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Capítulo 3 Un concepto nuevo para vivir la tecnología

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El deseo de inmortalidad es innato al ser humano. La descendencia, el arte, dejar una marca en el universo es un modo de alcanzar la eternidad. Jobs lo tuvo claro desde su juventud, tal vez más sólidamente que otros en virtud de la debilidad de sus raíces.

Puede parecer increíble para muchos que su objetivo haya sido cambiar el mundo. Pero así lo repitió desde el principio de su carrera.

Para poder lograrlo, se ubicó mentalmente en la intersección entre la tecnología y las humanidades: buscó cómo hacer que las máquinas universales definidas por Turing hicieran tareas artísticas y humanísticas como las había imaginado Ada Lovelace y, además, lograr que aprovecharan la mayor potencia tecnológica disponible en cada momento, pero apuntando siempre a la facilidad absoluta para que la pudiera utilizar una persona común.

No existe hoy un dictamen unánime sobre si logró este objetivo, aunque para el mundo corporativo, haber creado la empresa más valiosa del mundo, lo es.

Para el universo técnico –que es naturalmente reduccionista–, en unos cuantos casos se piensa que “Jobs no inventó nada”, lo cual es falso, ya que su nombre encabeza numerosas patentes de Apple por haber conceptualizado muchos de los inventos importantes.

Otra vez llega, en este punto, la sombra de Da Vinci quien trabajó para los déspotas príncipes del Renacimiento, pero así era el modo de lograr su objetivo. Apple fue el mejor vehículo para producir lo que Jobs tenía pensado: productos que transformaran a la humanidad.

Tan loco como para cambiar el mundo

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