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Capítulo 1

La génesis de la semilla

Como si se tratara de emular la historia de la humanidad, una Eva fue la primera responsable del protagonismo adquirido por la manzana tecnológica. Desde la perspectiva histórica de la tecnología informática, una mujer dio el primer paso hacia el concepto universalista e integrador que desarrollará Steve Jobs mucho tiempo después.

Lady Ada Lovelace fue quien, ya en 1851, percibió que el descubrimiento de la computadora moderna podía ir mucho más allá del mero cálculo, para influir en cuestiones más humanas como la música. Fue la primera persona en situarse en esta intersección de la tecnología con las humanidades.

La dama trabajó como asistente del matemático inglés Charles Babbage (26/12/1791 - 18/10/1871), pionero en el diseño de una computadora “moderna” (no en el sentido de los detalles constructivos, pero sí en el principio de funcionamiento). La máquina de Charles Babbage –que nunca se llegó a construir– cumplía con los requerimientos de lo que se consideró una computadora.

Nos situamos en el siglo XIX. Augusta Ada Byron King, condesa de Lovelace (Londres, 10/12/1815 - Londres, 27/11/1852), se convertía en aquel entonces en la primera programadora en la historia de las computadoras. Su padre la dejaría a los dos meses de edad al separarse de su madre Annabella Milbanke Byron. En medio de un universo machista, de todos modos siguió estudios particulares de matemáticas y ciencias, bajo la tutela de Augustus De Morgan, primer profesor de matemáticas de la Universidad de Londres.

Para pensar en tecnología por entonces, era preciso ser autodidacta e interrelacionar conocimientos dispersos. Sus aportes se iniciaron merced a su tarea como asistente de Charles Babbage. La idea surgió a partir de algunas máquinas textiles y, sobre todo, del telar creado por Joseph Marie Jacquard (Lyon, 7/7/1752 - Oullins, 7/8/1834), inventor francés quien daría nombre a su invención: el telar automatizado mediante el uso de tarjetas perforadas. Inspirado en él, Babbage pensó en hacer una máquina que pudiera calcular, pero que contuviera dentro de sí misma la forma de escribir los cálculos. Este paso de “hacer algo adentro de sí mismo” fue revolucionario.

Antes de este hito, el inventor dejaba documentado mediante planos y especificaciones técnicas todo el proceso de la máquina que creaba, porque no era posible programarla. El ingeniero escocés James Watt, por ejemplo, inventó algunos equipos que se podrían llamar “inteligentes”: el regulador o gobernador de Watt es uno de ellos. Consiste en una válvula regulable que al girar más rápido se cerraba y que más tarde se conoció como “realimentación negativa”. En ese punto de la evolución tecnológica, se podía decir que dicha máquina actuaba con cierto nivel de inteligencia, porque al girar más rápido reducía la cantidad de vapor que permitía pasar, y al girar más lento la aumentaba. El mecanismo, entonces, permitía regular la velocidad a través de la realimentación negativa, un concepto que se convertiría en clave para la evolución de los sistemas como un principio de acción inteligente.

El mencionado telar de Jacquard a base de tarjetas perforadas podía construir distintas clases de hilados. Aunque debía ser operado por una persona, era posible configurarlo según los tipos de tela y los patrones de hilado, un proceso que, podría decirse, contaba con cierto nivel de programación.

Con esos rudimentarios antecedentes, aunque muy inspiradores para los pensamientos inquietos, a Babbage se le ocurrió desarrollar una máquina capaz de variar los cálculos que hacía en función de una programación. Para ello, contrata a Ada Lovelace, quien visitaba su taller desde su juventud.

Por aquel tiempo, Inglaterra era un hervidero de creativos ávidos de inventar. La multidisciplinariedad era un lugar común. Un mismo personaje aprendía de mecánica, sumaba estudios de física, indagaba los principios de la química... Desde todos los ámbitos, se aguardaban progresos y la idea de mecenas, que en algún momento de la historia se afirmó en el arte, llegó a las disciplinas técnicas. La corona inglesa seducía a los inventores todo el tiempo, proponiendo equipos para crear a cambio de un premio en dinero. Tanta inquietud hizo crecer la participación de las personas y convirtió en tentadoras a las nuevas áreas de estudio.

Ante ese escenario, y seducido por los primeros pasos dados, Babbage empezó a buscar el modo de hacer cálculos, un tema que lo cautivaba: una persona podía pasar años haciéndolos, y mecanizar el modo de obtener resultados en cálculos complejos podía convertirse en un gran paso hacia otro futuro.

Con una mentalidad amplia y la mira puesta en su objetivo, suma como colaboradora a la hija de Byron, a quien logra obsesionar con su proyecto. Gracias a su mirada de mujer, Ada abre el horizonte y suma nuevas ideas que adhieren profundidad a lo meramente técnico: el concepto filosófico de las máquinas programables. A pedido de su jefe, transcribe un texto traducido del matemático italiano Luigi Menabrea. A las tres páginas originales le suma dos decenas de su propia autoría mucho más ricas e intensas que la traducción misma. Esas notas son consideradas el germen de lo que más tarde fue la programación, y ella fue reconocida mucho después, por ejemplo, por el Departamento de Defensa de Estados Unidos que diseñó un lenguaje al que llamó Ada en su honor. Este es probablemente el lenguaje de programación más avanzado que se haya desarrollado.

Lady Lovelace está considerada la primera programadora y una fuerte figura femenina dentro de un ambiente regido casi totalmente por hombres.

Palabras de mujer

El trabajo de Ada fue olvidado por muchos años. Apenas se le concedía el papel de transcriptora de las notas de Babbage. Como ocurrió con hombres de las letras o de la música, el científico abonó la idea de que ella fue la intérprete de sus propias opiniones. Son bastante recientes los reconocimientos a su mirada original e independiente de la de su jefe.

Sobre las notas, una de las principales cuestiones a destacar es que creía posible la programación y que esa codificación se podía utilizar para interpretar música, por ejemplo. Es ella quien ve un universo más allá de los números, pero inspirado en ellos. Es Ada quien considera que la programación puede ser aplicada a cuestiones ajenas a las matemáticas, permitiendo que las máquinas hagan muchas otras actividades diferentes al mero cálculo.

A Babbage le rondaba la idea de construir una nueva clase de equipo de cálculo, una máquina analítica de carácter general. Este es el concepto del computador moderno de uso general que significó un tranco en la historia de la computación. En 1843, Ada publicó una serie de notas sobre la máquina analítica de su jefe que firmó con las iniciales de él por miedo a ser censurada por su condición de mujer, como una especie de George Sand de la tecnología.

Se consideraba a sí misma como una analista y metafísica, conceptos que sus coetáneos no llegaban a interpretar. Faltarían muchos años para que así sucediera. Con ese enfoque, Ada desarrolló puntillosamente algoritmos y operaciones trigonométricas que se sucedían en la máquina analítica de Babbage. También se explayó sobre el uso de tarjetas perforadas para programar.

Su forma de leer los avances y de combinar conocimientos le permitió no enfocarse en el cálculo, como sí sucedía con Babbage, quien centró sus estudios en ello durante toda su vida. La mujer consiguió detectar la filosofía esencial de una computadora, pero no llegaron a tener una en el sentido actual con el que hoy la conocemos.

El equipo de Charles Babbage –que nunca llegó a construir– cumplía con los requerimientos de lo que se consideró más tarde una computadora. Esta revolución iniciada por Lovelace fue el primer quiebre en la historia de la informática, una experiencia que Jobs recreó una y otra vez al revertir los conceptos que se tenían antes del 76, a partir de que él y Steve Wozniak se juntaran para imaginar una nueva idea, una reformulación de lo que ya existía.

Fue precisamente el dúo Babbage-Lovelace quien primero comprendió que el equipo a construir no era una computadora (que quiere decir “algo que calcula”) ni tampoco un ordenador (palabra utilizada en español y en francés, cuyo origen se remonta a unos equipos de IBM que servían para ordenar); en realidad, una computadora moderna es mucho más que una computadora y un ordenador.

Entre sus múltiples aportes, esta Lady de la tecnología dejó el uso de tarjetas perforadas como método de entrada de información e instrucciones a la máquina analítica. Además, creó una modalidad de escribir programas, principalmente basada en el texto que tradujo del especialista Luigi Menabrea sobre el funcionamiento del telar de Jacquard. Pero, por sobre todo, dejó una mirada ajena a la técnica, un horizonte que llega más allá de las matemáticas y que resultaría inspirador para sus sucesores. Fue la hija de un poeta la que vio poesía en la tecnología futura.

Tan loco como para cambiar el mundo

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