triquiñuelas…

—Vale, vale, lo retiro —dijo Flair como si solo aspirase a que lo dejaran en paz—. Relájese, letrado, que el jurado no está. ¿No confía en que la juez detecte mis «triquiñuelas» sin su ayuda? —Se puso bien uno de los gemelos—. Bueno, señora Tynes, el caso es que usted encendió las cámaras y los focos y se echó encima de Dan Mercer blandiendo un micrófono, momento en el que mi cliente salió corriendo. ¿Es ese su testimonio?

—Lo es.

—¿Y qué hizo usted entonces?

—Les dije a mis productores que lo siguieran.

Flair volvió a aparentar sorpresa.

—¿Sus productores son agentes de policía, señora Tynes?

—No.

—¿A usted le parece normal que ciudadanos particulares se dediquen a la persecución de sospechosos sin la ayuda de agentes de la ley?

—Había un agente de policía con nosotros.

—Oh, por favor. —Hickory se puso escéptico—. Su programa es puro sensacionalismo. Periodismo amarillo de la peor especie…

Wendy le interrumpió.

—Ya nos habíamos visto antes, señor Hickory.

Eso le cogió por sorpresa.

—¿De verdad?

—Cuando yo era una asistente de producción en Cosas que pasan. Me puse en contacto con usted como experto en el juicio contra Robert Blake por asesinato.

Flair se volvió hacia los espectadores e hizo una espectacular reverencia.

—Ya lo ven, señoras y señores, ha quedado bien claro que me muero por chupar cámara. Me han pillado. —Otro ataque de risa generalizado—. Aun así, señora Tynes, ¿intenta usted decirle a la corte que el cuerpo de policía estaba tan a favor de sus tendencias periodísticas que le ofrecía su colaboración?

—Protesto.

—Denegado.

—Pero, señoría…

—Olvídese, señor Portnoi, y siéntese.

—Teníamos una relación con la policía y con la oficina del fiscal del distrito. Para nosotros era de suma importancia mantenernos en el lado correcto de la ley.

—Ya veo. Trabajaban a medias con el Departamento de Policía, ¿no?

—La verdad es que no del todo.

—Bueno, señora Tynes, ¿en qué quedamos? ¿Montaba la trampa usted solita, sin el conocimiento y la colaboración del cuerpo de policía?

—No.

—Vale, estupendo. ¿Se puso usted en contacto con la policía y con la oficina del fiscal antes de la noche del 17 de enero para hablarles de mi cliente?

—Hablamos con la fiscalía, sí.

—Magnífico, muchas gracias. Pero me acaba de decir que puso a sus productores a perseguir a mi cliente, ¿no es así?

—Ella no lo ha verbalizado de esa manera —intervino Portnoi—. Ha dicho «seguir», no «perseguir».

Flair contempló a Portnoi como si nunca hubiese visto a un pelmazo más inaguantable.

—Vale, vale, lo que usted diga… Perseguir, seguir, ya analizaremos la diferencia en otro momento. Señora Tynes, cuando mi cliente echó a correr, ¿usted adónde fue?

—A su domicilio.

—¿Por qué?

—Supuse que, en algún momento, Dan Mercer aparecería por allí.

—¿Se quedó fuera de la residencia mientras esperaba?

Wendy hizo una mueca. Estaban llegando a ese momento. Echó un vistazo a los rostros que tenía delante y clavó sus ojos en los de Ed Grayson, cuyo hijo de nueve años había sido una de las primeras víctimas de Mercer. Podía sentir el peso de su mirada cuando dijo:

—Vi una luz encendida.

—¿En casa de Dan Mercer?

—Sí.

—Qué raro —dijo Flair en tono sarcástico—. Nunca he oído hablar de nadie que deje una luz encendida cuando no está en casa.

—¡Protesto!

La juez Howard suspiró de nuevo.

—Señor Hickory…

Flair mantenía la vista clavada en Wendy.

—¿Y qué hizo entonces, señora Tynes?

—Llamé a la puerta.

—¿Y apareció mi cliente?

—No.

—¿Apareció alguien?

—No.

—¿Y qué hizo usted a continuación, señora Tynes?

Wendy intentó mantenerse muy quieta cuando dijo lo siguiente:

—Me pareció ver cierto movimiento en la ventana.

—Le pareció ver cierto movimiento —repitió Flair—. Vaya, vaya, ¿no podría ser un poquito más imprecisa?

—¡Protesto!

—Lo retiro. ¿Qué hizo usted entonces?

—Probé el pomo de la puerta y vi que no estaba cerrada con llave, así que la abrí.

—¿De verdad? ¿Y por qué hizo algo así?

—Estaba preocupada.

—¿Preocupada por qué?

—Ha habido casos de pedófilos que se han autolesionado al ser descubiertos.

—¿Es eso cierto? En ese caso, ¿le preocupaba la posibilidad de que su trampa condujera a mi cliente al suicidio?

—Algo así, sí.

Flair se llevó la mano al pecho.

—Me ha conmovido.

—¡Señoría! —gritó Portnoi.

Flair se lo volvió a quitar de encima con un displicente manotazo al aire.

—O sea, que usted quería salvar a mi cliente, ¿no?

—Si ese era el caso, sí, quería detenerlo.

—En antena, usted ha utilizado palabras como «pervertido», «chiflado», «depravado», «monstruoso» o «escoria» para referirse a aquellos a los que tiende trampas, ¿no es cierto?

—Sí.

—Pero en su testimonio de hoy ¿afirma que estaba dispuesta a colarse en casa de mi cliente, o sea, a quebrantar la ley, para salvarle la vida?

—Supongo que se podría describir así.

La voz de Flair ya no solo desprendía sarcasmo, sino que parecía llevar días marinándose en él.

—Cuánta nobleza.

—¡Protesto!

—No era cuestión de nobleza —dijo Wendy—. Prefiero ver a esa gente ante la justicia y dar a las familias la posibilidad de cerrar su duelo. El suicidio es una salida muy sencilla.

—Ya veo. ¿Y qué ocurrió cuando se coló en casa de mi cliente?

—Protesto —dijo Portnoi—. La señora Tynes ha dicho que la puerta no estaba cerrada…

—Bueno, vale, entró, se coló, lo que mejor le parezca a este buen señor —dijo Flair con las manos en las caderas—. Pero deje de interrumpir. Señora Tynes, ¿qué ocurrió después de que usted entrara —hizo especial hincapié en esa palabra— en casa de mi cliente?

—Nada.

—¿Mi cliente no intentaba causarse daño a sí mismo?

—No.

—¿Y qué estaba haciendo?

—No estaba allí.

—¿Había alguien ahí dentro?

—No.

—¿Y ese «movimiento» que usted creyó detectar?

—No lo sé.

Flair asintió y dio un paseíto.

—Usted ha testificado que se fue en coche a casa de mi cliente casi inmediatamente después de que este saliera corriendo con su productor detrás. ¿De verdad creyó que tendría tiempo de volver a casa y suicidarse?

—Conocía el camino más rápido y llevaba cierta ventaja. Sí, pensé que tendría tiempo suficiente.

—Ya veo. Pero se equivocaba, ¿no?

—¿Respecto a qué?

—Mi cliente no se fue directo a casa, ¿verdad?

—Cierto, no fue así.

—Pero usted entró en casa del señor Mercer…antes de que llegaran él o la policía, ¿estoy en lo cierto?

—Solo fue cosa de un momento.

—¿Cuánto dura un momento?

—No se lo podría decir.

—Bueno, tendría que revisar cada habitación, ¿no? Para cerciorarse de que no se había colgado de una viga con su propio cinturón, o algo parecido, ¿verdad?

—Solo revisé la habitación que tenía la luz encendida. La cocina.

—Lo cual significa que, por lo menos, tuvo usted que atravesar el salón. Dígame, señora Tynes, ¿qué hizo tras descubrir que mi cliente no estaba en casa?

—Salí fuera y me puse a esperar.

—¿A esperar qué?

—A que llegara la policía.

—¿Y llegó?

—Sí.

—Con una orden para registrar el domicilio de mi cliente, ¿no es así?

—Sí.

—Mire, soy consciente de su buena intención al introducirse en casa de mi cliente, pero… ¿no había una pequeña parte de usted que se preocupaba por la trampa que le había tendido?

—No.

—Desde ese programa del 17 de enero, usted ha llevado a cabo una investigación exhaustiva sobre el pasado de mi cliente. Aparte de lo que la policía encontró esa noche en su domicilio, ¿ha hallado alguna otra prueba sólida de actividades ilegales?

—Todavía no.

—O sea, no —dijo Flair—. En pocas palabras, sin las pruebas que se encontraron durante el registro policial, usted no tendría nada que vinculase a mi cliente con ninguna actividad ilegal, ¿verdad?

—Apareció por la casa esa noche.

—Por la casa trampa en la que no vivía ninguna menor de edad. O sea, señora Tynes, que el caso, así como su, digamos, reputación, se basa en los materiales hallados en el domicilio de mi cliente. Sin eso, no tiene usted nada. Resumiendo: usted disponía de los medios y los motivos necesarios para plantar esas pruebas, ¿no?

Lee Portnoi saltó al oír eso.

—Señoría, esto es ridículo. Ese asunto lo debe abordar el jurado.

—La señora Tynes ha reconocido haber entrado en la casa de manera ilegal, sin una orden judicial —dijo Flair.

—De acuerdo —contraatacó Portnoi—, pues acúsela de allanamiento de morada, si es que cree poder probarlo. Y si el señor Hickory insiste en aportar teorías absurdas sobre monjas albinas o pruebas colocadas, está en su derecho, pero que lo haga durante el juicio. Ante un jurado y en un juzgado. Así yo podré presentar pruebas que demuestren lo absurdo de sus teorías. Para eso tenemos juzgados y juicios. La señora Tynes es una ciudadana particular, y a un ciudadano particular no se le aplica el mismo tratamiento que a un oficial del juzgado. No se puede prescindir del ordenador y de las imágenes, señoría. Se hallaron durante un registro legal después de que un juez firmara la orden que lo autorizaba. Algunas de esas fotos tan desagradables estaban escondidas en el garaje y detrás de una estantería… Y es imposible que la señora Tynes las hubiese colocado ahí durante los breves instantes, o minutos, que pasó dentro del domicilio.

Flair negó con la cabeza.

—Wendy Tynes se coló en la casa obedeciendo, en el mejor de los casos, a motivos muy discutibles. ¿Una luz encendida? ¿Un cierto movimiento? Por el amor de Dios… Contaba con un motivo urgente para plantar pruebas y con la manera de hacerlo, y sabía que la casa de Dan Mercer sería registrada en breve. Esto es peor que la fruta de un árbol venenoso. Cualquier prueba encontrada en la casa debe ser rechazada.

—Wendy Tynes es una particular.

—Pero eso no le da carta blanca en el caso que nos ocupa. Podría haber dejado fácilmente allí el portátil y las fotografías.

—Eso ya se lo contará usted al jurado.

—Señoría, el material encontrado puede generar prejuicios absurdos. Según se deduce de su testimonio, resulta evidente que la señora Tynes es algo más que una particular en este caso. Le he preguntado varias veces sobre su relación con la fiscalía, y ha admitido ser agente suya.

A Lee Portnoi le subieron los colores a la cara.

—Eso es ridículo, señoría. ¿Se considera ahora agente de la ley a todo reportero que investiga un delito?

—Como ella misma ha reconocido, Wendy Tynes trabajó con, y muy cerca de, su oficina, señor Portnoi. Si quiere, puedo pedirle a la estenógrafa que vuelva a leer la parte en la que se habla de un agente de policía sobre el terreno y de los contactos con la fiscalía.

—Pero eso no la convierte a ella en policía.

—Es una mera cuestión semántica, y el señor Portnoi es consciente de ello. Su oficina no tendría nada contra mi cliente de no ser por Wendy Tynes. Todo el caso, todos esos delitos de los que se acusa a mi cliente, se basa en el intento de la señora Tynes de tenderle una trampa al señor Mercer. Sin su participación, no se habría cursado ninguna orden.

Portnoi atravesó la sala.

—Señoría, puede que la señora Tynes se dirigiera a nosotros en primer lugar, pero si partimos de ahí, cualquier testigo o parte afectada que nos viene a ver acabaría siendo considerado un agente…

—Ya he oído bastante —dijo la juez Howard. Dio un martillazo y se puso de pie—. Les comunicaré mi decisión mañana por la mañana.

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