Читать книгу En fuga - Харлан Кобен - Страница 12
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ОглавлениеAsh observó al objetivo acercarse a la destartalada casa de dos viviendas.
—¿Conduce un Cadillac? —le preguntó Dee Dee.
—Eso parece.
—¿Es un Eldorado?
Dee Dee nunca callaba.
—No.
—¿Estás seguro?
—Es un ATS. Cadillac dejó de fabricar el Eldorado en el año 2002.
—¿Cómo lo sabes?
Ash se encogió de hombros. Eran cosas que sabía.
—Mi papá tenía un Eldorado —dijo Dee Dee.
Ash frunció el ceño.
—¿Tu papá?
—¿Qué pasa? ¿Crees que no me acuerdo de él?
Dee Dee había estado en casas de acogida desde los seis años de edad. Ash había entrado en la primera cuando tenía cuatro. Durante los catorce años siguientes, había estado en más de veinte. Probablemente las mismas que Dee, más o menos. En tres ocasiones, habían acabado en la misma casa de acogida, por un total de ocho meses.
—Lo había comprado usado, claro. Muy usado, vaya. Tenía los bajos oxidados. Pero a papá le encantaba aquel coche. Solía dejar que me sentara en el asiento de delante con él. Sin cinturón. El cuero de los asientos estaba todo agrietado. Me rascaba las piernas. El caso es que ponía la radio a todo volumen y, a veces, cantaba las canciones que sonaban. Eso es lo que más recuerdo. Tenía buena voz, mi viejo. Sonreía, arrancaba a cantar, soltaba el volante y conducía con las muñecas. ¿Sabes a lo que me refiero?
Ash lo sabía. También sabía que papá conducía con una mano mientras metía la otra entre las piernas de su hijita, pero no parecía que fuera el momento de sacar aquello a colación.
—Papá adoraba ese maldito coche —siguió Dee Dee, con un mohín—. Hasta que...
Ash no pudo contenerse:
—¿Hasta que qué?
—Quizá fuera ahí cuando todo empezó a torcerse. Cuando papá descubrió la verdad acerca de ese coche.
Ash se encogía cada vez que ella usaba la palabra papá.
El objetivo salió del coche. Era un tipo corpulento vestido con vaqueros, con unas botas Timberland de imitación muy gastadas y una camisa de franela. Lucía una barba y una gorra de béisbol de los Boston Red Sox con estampado de camuflaje, demasiado pequeña para su cabeza de calabaza.
Ash hizo un gesto con la barbilla.
—¿Es nuestro hombre?
—Eso parece. ¿Cuál es el plan?
El objetivo abrió la puerta trasera del coche, y salieron dos niñas con mochilas escolares de un verde brillante. Sus hijas, Ash lo sabía. La más alta, Kelsey, tenía diez años. La menor, Kiera, ocho.
—Esperamos.
Ash estaba sentado al volante. Dee Dee en el asiento de copiloto. Ash no la había visto en tres años. Antes de su reciente reencuentro, la había dado por muerta. Supuso que resultaría incómodo —demasiado tiempo, demasiados puentes rotos—, pero enseguida empezaron a reproducir los viejos patrones.
—Bueno, ¿y qué pasó? —preguntó Ash.
—¿Con qué?
—Con el Eldorado de tu padre. ¿Cómo se torció la cosa? ¿Cuál fue esa verdad tan reveladora?
A Dee Dee se le borró la sonrisa del rostro y cambió de posición en su asiento.
—No hace falta que me lo cuentes.
—No —dijo ella—. Quiero hacerlo.
Ambos se quedaron mirando a través del parabrisas, en dirección a la casa de su objetivo.
Ash se llevó la mano a la cadera, donde tenía enfundada la pistola. Había recibido instrucciones. No tenía ni idea de qué habría hecho aquel tipo robusto —ni de qué habría hecho ninguno de los que aparecían en la lista—, pero a veces, cuanto menos los conocías, mejor.
—Fuimos a cenar a un bonito restaurante de pescado —contó Dee Dee—. Fue justo antes de que muriera mi abuela. Ella pagó. Mi padre, bueno, era más bien de carne. En realidad, odiaba el pescado. Vamos, que no le gustaba nada.
Ash no tenía ni idea de por dónde iban los tiros.
—De modo que llega el camarero y empieza a leer los platos del día. Trajo una pizarrita, en la que estaban escritos los platos con tiza. Chulo, ¿no?
—Pues sí.
—El caso es que el camarero llega al pescado del día (el tipo tiene un acento raro), y va y dice: «El chef recomienda mucho el... (y entonces el camarero mueve la pizarrita como si esta escondiera el coche en El precio justo) dorado a la parrilla con pesto de nueces y perejil».
Ash se giró y la miró a la cara. Cabría imaginarse que los años le habrían pasado factura a Dee Dee, después de todo lo que había pasado, pero estaba más guapa que nunca. Su rubio cabello lo llevaba recogido en una gruesa trenza que le caía por la espalda. Tenía los labios carnosos, la piel impecable. Sus ojos verdes poseían un tono esmeralda intenso que la mayoría atribuía a unas lentillas de color o a algún tipo de cosmético.
—De modo que papá le pide al camarero que repita eso, el nombre del pescado, el camarero lo hace y papá...
Ash no podía aguantar más que siguiera llamándolo así.
—... y papá empieza a echar humo por las orejas. Vamos, que sale del restaurante hecho una furia. Tirando al suelo la silla y todo. Su coche, lo que más le gusta en el mundo... ¡lleva el nombre de un pescado! Y eso papá no lo soporta.
Ash se la quedó mirando.
—¿Lo dices en serio?
—¡Claro que lo digo en serio!
—No se llama así por el pescado.
—¿Es que nunca has oído hablar de ese pescado?
—Sí que lo he oído, pero El Dorado es una ciudad mítica llena de oro en Sudamérica.
—Pero también es un pescado, ¿no?
Ash no dijo nada.
—¿Ash?
—Sí —suspiró—. Sí, también es un pescado.
El objetivo volvió a salir de su casa. Se dirigió al garaje.
—¿Todos tienen que llevarse a cabo de manera diferente? —preguntó Ash.
—No sé si tienen que ser diferentes, pero no puede haber conexión.
O sea, que no podía ser como en Chicago. Aun así, eso le daba mucha flexibilidad en ese caso.
—Vigila la casa —dijo.
—¿Esta vez no quieres que vaya contigo? —Sonó como si estuviera dolida.
—No. Coge el volante. Mantén el motor encendido. Observa la puerta. Si sale alguien, llámame.
No repitió las instrucciones. El objetivo se había metido en el garaje. Ash se dirigió hacia allí. Lo que sabía sobre su objetivo era lo siguiente. Nombre: Kevin Gano. Casado desde hacía doce años con su amorcito del instituto, Courtney. Los cuatro miembros de la familia vivían en el piso superior de aquella casa de dos viviendas en Devon Street, en Revere (Massachusetts). Seis meses atrás, Kevin había sido despedido de la planta de empaquetado de carne Alston Meat en Lynn, donde llevaba trabajando siete años. Desde entonces estaba buscando trabajo, pero en vano, de modo que el mes anterior Courtney se había visto obligada a volver a su trabajo de recepcionista en una agencia de viajes en Constitution Avenue.
Kevin, para colaborar en la casa, recogía cada día a las niñas en el colegio a las dos de la tarde. Por eso estaba en casa en aquel momento, cuando el resto de su barrio, de clase obrera, permanecía apagado y en silencio.
Kevin estaba de pie junto a su banco de trabajo, desmontando un reproductor de DVD o Blu-ray —se ganaba un dinerito haciendo pequeñas reparaciones— en el momento en que se acercó Ash. Levantó la mirada y le sonrió amablemente. Ash le devolvió la sonrisa y luego le apuntó con la pistola.
—Todo irá bien si no te mueves.
Ash entró en el garaje y tiró de la puerta, cerrándola tras de sí, sin dejar de apuntar a Kevin ni quitarle los ojos de encima. Kevin aún sostenía el destornillador en la mano.
En la mano derecha.
—¿Qué quieres?
—Deja el destornillador, Kevin. Coopera, y nadie saldrá herido.
—Y una mierda.
—¿Qué?
—Me estás mostrando la cara.
Bien visto.
—Vengo disfrazado. No te preocupes por eso.
—Y una mierda —repitió Kevin, que miró hacia la puerta lateral, como si fuera a salir corriendo por ella.
—Kelsey y Kiera —dijo Ash y, al oír los nombres de sus hijas, Kevin se quedó paralizado—. Esto puede acabar de dos modos. Si sales corriendo, te mataré de un disparo. Luego tendré que hacer que parezca un robo que ha salido mal. Eso significa que entro en tu casa. ¿Qué están haciendo Kelsey y Kiera, Kevin? ¿Los deberes? ¿Ver la tele? ¿Merendar? Lo que sea. Entraré y les haré unas cosas tan horribles que agradecerás estar muerto.
Kevin negó con la cabeza, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Por favor...
—O —dijo Ash—, puedes dejar el destornillador ahora mismo.
Kevin hizo lo que le pedía. El destornillador resonó al rebotar contra el suelo de hormigón.
—No lo entiendo. Nunca le he hecho nada a nadie. ¿Por qué haces esto?
Ash se encogió de hombros.
—Por favor, no le hagas nada a mis niñas. Haré lo que quieras, pero no... —Tragó saliva e irguió la cabeza—. Bueno... ¿y ahora, qué?
Ash cruzó el garaje y apoyó la punta de la pistola contra la sien de Kevin. Kevin cerró los ojos justo antes de que Ash apretara el gatillo. El sonido resonó con fuerza en el garaje cerrado, pero Ash dudaba de que nadie hiciera caso fuera de allí. Kevin ya estaba muerto antes de caer al suelo. Ash se movió con rapidez. Le colocó la pistola en la mano derecha y apretó el gatillo, disparando una bala contra el suelo. Así quedarían residuos de pólvora en su mano. Le sacó el teléfono del bolsillo trasero del pantalón y usó el pulgar de Kevin para desbloquearlo. Luego hizo una búsqueda rápida y encontró la información de contacto de su mujer.
El nombre de Courtney estaba en la agenda de contactos, con dos corazones delante de su nombre y otros dos detrás.
Corazones. Kevin había puesto corazones junto al nombre de su esposa. Ash escribió un mensaje escueto:
Lo siento. Por favor, perdóname.
Pulsó «enviar», dejó el teléfono en el banco de trabajo y se volvió al coche. Sin correr. Sin caminar demasiado deprisa. Ash se imaginó que habría entre un ochenta y un ochenta y cinco por ciento de posibilidades de que lo del suicidio colara. Se encontrarían con una herida de bala en la cabeza, en la sien derecha de la víctima, tal como lo haría un diestro, si se disparara a sí mismo. Por eso Ash se había fijado en qué mano sostenía el destornillador Kevin. Tenían la nota de suicidio. Tenían el residuo de pólvora en la mano. La bala extra probablemente daría la impresión de que Kevin lo había intentado una vez antes, y que se había encogido; que luego había hecho acopio de valor y se había decidido.
Así que probablemente se lo tragaran. Un ochenta, ochenta y cinco por ciento... quizá, más bien, el noventa por ciento, si a eso añadían que Kevin estaba sin trabajo y, probablemente, deprimido por ello. Si algún policía se ponía superagresivo o veía demasiado CSI, tal vez encontrara algo que no cuadrase. Por ejemplo, no había tenido tiempo suficiente para preparar a Kevin antes del segundo disparo, así que si algún técnico criminalista realmente invertía fondos en estudiar la trayectoria de la bala, quizás observara que el disparo se había realizado desde cerca de la puerta.
También podía ser que alguien hubiera visto a Ash, o el coche, y eso también podría levantar alguna sospecha.
Pero todo aquello era improbable.
En cualquier caso, para entonces tanto él como Dee Dee ya estarían lejos. El coche ya estaría limpio y abandonado. No habría ningún rastro que pudiera conducir hasta ellos.
Eso a Ash se le daba bien.
Se sentó en el asiento del acompañante. En toda la manzana no se había movido ni una cortina. No se había abierto ni una puerta. No había pasado ni un coche.
—¿Está...? —dijo Dee Dee.
Ash asintió. Dee Dee sonrió, puso el coche en marcha y se fueron de allí.