Читать книгу Atrapados - Харлан Кобен - Страница 9
3
ОглавлениеWendy se mantuvo callada unos instantes.
—Tenemos que vernos —insistió Dan Mercer.
—¿No soy demasiado mayor para ti, Dan? Vamos a ver, resulta que ya tengo pechos y que me viene la regla.
Le pareció escuchar un suspiro.
—Eres muy cínica, Wendy.
—¿Qué quieres?
—Hay ciertas cosas que te convendría saber —dijo él.
—¿Como cuáles?
—Como que aquí nada es lo que parece.
—Lo que parece es que eres un pervertido majareta, retorcido y depravado cuyo abogado es un genio. Eso es lo que parece.
Pero incluso mientras pronunciaba estas palabras, Wendy delataba en su tono de voz una leve duda. ¿Se la podría considerar una duda razonable? No le creía. Las pruebas no mienten. Eso era algo que había aprendido muy bien, personal y profesionalmente. La verdad era que su supuesta intuición femenina solía ser un asco.
—¿Wendy?
No respondió.
—Me montaron una encerrona.
—Caramba, Dan, eso sí que es nuevo. Déjame que lo apunte y que pille a mi productor, para que lo ponga en esos textos que corren por debajo de la pantalla: «Noticia bomba: el psicópata dice que cayó en una encerrona».
Silencio. Por un momento, Wendy creyó perderle. Había colgado. Había sido muy tonta al dejarse llevar por las emociones. Mantén la calma. Habla con él. Hazte amiga suya. Sé amable. Sácale información. Ya puestos, tiéndele una trampa.
—¿Dan?
—Esto ha sido un error.
—Te estoy escuchando. ¿Dijiste algo de una encerrona?
—Más vale que cuelgue.
Wendy quería impedirlo, tomarla consigo misma por haberse excedido con los sarcasmos, pero eso sonaría a la típica manipulación. Ya le había seguido la corriente muchas veces, desde la primera vez que intentó entrevistarle el año anterior para un artículo sobre su trabajo en el refugio, casi un año antes de que le pillaran in fraganti. No quería ceder ante él, pero tampoco quería que se largara.
—Tú eres el que ha llamado —le dijo.
—Ya lo sé.
—Pues aquí estoy, te escucho.
—Veámonos. A solas.
—Esa idea no me acaba de convencer.
—Pues olvídate.
—Muy bien, Dan, allá tú. Nos veremos en el juzgado.
Silencio.
—¿Dan?
Su voz era un susurro que a ella le puso la carne de gallina.
—No tienes ni idea, ¿verdad, Wendy?
—¿Ni idea de qué?
Oyó un ruido que podría haber sido un sollozo, o tal vez una risa. No era fácil distinguirlo al teléfono. Se apretó con más fuerza el auricular y esperó.
—Si quieres verme —dijo él—, te enviaré las señas por mail. Mañana a las dos de la tarde. Ven sola. Y si prefieres no aparecer… Pues nada, habrá sido un placer conocerte.
Dicho lo cual, colgó.
La puerta del despacho de Vic estaba abierta. Wendy echó un vistazo rápido al interior y le vio al teléfono. Vic levantó un dedo para que le diera un segundo, se despidió con un gruñido de quien estuviera al otro lado del hilo y colgó.
—Acabo de recibir noticias de Dan Mercer —dijo Wendy.
—¿Te ha llamado?
—Sí.
—¿Cuándo?
—Ahora mismo.
Vic se arrellanó en el asiento y cruzó las manos sobre la tripa.
—¿Y qué te ha dicho?
—Que le tendieron una trampa y que quiere que nos veamos. —Se fijó en la expresión de su rostro—. ¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?
Vic suspiró.
—Toma asiento.
—Ay, ay, ay —dijo Wendy.
—Exacto: ay, ay, ay.
Wendy se sentó.
—La juez acaba de tomar una decisión. Prescinde de todas las pruebas encontradas en casa de Dan Mercer. Y a causa de los prejuicios de la prensa escrita y de la televisión, desestima todas las acusaciones.
A Wendy se le cayó el alma a los pies.
—Por favor, dime que es una broma.
Pero Vic no dijo nada. Wendy cerró los ojos y sintió que se hundía en un pozo muy profundo. Ahora entendía por qué Dan sabía que acabaría acudiendo a la cita.
—¿Y ahora qué? —le preguntó a su jefe.
Pero Vic se limitó a quedársela mirando.
—¿Estoy despedida?
—Pues sí.
—¿Así de fácil?
—Más o menos, sí. Hay crisis económica. Total, los ejecutivos de arriba ya están echando a gente. —Se encogió de hombros—. ¿Quién mejor que tú para cortarle el cuello?
—Se me ocurren unos cuantos.
—A mí también, pero no han metido tanto la pata. Lo siento, chata, pero así son las cosas. Se te indemnizará. Pero recoge tus cosas hoy mismo. No quieren volverte a ver en este edificio.
Wendy estaba atónita. Se puso de pie con mucho cuidado.
—¿Saliste en mi defensa, por lo menos?
—Yo solo doy la cara cuando tengo alguna oportunidad de ganar. Si no es así, ¿para qué?
Wendy esperó. Vic bajó la vista y aparentó estar muy ocupado. Sin levantar los ojos, le dijo:
—¿Esperas un momento de ternura?
—No —dijo Wendy. Y luego añadió—: Tal vez.
—¿Piensas ver a Mercer? —le preguntó Vic.
Wendy se volvió hacia él.
—Sí.
—¿Tomarás precauciones?
Se obligó a sonreír.
—Tío, eso me lo decía mi madre cuando empecé la universidad.
—Deduzco que no le hiciste el menor caso.
—Exacto.
—De manera oficial, claro está, no trabajas aquí y no ocupas ningún cargo en la empresa. Así que debería aconsejarte que te mantuvieses a una distancia prudencial de Dan Mercer.
—¿Y desde un punto de vista extraoficial?
—Si encontraras una manera de trincarlo, en fin… Los héroes siempre son más fáciles de recontratar que los chivos expiatorios.
La casa estaba en silencio cuando Wendy regresó, pero eso no quería decir nada. De joven, sus padres sabían que estaba en casa porque la música atronaba desde el aparato que tenía en su cuarto. Pero los chicos de ahora utilizaban auriculares, o como los llamaran, las veinticuatro horas del día. Así se imaginaba ahora Wendy a su hijo, ante el ordenador y con los auriculares bien calados. Si la casa ardiera, el chaval ni se enteraría.
A pesar de eso, Wendy gritó a pleno pulmón:
—¡Charlie!
No hubo respuesta. Hacía cosa de tres años que no la había. Wendy se sirvió un trago —vodka a la granada con un chorrito de lima— y se desmoronó sobre un gastado sillón. Había sido el sillón favorito de John, y sí, puede que le diera cierta grima eso de conservarlo y desplomarse encima con una copa al final de la jornada, pero ella lo encontraba reconfortante. Wendy llevaba cierto tiempo pensando en cómo cojones iba a pagar la matrícula de Charlie con el sueldo que tenía, pero eso ya no constituía una preocupación, sino una imposibilidad. Bebió otro sorbo, echó un vistazo por la ventana y se preguntó qué hacer a partir de ahora. Nadie contrataba a nadie, y como tan delicadamente lo había expresado Vic, ella había metido mucho la pata. Pensó en algún otro tipo de trabajo que realizar, pero se dio cuenta enseguida de que carecía de ninguna habilidad especializada. Era descuidada, desorganizada e incapaz de trabajar en equipo. Si le dieran un tarjetón de evaluación escolar, pondría: «No se relaciona bien con los demás». Esa manera de ser solo era útil para un reportero detrás de una historia. No funcionaba en casi ningún otro sitio.
Revisó el correo, vio la tercera carta de Ariana Nasbro y notó un agudo pinchazo en las entrañas. Le empezaron a temblar las manos. No hacía falta abrirla. Dos meses atrás, había leído la primera y a punto estuvo de vomitar. Con tan solo dos dedos, sostuvo el sobre como si apestara, lo cual no andaba muy lejos de la realidad, se trasladó a la cocina y lo introdujo en lo más profundo del cubo de la basura. Menos mal que Charlie nunca controlaba el correo. Evidentemente, sabía quién era Ariana Nasbro: doce años atrás, Ariana Nasbro había asesinado a su padre.
Wendy enfiló las escaleras y llamó a la puerta de su hijo. No hubo ningún tipo de respuesta, naturalmente, así que la abrió. Charlie levantó la vista, molesto, y se quitó los auriculares.
—¿Qué?
—¿Has hecho los deberes?
—Ahora iba a ponerme.
Charlie se dio cuenta de que su madre se iba a cabrear de un momento a otro, así que le dedicó su mejor sonrisa, tan parecida a la de su padre que a Wendy le sentaba como una puñalada. Iba a echarle una bronca por no haber hecho todavía los deberes, pero lo cierto era que… ¿qué más daba? Era absurdo perderse en esas minucias cuando le quedaba tan poco tiempo para estar con él, un tiempo que pasaba cada vez más rápido.
—¿Le has echado de comer a Jersey?
—Eh…
Wendy adoptó una expresión fatalista.
—Olvídalo. Ya lo haré yo.
—¿Mamá?
—¿Sí?
—¿Has pillado comida en la Casa de Bambú?
La cena. Lo había olvidado. Charlie imitó el gesto fatalista de su madre.
—No te hagas el listillo. —Wendy había tomado la decisión de no darle aún las malas noticias, de esperar el momento adecuado, pero acabó confesando—. Hoy me han despedido.
Charlie se limitó a mirarla.
—¿Me has oído?
—Sí —repuso—. Vaya mierda.
—Pues sí.
—¿Quieres que vaya yo a por la cena?
—Te lo agradezco.
—Pero sigues pagando tú, ¿no?
—De momento, sí. Creo que hasta ahí aún llego.