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Primera visión tres meses antes de que comenzara la guerra
ОглавлениеRecuerden, esta visión fue dada el 12 de enero de 1861, tres meses antes de que se iniciara la guerra el 12 de abril de 1861. A mediados de febrero, Thomas Cobb, de Georgia, mientras preparaba la Constitución Confederada, expresó:
“La creencia casi universal es que no tendremos una guerra”.2
Abraham Lincoln, dos días antes de su discurso inaugural del 4 de marzo de 1861, declaró en Filadelfia:
“He sentido que es justificado concluir que la crisis, el pánico y la ansiedad del país en estos momentos es artificial”.
Alexander H. Stephens, vicepresidente de la Confederación, dijo a la audiencia en Savannah, Georgia, el 21 de marzo de 1861 que la revolución sureña, por lo tanto, había sido lograda por completo, “sin derramar ni una gota de sangre” y que el temor de una colisión mortal con la Unión estaba “casi descartado”.
Regresemos ahora a la descripción de Elena sobre su visión:
“En esta visión he visto grandes ejércitos de ambos lados reunidos en el campo de batalla. Oí las explosiones de los cañones y vi a cada lado a los muertos y moribundos. Luego los vi correr y pelear mano a mano [con bayonetas unos contra otros]. Luego vi el campo después de la batalla, todo cubierto con muertos y moribundos. Entonces fui llevada a las cárceles y vi los sufrimientos de los necesitados, quienes se estaban gastando. Después fui llevada a los hogares de los que habían perdido esposos, hijos o hermanos en la guerra. Vi su desesperación y angustia”.3
Luego, observando a la congregación, Elena de White agregó:
“En esta casa hay algunos que perderán a sus hijos en esa guerra”.
Hay un aspecto interesante en esta visión: ese día, en la congregación, se encontraba un médico, quien también era médium espiritista. Había oído de la Sra. de White y de sus visiones, y se jactaba de que si alguna vez estaba presente cuando ella fuera tomada en visión él podría sacarla de ella en un minuto. Ese día, mientras ella estaba en visión, Jaime White explicó su condición y dio la oportunidad, a quienes desearan examinarla, para que lo hicieran.
Se oyó que alguien, cerca del fondo de la sala, decía:
–Doctor, vaya y haga lo que dijo que haría.
Jaime White, sin saber de lo que el médico se jactaba, lo invitó a pasar al frente y examinar a la Sra. de White.
El doctor se adelantó osadamente, y luego se detuvo repentinamente. Jaime White bajó, se dirigió hacia el hombre, colocó su mano sobre su hombro, instándolo a acercarse a Elena. El médico revisó cuidadosamente su pulso, sus latidos y lo que debería haber sido su respiración. En tono sorprendido declaró:
–Pastor, su corazón y su pulso están bien, pero no hay aliento en su cuerpo.
Alejándose más bien rápidamente, caminó en línea recta hacia la puerta. Quienes estaban cerca de la entrada le bloquearon la salida y dijeron:
–Regrese y sáquela de su visión, como dijo que haría.
Jaime White, comprendiendo todo, llamó al médico para que informara a toda la audiencia el resultado de su examen. Los que estaban cerca del médico preguntaron:
–Doctor, ¿de qué se trata?
–Solo Dios lo sabe –respondió–. Déjenme salir de esta casa. Entonces, huyó.4
El juez Osborne, magistrado local, también se encontraba en la reunión. Su esposa guardaba el sábado. El juez dijo a Loughborough:
–Nos resultó claro que el espíritu que controló al doctor como un médium y el Espíritu que controló a la Sra. de White no se tenían simpatía.
Al lado del juez estaba sentado el Sr. Shelhouse, dueño de una gran hilandería de lana. Su padre era pastor de la iglesia adventista en Colon, a unos diez kilómetros de allí. Ambos hombres sacudieron sus cabezas al mirar a Loughborough cuando la Sra. de White les relató lo que sobrevendría. No percibieron lo que ella quiso decir cuando mencionó que algunos “en esta casa perderán a sus hijos en esa guerra”.