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NARRATIVA

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En resumen, ésta es la historia que cuenta el libro: la llegada del Antropoceno —es decir, una nueva época geológica donde el principal factor de cambios en el planeta es la actividad humana—3 pone a la humanidad al mando del mundo, y nos volvemos colectivamente conscientes de que, si seguimos así, estaremos al borde del abismo, pues varias tensiones clave se convertirán en cataclismos. Las desigualdades y la falta de cohesión social se están volviendo insoportables en los diversos continentes y países, pues generan conflictos, migración, agitación social e inestabilidad política; la degradación ambiental está alcanzando una escala planetaria, con un clima cambiante y más volátil, y el grave riesgo de una nueva extinción masiva.

La idea occidental de que las instituciones capitalistas liberales y democráticas ya alcanzaron su forma final y representan para todas las naciones del mundo la meta última (“el fin de la historia”) debe rechazarse de manera tajante. Los logros en las políticas sociales y en las instituciones democráticas pueden borrarse del mapa con una sola elección y ser reemplazadas por políticas autoritarias y destructivas a nivel social y ambiental. La historia continúa y necesitamos explorar nuevas instituciones que garanticen la sustentabilidad social y ambiental. Hay ideas e innovaciones interesantes en todos los continentes que pueden llevar a nuevas formas de participación popular, a una mayor armonía con la naturaleza o a un manejo más efectivo de los conflictos. En todo el mundo, una gran diversidad de avances económicos, políticos y sociales muestran el poder de la imaginación y una impresionante gama de ideas que prometen una sociedad mejor.

El reto de nuestra época es encontrar formas de lograr simultáneamente la igualdad (sin dejar a nadie rezagado, ni a nivel nacional ni internacional, creando una sociedad incluyente), la libertad (económica y política, que incluya Estado de derecho, derechos humanos y derechos democráticos exhaustivos) y la sostenibilidad ambiental (preservar a los ecosistemas no sólo para las generaciones futuras de seres humanos, sino también por sí mismos, si es que queremos respetar toda forma de vida). La libertad se entiende aquí de manera comprehensiva: incluye no sólo los derechos humanos y la integridad individual, sino también el derecho a participar en las decisiones colectivas de forma democrática, gozando de los derechos de libertad de expresión y asociación, y recibiendo la capacitación y los conocimientos adecuados para una participación plena. Libertad y democracia son, por lo tanto, inseparables, y no deberían oponerse. La democracia sólo puede suprimir la libertad cuando las instituciones democráticas están mal concebidas y mal instrumentadas.

La globalización y la innovación tecnológica son factores clave de las transformaciones socioeconómicas. Los expertos conocen —aunque los que toman decisiones no siempre, desafortunadamente— las virtudes y los peligros de la primera, pero hay mucha incertidumbre sobre si la segunda afectará la calidad de vida y las desigualdades sociales. Un punto importante es que la globalización y la innovación tecnológica no son procesos naturales que las sociedades deban impulsar o frenar. Al contrario, las maneras particulares en que la globalización y la innovación se desenvuelven pueden moldearse mediante políticas públicas y es importante encauzarlas hacia la inclusión social. Por lo tanto, no sólo debemos asegurarnos de apoyar a los que pierden con la economía globalizada y con las perturbaciones tecnológicas, así como facilitar su adaptación y transición a las nuevas oportunidades que ofrecen tales acontecimientos, sino que debemos trabajar para hacer que ocurran los cambios, de tal forma que generen menos pérdidas y más ganancias para todos.

Otro factor de cambio importante es el giro cultural que expande el “círculo de respeto y dignidad”, es decir, el conjunto de gente, formas de vida y seres vivos tratados con el debido respeto y dignidad — dignidad igualitaria en el caso de todos los seres humanos, incluida la participación plena en todos los organismos de decisión relevantes; en cuanto a los seres vivos no humanos, es más difícil poner el respeto y la dignidad bajo el ideal de igualdad, aunque son valores relevantes—. Esto parece una tendencia universal e irreversible, a pesar de muchos reveses y resistencias. Esta tendencia, que incluye una expansión de la aprobación de los valores democráticos, es un elemento muy prometedor de la sociedad mejorada que debemos imaginar.

¿Cómo podemos imaginar un mejor conjunto de instituciones y políticas públicas? Sería totalmente insuficiente vislumbrar el progreso social en términos de acaparar el poder político central para instrumentar políticas sociales y económicas desde arriba. En cambio, se debe enfrentar la desigualdad de recursos, y más importante aún, de poder y estatus, que permea a todas las instituciones, organizaciones y grupos, desde la familia hasta las corporaciones trasnacionales, desde la comunidad local hasta el grupo de gobiernos regionales, desde la organización no gubernamental (ONG) local hasta el partido político. La reforma de las instituciones y las organizaciones económicas, políticas y sociales no se dará simplemente logrando que los partidos más “progresistas” lleguen al gobierno, sino que se deben involucrar iniciativas de base y cambios en la gobernanza de muchas organizaciones, en particular y sobre todo dentro de las instituciones económicas clave, en todos los niveles, desde las empresas pequeñas hasta las organizaciones internacionales.

Las herramientas que nos pueden ayudar a concebir una mejor sociedad incluyen las dos instituciones económicas clave que estructuran la producción y las finanzas: el mercado y la empresa. Ambas generan muchos de los problemas actuales (en particular mediante externalidades4

y desigualdades), pero, bien manejadas, son esenciales para cualquier sociedad exitosa concebible, pues el mercado es piedra angular de la libertad y la empresa es una institución colaborativa clave que llena las brechas del mercado. El mercado debe manejarse de tal forma que se mitiguen todas sus fallas y la empresa debe transformarse en una verdadera asociación de productores que reúnan diferentes activos (capital, mano de obra) y compartan poder, recursos y estatus de una forma mucho más horizontal de lo que es común en la economía “capitalista” —e incluir, en su gobernanza, a otras partes interesadas tales como las comunidades locales y los proveedores—. Por desgracia, ni siquiera en las sociedades supuestamente más avanzadas el trabajador ha logrado adquirir un estatus ni unos derechos democráticos plenos en el “círculo de respeto y dignidad”, y la forma tradicional de la empresa privada es completamente anacrónica en la época del respeto y la democracia. Muchos emprendedores y líderes empresariales entienden esto: el avance hacia la “liberación empresarial” ya está en marcha.5 Reformar el propósito de la empresa para expandir su función social más allá del enriquecimiento de los accionistas tiene que venir junto con la reforma de su gobernanza. Las firmas productivas de varios tipos (corporaciones, cooperativas, empresas sociales, organizaciones de beneficencia, plataformas de intercambio, etcétera) pueden evolucionar en conjunto y ocupar diferentes nichos en la economía y el mercado laboral, con el requisito de que todas respeten la dignidad plena de sus miembros, incluidos los derechos democráticos y, en consecuencia, definan su misión social.

Entender de esta manera los mecanismos sociales y la necesidad de confiar en el mercado y en la empresa permite revisar el papel del Estado e imaginar una nueva forma de Estado de bienestar que se adapte mejor a la economía globalizada del siglo XXI. El Estado de bienestar socialdemócrata es una opción seria que debe reconsiderarse. Es una fórmula probada que ha demostrado su capacidad de funcionar en economías abiertas y promover el manejo eficiente de los recursos y, al mismo tiempo, preservar un alto grado de solidaridad social. Ciertamente, usa la disciplina del mercado abierto para mantener la productividad y la rentabilidad en niveles altos, promueve la producción eficiente invirtiendo mucho en capital humano mediante educación y servicios de salud generalizados, e incentiva la difusión de tecnologías modernas para reducir las desigualdades entre profesiones e industrias, lo que obliga a todas las empresas a ser lo suficientemente productivas como para pagar buenos salarios. Al mismo tiempo, los ciudadanos se benefician del empoderamiento que les dan la educación, la protección social, la alta cobertura sindical y el conjunto eficiente de instituciones centralizadas de servicios públicos y negociación colectiva. Al proteger a la gente, y no a los empleos, esta fórmula mezcla la flexibilidad del mercado con la seguridad económica que necesitan los hogares. Este sistema de bienestar recibe un fuerte apoyo por parte del electorado debido a que sus servicios universales cubren a una amplia gama de la población.

Sin embargo, el Estado de bienestar socialdemócrata sufre limitaciones que podrían reducir su capacidad de ser la fórmula dominante del siglo XXI. Primero, requiere una forma de negociación muy centralizada que no embona bien con las tradiciones descentralizadas de muchos países. Segundo, involucra un fuerte sentido de responsabilidad y solidaridad entre las partes negociadoras, un “ ethos de la cooperación” a nivel de la sociedad, que también podría ser difícil de exportar a países con poblaciones más diversas. La cooperación y la negociación centralizadas también podrían resultar poco familiares para las compañías trasnacionales extranjeras que invierten en tal o cual país. Tercero, sólo empodera a los ciudadanos en un grado limitado, pues los protege y por tanto les ofrece mejores posiciones de negociación, pero a nivel local no necesariamente les otorga mucha voz. En términos sistémicos, la receta socialdemócrata es una “gran negociación” entre capital y mano de obra, pero no enfrenta realmente el desequilibrio estructural de la economía capitalista.

Una forma más profunda del progreso social involucra una forma más directa de empoderamiento o, con más precisión, de emancipación, que incluye derechos para controlar la vida personal y participar, con el debido conocimiento e información, en las decisiones que afectan a los individuos en todos los grupos, las asociaciones, las comunidades y las organizaciones a las que pertenecen. La emancipación ideal requiere un Estado de bienestar que no sólo acompañe la formación de capital humano y la determinación de salarios, sino que también busque aplicar un equilibrio de poder más igualitario en todas las organizaciones, en todos los niveles.

Por lo tanto, este nuevo tipo de Estado de bienestar se concentrará menos en transferir recursos y más en otorgar derechos para acceder al poder, al estatus y al conocimiento en todas las instituciones en las que la gente participe. Esto incluye el estatus y las prerrogativas como miembros de pleno derecho en los hogares y en las asociaciones de la sociedad civil, de socios de pleno derecho en las compañías productivas, de ciudadanos de pleno derecho en los procesos participativos de la política local, nacional y supranacional. Es interesante ver que este enfoque ya se está promoviendo en algunos países en desarrollo, lo que demuestra que no es adecuado solamente en una fase de desarrollo muy avanzada, además de que puede ayudar a acelerar el desarrollo, sobre todo cuando las instituciones no son lo suficientemente maduras para el complejo mecanismo con el que se establecen compromisos que subyacen a la negociación socialdemócrata.6 Al reorganizar los procesos de toma de decisiones para empoderar a las partes interesadas locales, este enfoque también podría ser capaz de vencer la dificultad que enfrenta la socialdemocracia a la hora de hacer que las corporaciones trasnacionales se involucren en negociaciones colectivas.

La economía de las partes interesadas que vislumbra este enfoque contribuirá a conducir la innovación tecnológica en una dirección más incluyente, en particular eligiendo tecnologías más amigables con la mano de obra. Si los actores clave de la economía internalizaran mejor el impacto humano de su comportamiento por medio de su propia gobernanza incluyente, la globalización y la innovación tendrían, de manera natural, una cara más humana. Las organizaciones democráticas, también de manera natural, tienen brechas más pequeñas entre los salarios más bajos y los más altos de su nómina, con lo cual reducen la necesidad de redistribución estatal. Entre más “predistribución” haya, menos redistribución se necesita.

Esto no significa que el nuevo Estado de bienestar —más que uno “de bienestar”, uno “emancipador”— no deba brindar seguridad económica en forma de una red de seguridad. La economía de mercado también genera demasiados riesgos para las ganancias individuales. Como demuestra la fórmula socialdemócrata, tener la subsistencia y los servicios básicos garantizados es una forma de liberación y de protección a la hora de negociar con los socios comerciales. Pero en lugar de distorsionar la economía imponiendo cargas fiscales principalmente al trabajo, el Estado puede impulsar la eficiencia de la economía y obtener ingresos gravando o poniendo precio a las externalidades7 y a los ingresos. Es poco probable que esto baste, pero sí puede reducir sustancialmente el papel de los impuestos distorsionadores. Esto, una vez más, contribuiría a orientar la innovación tecnológica hacia una dirección más útil socialmente, porque los precios de los insumos (incluidos los impuestos) se reflejarían mejor en los efectos sociales de las decisiones sobre procesos y productos. Gravar el ingreso puede contribuir con el enfoque de aumentar la eficiencia. Los ingresos no laborales son ingresos que no recompensan la contribución productiva, sino sólo la posesión de los recursos escasos o las posiciones exclusivas en un mercado. Reducir el valor neto de poseer tales activos mediante impuestos contribuirá a reducir las actividades inútiles que “buscan rentas”, en las que los agentes económicos se esmeran en asegurar tales posesiones.

Esta nueva economía de mercado democrática es compatible con fronteras abiertas al comercio y a la inversión de capitales, pero podría exponerse a padecer el fenómeno del polizón, en el que otros países ofrecen tratos más ventajosos a los inversionistas, gestores y trabajadores calificados. Sin embargo, la única restricción real, con respecto a la fuga de capitales, es garantizar el mismo nivel de rentabilidad del exterior, y cualquier empresa productiva que solicite inversiones de capital o cualquier banco que pida préstamos en los mercados internacionales podría tratar tal restricción de la misma forma que un impuesto. Incluso los ejecutivos de las empresas, acostumbrados a un poder y unas ventajas extravagantes, se pueden acostumbrar fácilmente a los nuevos retos y a los gozos más profundos de la gestión democrática, al igual que no hay escasez de políticos en las democracias, a pesar de que sus privilegios sean considerablemente menores que los de los tiranos. La expansión de la cultura democrática en muchos lugares ya está volviendo incómoda la situación de los anticuados directores ejecutivos. Igualmente, los trabajadores altamente calificados pueden verse tentados por los mayores salarios de otros países, pero hay ventajas reales en un ambiente laboral amigable y en una sociedad cohesionada, cosa que convencerá a muchos de quedarse en su lugar de origen.

Este Estado emancipador es compatible con las instituciones descentralizadas, a diferencia del tipo socialdemócrata, y no impone una vigilancia política sobre la economía. También es contrario al enfoque socialista autoritario. En cambio, inculca la política por medio de todas las instituciones y las asociaciones para que cada ciudadano se involucre más en las decisiones en todos los niveles. El mismo movimiento emancipador debería transformar la “política” estándar: ésta seguirá siendo una importante esfera de la sociedad pero necesita algunas reformas clave en la deteriorada situación actual de las llamadas “democracias avanzadas”. Tal deterioro está asociado con las crisis sociales y con la creciente desconfianza de la población. Los populistas acusan a la democracia representativa de no dar suficiente voz a quienes sienten que fueron dejados atrás. El remedio se busca en una democracia más directa sin ver el peligro que ello enfrentará. La democracia directa tiende a debilitar la democracia en lugar de fortalecerla, pues corre el riesgo de marginar o de silenciar las posturas de las minorías y, por lo tanto, de abrir la puerta a regímenes autoritarios. Otra tendencia preocupante está asociada con la omnipresencia de los medios de comunicación, incluidas las redes sociales. La política se ha vuelto un escenario público, dirigido por encabezados llamativos y por mensajes de Twitter.

Se pueden identificar elementos clave de algunas reformas que pretenden democratizar las democracias. Tienen que ver con el financiamiento de la política, con los medios de comunicación, con las reglas electorales, con las formación de partidos y con la distribución del poder dentro y entre las instituciones estatales. Tales reformas, en particular, frenarían la tendencia actual hacia la polarización política y serían muy útiles para aumentar la calidad de la deliberación sobre las políticas públicas. También es importante reconocer que la calidad de la política democrática y el grado de cohesión social son sumamente interdependientes. Trabajar por una sociedad más incluyente hace avanzar la causa de una democracia que funcione mejor. Las instituciones políticas son muy vulnerables a la corrupción, que genera la disgregación social, y la mejor salvaguarda de los principios democráticos es una sociedad abierta y cohesionada con desigualdades limitadas.

La visión que aquí se defiende implica que la oposición entre ideologías promercado y progobierno es equivocada. Se necesita tanto un mercado muy vivo como salvaguardas fuertes, garantizadas por el gobierno y la sociedad civil, para limitar el efecto de las fallas de mercado y para empoderar a la gente, al igual que se necesita una democracia política muy viva y salvaguardas contra las fallas de la política democrática y las acciones gubernamentales. Más importante aún, la supuesta oposición entre mercado y gobierno esconde el papel central de la empresa, que no es el de un conjunto de mercados ni el de una institución pública, sino que juega un papel clave en el tejido social, junto con otras instituciones de la sociedad civil. La compañía privada tradicional históricamente ha sido un factor importante de progreso económico y social, pero también ha sido fuente de muchas adversidades sociales y externalidades negativas. Puede convertirse en un factor mucho más positivo de progreso social.

¿Cómo podría convertirse en realidad esta visión de una sociedad mejor? Se puede hacer mucho mediante iniciativas locales. Por ejemplo, muchas ciudades han desarrollado mecanismos participativos, muchas empresas tienen estructuras administrativas horizontales e incluso democráticas, y lo mismo se puede decir sobre los cambios en las normas de comportamiento en los hogares, las ONG y las comunidades religiosas. El enorme potencial que ofrecen las recopilaciones de datos responsables y cuidadosas, así como su procesamiento, que se está convirtiendo con rapidez en la fuente para que las empresas desarrollen nuevos modelos de negocios y expandan sus servicios, aún no se han aprovechado para incluir a los ciudadanos y no sólo a los consumidores y clientes. El Estado también necesita cambiar si quiere convertirse en un Estado emancipador, y esto conlleva problemas difíciles en una economía globalizada en la que las compañías trasnacionales y los mercados financieros ejercen tanta presión sobre la política nacional. Por eso la fuerza de los movimientos de base será esencial para desatar un cambio real en las instituciones, y el Estado será el último garante de los derechos de todos, derechos que muchos ya habrán disfrutado de manera informal gracias a iniciativas locales, de abajo hacia arriba. El giro cultural que se citó antes es un conductor clave de este movimiento y necesita impulso. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU están cuidadosamente estructurados en torno a la noción de una “vida digna”, pero siguen siendo bastante vagos con respecto a las reformas institucionales. Este libro pretende convertir ese conjunto de objetivos visionarios en una fuerza verdaderamente transformadora.

Manifiesto por el progreso social

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