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1722 Los dueños de la mañana

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Durante los años en que dirigió Ovaciones, Jacobo Zabludovsky se impuso la costumbre de mostrar el primer ejemplar que salía de la rotativa a los voceadores que aguardaban la remesa del día a las puertas del periódico. Zabludovsky dice que podía saber si una edición iba a venderse o no con sólo observar la reacción de esos sinodales. Nadie como los voceadores para tomar el pulso de un encabezado o de una noticia: último eslabón de un ciclo que comienza con la redacción de una nota y llega a su culminación al momento de entregarla impresa a los lectores, los voceadores conocen a su público más que los propios periodistas. No en vano andan voceando cosas por la calle desde que en 1541 un impreso ofreció la «relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en las Yndias, en una ciudad llamada Guatimala».

Medio milenio después los voceadores pueden preciarse de haber acompañado el desarrollo de la prensa mexicana. Por sus manos manchadas de tinta han pasado todas las publicaciones editadas en el país, desde la fundación en el siglo xviii del primer periódico «formal», la Gazeta de México (1722), hasta la llegada de diarios como El Universal, Milenio y Reforma.

Rafael Cardona los ha definido como «dueños de la mañana y señores de la última verdad». Tomando como punto de partida las montañas de papel que han delimitado su territorio histórico –Humboldt, Artículo 123, Donato Guerra, Iturbide–, los voceadores, dice Cardona, van clavando puñales en el corazón de la gente: no de otro modo distribuyeron los 385 mil ejemplares que en 1957 vendió la muerte de Pedro Infante; no de otra forma se agotó la edición que mostraba las fotos de un mundo en ruinas, en el ya lejano septiembre del 85.

¿Cuántas albas despertó la Ciudad de México con sus gritos? El investigador José Luis Camacho rescata uno de los más memorables: «¡La muerte del emperador de Alemania que está muy malo!».

Hace unos años, la Unión de Expendedores y Voceadores de los Periódicos de México presentó, con un centenar de fotografías exhumadas de los fondos Casasola y Nacho López , así como una veintena de artículos entresacados de diarios y revistas del pasado, un libro, Voces de la libertad, que traza a grandes saltos la historia de uno de los gremios más antiguos de la urbe. Lo mejor de ese libro, su recorrido visual, inicia con una imagen de 1895 en la que gendarmes porfirianos se lanzan contra un grupo de «papeleritos» a un costado del Zócalo. La imagen procede de unos días en los que el régimen porfirista había decidido prohibir el voceo en las calles, pues, cuenta Ciro B. Ceballos en Panorama de México, «para inflar noticias aquellos muchachuelos endiablados no había reputación que no hicieran añicos ni crimen que no elevaran al máximo horror».

El viaje prosigue con una extensa galería de niños voceadores de El Nacional y El Demócrata (1925), que parecen ajustarse a la estampa que en julio de 1893 hizo un redactor de El Siglo Veinte:

Aquí tienen ustedes al granuja

más simpático de la población.

Es una abeja que recorre la

ciudad en todas direcciones,

voceando su periódico.

Maltratado, hecho pedazos, con

la oreja saliéndose entre la copa

y el ala del sombrero. Alegre,

peleonero, decidor y más vivo

que una ardilla.

Las noventa fotografías que completan el libro narran la transformación de una urbe que se va poblando de autos y rascacielos y en la que «los granujas más simpáticos de la población» –niños en ruinas, arrollados siempre por la urbe– siguen voceando en los amaneceres negros «de un día que al cabo de las horas se transformará en ayer y después en Historia», como solía decir José Emilio Pacheco.

Entre 1823 y 1828 se prohibió varias veces el pregón de noticias en plazas, calles y lugares públicos. En esos años, los voceadores fueron reprimidos y algunos de ellos incluso asesinados. En 1853 se les ordenó «gritar» sólo el título de los diarios y no el contenido de las noticias; en 1895, cuando ya se desencadenaban los años crudos del crepúsculo porfirista, padecieron cárceles y persecuciones al lado de los redactores de El Diario del Hogar y El Demócrata. Voces de la libertad: este gremio «perjudicial, escandaloso e intolerable», asociado desde siempre a la vida de la urbe, sería una pieza clave en la libre circulación de ideas, en algunas de las conquistas que hoy nos resultan imprescindibles y naturales.

La ciudad que nos inventa

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