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Princesa

Sentada en el primer escalón, tus ojos admiran el azul claro del agua cristalina que te regala el lago. A tu espalda, la madera noble de tu casa te abraza, pintando con el bosque de pinos verdes un lienzo único, ¡una obra de arte! Tu cabello castaño claro rubio dibuja sobre tu frente una sonrisa dorada, un flequillo tierno y tímido que realza tu bello rostro mientras tu reflejo ¡te rinde pleitesía!

Tu mente navega por la orilla del lago, mirando los árboles, contando los troncos, no vaya a ser ¡que falte alguno! El atardecer te encuentra con una sonrisa en tus labios, se despide solemnemente y con un susurro te envía una brisa que besa tus mejillas y tú la recibes ¡de buen grado! Veo tu reflejo en el lago, intento guardar en mi memoria cada detalle de este maravilloso cuadro formado por ti, «princesa», el lago, la casa y el verde bosque. Con mi mejor voz te saludo desde lejos aún: «Hola, princesa». Te levantas y corres hacia mí y nos sumergimos en un abrazo y un beso, como todas las tardes, festejando el reencuentro. Tiempo de dos cafés dentro de casa para contar las anécdotas del día: mi almuerzo solitario y mi discusión por el diseño del nuevo sistema de la presa, tu reunión de padres con muchos cuestionamientos y la nueva clase de filosofía por las tardes, que dictas con maestría y disfrutas.

Ahora un poco de silencio, sentados en el sofá, tu cabeza sobre mi regazo y tu piernas estiradas, abrigadas con una manta arriba, disfrutando con el corazón y el alma de esta felicidad.

Corazón y alma

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