Читать книгу La ciudad que nos inventa - Héctor de Mauleón - Страница 27
1755 La fuente más antigua de México
ОглавлениеLa hallé, olvidada de todos, a las puertas del Metro Chapultepec. Los puestos ambulantes y el autotransporte urbano la habían invisibilizado; el Circuito Interior la mantenía aislada en el centro de un jardín seco y minúsculo. Tuve lástima de ella: la fuente más antigua que hay en la ciudad; más vieja que la fuente de la Victoria que Manuel Tolsá alzó en una de las glorietas de Bucareli– y hoy preside la plazuela de Loreto–; más antigua que cualquiera de las fuentes de la Alameda; más rancia que las que uno podría hallar en cualquier rincón del Centro.
Oculta por los vendedores de cepillos, de pilas, de mochilas, de gorras, de tacos, de hot-dogs, la fuente más vieja de la ciudad vuelve a ser visible los domingos, como un pariente decrépito que sólo sale de su habitación cuando no hay visitas en la casa.
La llamaría suntuosa y magnífica. Debió serlo así en algún tiempo, pero ahora su caja de agua está rajada en dos y luce chueca, rota, desgastada. Con rastros de graffiti.
En esta fuente comenzaba, hace siglos, el vistoso acueducto de Chapultepec. De aquí partían los 902 arcos coloniales que Porfirio Díaz hizo derruir en 1896, y que luego de correr cuatro kilómetros desembocaban graciosamente en el tazón de piedra del célebre Salto del Agua.
Si la fuente terminal del acueducto –la de Salto del Agua– se ha convertido en todo un referente urbano –fue uno de los motivos más retratados durante el siglo xix–, de la fuente inicial se desconocen detalles básicos como el nombre de su autor y la fecha de su inauguración (el autor de la otra es Ignacio Castera; comenzó a funcionar en 1779). Se cree que el virrey Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas, debió inaugurarla entre 1755 y 1760; se sabe que en aquellos días la fuente se hallaba un poco más al poniente, a la entrada del Bosque de Chapultepec en donde surgían los manantiales que alimentaban de «agua gorda» a los habitantes de la metrópoli. (El «agua gorda» era más salitrosa que la «delgada» que llegaba desde Santa Fe por el acueducto de San Cosme: se usaba, por lo general, en labores de limpieza.)
Durante más de un siglo, esta vieja fuente surtió a los habitantes de San Miguel Chapultepec: algunas imágenes la muestran rodeada de aguadores que cargan sobre la espalda las tradicionales vasijas de barro conocidas como «chochocoles». En 1921, un arquitecto de moda, Roberto Álvarez Espinosa, autor de la estatua de la Corregidora que se halla en la plaza de Santo Domingo, la cambió de sitio para agrandarla y colocarle vertederos movidos por electricidad. Para entonces, el acueducto había sido demolido. Sólo quedaban, para el recuerdo, los veinte arcos que embellecen la avenida Chapultepec a las afueras de la estación Sevilla.
La fuente se convirtió en un simple elemento decorativo que pronto se vio alcanzado y devorado por esa forma de la equivocación que a veces llamamos modernidad.
En el último tercio del siglo xx, tras la acometida que significaron las obras del Metro, el Circuito Interior y los ejes viales, la fuente original del Salto del Agua fue rescatada y conducida a las huertas del convento de Tepozotlán; en su lugar se dejó una copia, tan bella y perfecta como la virreinal.
La fuente más vieja de la ciudad no corrió con la misma suerte. Los altorrelieves de niños con jarrones y motivos florales que la decoran se van desdibujando bajo el sol. En unos años serán manchones irreconocibles en una metrópoli que no conoce sus tesoros, que no sabe, muchas veces, qué demonios hacer con sus joyas.