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INTRODUCCIÓN La historia de Hilary
ОглавлениеMiro hacia atrás y todo tiene mucho sentido. ¡Caramba! Ojalá hubiera sabido entonces lo que sé ahora. Pero si así fuera, no estaría escribiendo este libro. Creo que las cosas realmente suceden por una razón.
Desde que empecé el instituto y durante casi una década, viví «sin grasas». En ese tiempo, los años de jugar al fútbol en primera división (y de divertirme demasiado en la universidad) acabaron poniendo a mi cuerpo al límite. El efecto acumulativo de quemar tanta energía para después «reponerla» con bagels, pasta, cereales y Butter Buds (mantequilla deshidratada) de verdad perjudicó mucho a mi salud intestinal. Por no mencionar que había estado tomando pastillas anticonceptivas y Accutane para los problemas cutáneos.
Yo no tenía idea del daño hecho hasta que de recién casada estuve atormentada por la infertilidad, probablemente lo más doloroso que me haya ocurrido jamás. ¿Por qué a los veintiséis años era incapaz de tener un bebé? Pues bien, creo que ahora tengo la respuesta: estaba desnutrida. Sin embargo, después de intentarlo durante años, al fin fui abundantemente bendecida ¡con trillizos! Dos niños y una niña. Aunque me temo que estos dones del cielo vinieron con la ayuda de la tecnología moderna, no debido a una mejoría de mi salud.
Seguía con mis pobres hábitos alimenticios, unidos al estrés de la nueva maternidad, cuando –¡boom!– volví a quedarme embarazada. ¿Cómo era posible? Seguramente no cuajaría, en los últimos tres años había estado tomando otra vez píldoras anticonceptivas. Pues bien, la emoción de haber concebido naturalmente debió haber operado algún tipo de magia, porque el bebé había venido para quedarse. Pero poco después de su llegada comenzó a rascarse: era un bebé con eccema. Se rascaba, se quejaba y me rompía el corazón. Meses de insomnio me mantuvieron en la búsqueda de respuestas. ¿Cuál era la causa del eccema? Y, ¿cómo podía tratarlo? Mientras continuaba con mi desesperada búsqueda de respuestas me encontré de nuevo embarazada. ¿Qué…? ¿Cómo pude haber mantenido relaciones en los seis meses anteriores teniendo cuatro bebés menores de tres años? Pues bien, ese pequeño individuo se pegó allí también, y ahora, tenemos cinco bendiciones bajo nuestro techo. Pese a las buenas noticias, el eccema de mi hijo empeoró.
Un día, un año después, al fin la respuesta llegó. Estaba en el supermercado con mis hijos a cuestas, intentando tomar buenas decisiones para mi familia. Si la etiqueta decía «ecológico», asumía que estaba bien. Yogur, galletas, meriendas de fruta. Cuando me encontré con una vieja amiga, directora de cine y defensora de las granjas locales, Kristin Canty, le conté la historia del continuo sufrimiento de mi hijo, que por entonces no era tan bebé. Me dio una recomendación que cambiaría mi vida para siempre.
«Deberías intentar darle leche cruda».
¿Eh? ¿Qué era la leche cruda? ¿Querría decir… sin pasteurizar? Ciertamente eso no podría ser bueno para nosotros. Pero yo estaba llegando al límite de mi inventiva, así que lo intenté. ¿Y adivina qué? ¡Dio resultado! El eccema disminuyó, ¡simplemente usando comida de verdad! Así que es aquí donde comenzó mi viaje.
Llena de gratitud y asombro, quise aprender más y compartir la información. Asistí a conferencias: Fundación Weston A. Price, Paleo y Fourfold Path to Healing [Cuatro vías hacia la sanación]. Limpié nuestra despensa y nuestro frigorífico: saqué los cereales y la leche desnatada, e incluí la leche cruda y los huevos ecológicos. La vida estaba cambiando y durante cinco años estuvimos bien. Ni enfermedades graves, ni visitas al médico.
No obstante, lleva su tiempo deshacer los años de malas decisiones que había tomado en el pasado. Empezaron a florecer varios problemas: mi hija Dossie con epilepsia petit mal (episodios de ausencias), tres niños con retrasos en el habla y, de pronto, el esmalte no se estaba formando correctamente en los dientes de mi bebé con eccema (con siete caries que extraer). Pero por fuera mis hijos parecían sanos, entonces ¿cómo podía estar sucediendo esto? Nunca estaban enfermos y los alimentaba con comida rica en nutrientes. ¿Podía estar relacionado con la salud de su sistema intestinal?
Cuando escuché hablar a Natasha Campbell-McBride en una conferencia de la Weston A. Price en el verano de 2012, empecé a sentir que era hora de llevar mi dieta rica en nutrientes un paso más allá. Leí todo lo que pude sobre GAPS. Rastreé internet en busca de información, inspiración y confirmación. Pero estaba abrumada y ansiosa. Había «etapas» y restricciones. ¿Qué podíamos comer, exactamente, y cuándo? ¿Qué no podíamos comer, y por qué? ¿Cómo iba a preparar comidas que mis hijos y esposo se quisieran comer? Temía comenzar la Dieta porque sabía que era estricta y que con una familia tan grande sería muy complicado. Me preguntaba si tendría la capacidad mental, no solo para aprender todo lo que había que aprender sobre GAPS, sino también para poner la Dieta en práctica. Y esperaba dudas, por no decir el más completo rechazo, por parte de mi esposo, mis hijos y toda mi familia.