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Paraíso de orquídeas

El cielo no espera porque no tiene tiempo y cada instante para él es eterno.

El cielo no fija su mirada en los hombres porque tiene la certeza que su existencia fue creada para ellos.

El cielo sabe que todo lo que posee fue dispuesto para los hombres.

El cielo tiene fe en que su nombre será el elegido por los hombres.

El cielo siente con fuerza que necesita al tiempo en su espíritu.

El creador, el único, el todopoderoso, le concede al cielo el tiempo.

El tiempo se apropia del cielo, dejando en su espacio los segundos, los minutos, las horas y los días.

El cielo ve con agrado al tiempo y mira con júbilo cómo se expandió en toda su morada.

El cielo se llena de colores, torrentes y cascadas cristalinas, hierba nueva y verde para los caminantes, flores y una belleza única.

Pronto el cielo tuvo nombre propio, paraíso. Este nuevo nombre iba a atraer con más fuerza la libre elección de los hombres.

A la orilla de una cristalina cascada florecían con un esplendor exótico unas orquídeas de variados colores, cada capullo con una belleza original. Pero una orquídea se imponía sobre las demás: cuatro pétalos esbeltos, violáceos, con un lila intenso en sus bordes y en su centro, un blanco angelical.

Se pueden encontrar en los escritos más antiguos referencias y leyendas sobre el paraíso y la orquídea del amor. Cuentan que el que fuera capaz de soñar con esa flor de orquídea a orillas de aquella cristalina cascada y su alma y corazón amaran su belleza obtendría la recompensa de la salvación en el paraíso cuando le llegara su hora y un amor terrenal eterno que no destruiría la muerte.

Ella era una más entre los hombres, con un alma sufrida por desencuentros y engaños, pero con un espíritu emprendedor que la impulsaba en su vida. Solo creía en el presente, el tiempo nunca fue su aliado. Por eso vivir su hoy era su libertad y su felicidad.

Un día como los demás recibió una carta escrita con letras de amor que renovaron su fe y ese amor logró crear en su vientre unas chispas que hacía tiempo que no sentía. En el mismo momento dentro, en su interior, luchaban por la supremacía dos bandos: uno, la confianza, la seguridad y la fe; dos, la desconfianza, la inseguridad y la falta de fe. Ella, por supuesto, quería que ganara el primero, pero el segundo bando no se lo ponía fácil.

Una noche de verano logró ir a su cama temprano. Las preocupaciones del trabajo se habían disuelto en su mente. Cerró los ojos y prontamente surgieron los sueños. En uno de ellos estuvo en el paraíso y vio la orquídea majestuosa a la orilla de la cascada cristalina. Sus ojos se maravillaron con su belleza, que quedaría impresa en su recuerdo.

A la mañana siguiente todo fue normal, y la siguiente y la siguiente. En su interior todavía se debatían los dos bandos. El primer sábado de descanso, cuando la noche era genuina, sintió el timbre de la puerta de su casa. Con cierto recelo se acercó a la puerta y preguntó:

—¿Quién es?

El florista le entregó una caja rectangular blanca y una tarjeta y se retiró. Sorprendida pero con cierta intriga, leyó la tarjeta: «Habrá mares y montañas entre nosotros, mas ninguno podrá impedir que estemos juntos». La firma y el nombre llenaron de felicidad su alma y la pequeña estrofa le hizo sentir cosquillas en su vientre. Al abrir la caja vio una rosa blanca pura, un capullo pintado de perla. Le pareció lo más bello que había tenido nunca en sus manos. Su corazón se salía de su pecho; hacía tiempo que no sentía esa rara energía llamada amor. Algo extraordinario había sucedido: la supremacía del primer bando había ganado, desalojando por completo al segundo bando.

Ella pensaba solo en su capullo blanco perlado y nunca en su vida recordó aquella bella orquídea a orillas de la cascada en el paraíso.

Corazón y alma

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