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Esperanza

Llena de esperanza mi alma al despertar y vislumbrar que otro día se presenta, como dice Serrat, con todo por descubrir, que tomarlo o dejarlo pasar solo depende de mí. Sentir que he tomado un día virgen y que puedo moldearlo como yo me lo imagine me da fuerza y voluntad para comenzar a caminarlo. Además, me regalan la posibilidad de elegir otro camino, eso por si el que caminaba ayer algún problemita me haya dado. En este preciso instante viene a mi memoria un refrán que siempre me repetía mi mamá: «Más vale camino conocido que otro por conocer». Bueno, debo ser sincero, no sé si el refrán era con camino, con amigo, con mujer, con pareja o alguna otra cosa. Lo que sé es que ahora con camino pega muy bien. Como últimamente los riesgos me desafían, voy a elegir otro camino, solo por lo nuevo y el riesgo. Viejo camino, no me has defraudado. Y te digo más: me has regalado hasta ayer una de mis mejores travesías. ¡Adiós, viejo camino! Te dejo en buen estado para que otro pueda elegirte y caminarte.

Tengo cargadas las pilas (es decir, ¡estoy repilas!), tengo la mochila en la espalda con todo lo que necesito y, lo mejor, no pesa casi nada. Solo cargo con uno o dos buenos recuerdos, ningún prejuicio, ningún rencor, ninguna tragedia, ningún engaño, ninguna maldad, ninguna bronca, ningún mal recuerdo, ningún enojo, algo de buena suerte y, para completar el espacio, mucho amor. Todo lo que mis ojos pueden ver es colorido, sin muchas curvas, ni bajadas ni subidas abruptas y una fragancia a vainilla en el aire y muchas muchas nubes en el cielo. El nuevo camino promete. Mi alma está en paz con mi espíritu y mi mente no deja de imaginar aventuras y descubrimientos.

A poco de comenzar el viaje, cuando una sensación de euforia embriagaba mi mente, mis ojos percibieron a alguien que venía en sentido contrario. Detuve mis pasos y cuanto más se acercaba sabía de quién se trataba. Cuando llegó hasta mí nos sonreímos y nos dimos un abrazo. Nos sentamos al lado de un gran nogal, que debía de tener más de cien años. Sus hojas tenían gran tamaño y bailaban en conjunto al ritmo de una suave brisa, produciendo un viento que despeinaba al más peinado.

Era una cita en toda regla y me entregué a ella convencido de que no había nada urgente que impidiera la intimidad de esta reunión. Sentados sobre la mejor alfombra verde, que solo se podía encontrar bajo aquel nogal, hablamos mirándonos a los ojos hasta el atardecer. Cuando el sol todavía se mostraba entero, ella sacó un termo (la verdad, no sé de dónde lo sacó), sirvió un mate y me lo alcanzó diciendo: «¿Quieres un mate de guaraná?».

Corazón y alma

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