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IDEAS FALSAS Y ERRORES COMUNES

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No se espera que todos los lectores queden totalmente convencidos por los argumentos del libro, pero ojalá que todos se sientan orillados a deshacerse de esas partes de la sabiduría convencional que encarcelan la mente de la gente hoy en día y que se han convertido en obstáculos graves en el camino hacia una mejor sociedad.

Margaret Thatcher, quien promovió de manera vigorosa una agenda de libre mercado, popularizó la primera idea falsa que debe enfrentarse: “no hay alternativa”. También la diseminó Francis Fukuyama (1992) con su tesis de “el fin de la historia”, según la cual la democracia liberal y el sistema capitalista eran la cúspide de los logros humanos. Es irónico que dicha idea fuera impulsada por Thatcher, política que hizo importantes y estratégicas maniobras de políticas públicas con consecuencias de largo plazo. En realidad, existen muchas posibilidades para el futuro, incluso sin innovar ni experimentar con nuevas ideas. Hay muchas variantes del capitalismo ya establecidas, algunas mucho mejores que otras para promover el florecimiento humano. La tesis de que “no hay alternativa” es engañosamente atractiva porque se funda en el evidente fracaso de las opciones socialistas que se intentaron en la antigua URSS, en China y en la ex Yugoslavia. Sin duda contiene una pizca de verdad: no hay alternativa que no incluya un papel central del mercado como mecanismo económico (con sus salvaguardas). El gran error, no obstante, es creer que mantener un lugar para las transacciones de mercado significa adoptar un capitalismo irrestricto. De hecho, como han afirmado muchos pensadores con el paso de las generaciones, el mercado sí es compatible con la idea de que la gente debería dominar las cosas, y no al revés. La mano de obra puede contratar al capital, en lugar de ser contratada por éste y servirle. En ese sentido, este libro incluso afirma que una economía de mercado no necesita ser parte de una sociedad capitalista. Así, se vuelven posibles muchas más alternativas que las variantes actuales del capitalismo. De hecho, ya se están experimentando por aquí y por allá, y pueden proliferar. En resumen, hemos identificado no sólo una, sino dos ideas falsas: 1] que no hay alternativa al sistema actual —de hecho, ni siquiera hay un solo sistema actual, sino muchas variantes alrededor del mundo— y 2] que la economía de mercado y el capitalismo son lo mismo, y que impulsar la primera implica aceptar el segundo; de hecho, el mercado es necesario, pero puede superarse el capitalismo.

Sobre la misma línea, una idea falsa y perniciosa, especialmente extendida en los medios de comunicación, es que las causas sociales tradicionales han sido reemplazadas por objeciones más complejas y vagas al statu quo, relacionadas con problemas culturales e identitarios o con crisis ambientales, y que ya no generan conflictos sociales y políticos masivos. Este error se debe a la confusión entre el declive de algunos movimientos particulares y la aparente desaparición de los problemas sociales subyacentes, y está influido por la idea de que, si no hay alternativa, entonces todos los movimientos que promueven alternativas se han vuelto irrelevantes y por ello simplemente pueden ignorarse. Así que dejemos en claro de una vez por todas: la labor de liberar a las mujeres, a los trabajadores y a varios grupos étnicos de su posición de subordinación que tienen desde hace siglos no está terminada. La labor de incluir por completo a los discapacitados, tampoco. Ni la integración de los migrantes con trasfondos culturales que difieren de los de su nueva comunidad. Dichas causas tradicionales siguen siendo esenciales y tan urgentes como siempre. Es verdad que las dificultades de la comunidad LGBTQI han surgido recientemente en nuestra conciencia colectiva y merecen añadirse a esta lista, y en definitiva es cierto que la devastación de los ecosistemas y las especies ha alcanzado una escala que exige acciones urgentes. El reciente surgimiento del movimiento #MeToo [#YoTambién] contra la agresión sexual hacia las mujeres ha llevado a un momento crítico de epifanía en muchas culturas y continentes. Pero, a fin de cuentas, la autocomplacencia de los expertos sobre el sufrimiento social tradicional es inadmisible.

Otra idea falsa pero extendida es que la salvación proviene de la política y de los cambios en las políticas públicas. La mayoría de la gente cree que hay demasiada o muy poca intervención gubernamental en la economía y en la sociedad, y que la principal solución a nuestros predicamentos actuales consiste en cambiar ese aspecto. Lo que afirma este libro es que, a largo plazo, los cambios sociales se inician en capas mucho más profundas de la sociedad, mediante la transformación de métodos y convenciones, normas y hábitos, y que las políticas públicas por lo común llegan después a estabilizar y coordinar la nueva normalidad. Por lo tanto, aunque el juego político siga siendo importante, para nada es la única manera de esperar un cambio y trabajar por él. No tenemos que volvernos políticos ni activistas para generar los cambios.

Hay muchas otras ideas falsas que se abordarán en el libro; por ejemplo, que el progreso tecnológico sigue una trayectoria determinista en la que no podemos influir, que la globalización implica convergencia de las economías y el choque de las civilizaciones, o que el progreso social requiere crecimiento económico acompañado de destrucción ambiental. Las trataremos en su debido momento en los capítulos siguientes.

Manifiesto por el progreso social

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