Читать книгу La comuna de Paris - Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray - Страница 15
Los sesenta
ОглавлениеMeses después, en febrero del 64, se reproduce la afirmación obrera, esta vez con mayor precisión. Se trataba de sustituir en París a dos diputados, Jules Favre y Havin, elegidos también por provincias. Sesenta obreros publicaron un manifiesto redactado por Tolain, un obrero cincelador. Ultramoderado en la forma, era, por su espíritu, categóricamente revolucionario:
«Señores de la oposición –dice el manifiesto–, en política estamos de acuerdo con ustedes, pero ¿lo estamos también en lo que toca a la economía social? Se ha repetido hasta la saciedad que desde 1789 no hay clases, que todos los franceses son iguales ante la ley. ¿Cómo hemos de creer en la verdad de eso, nosotros que no tenemos más bienes de fortuna que nuestros brazos, que sufrimos todos los días las imposiciones del capital, que vivimos sujetos a leyes de excepción? Nosotros, que vemos cómo la infancia de nuestros hijos se asfixia en la atmósfera desmoralizadora y malsana de las fábricas y del aprendizaje; que tenemos que contemplar cómo nuestras mujeres desertan forzosamente del hogar en busca de un trabajo con el que no pueden, afirmamos que la igualdad proclamada por la ley es letra muerta. Pero, se nos dirá, los diputados que elegís pueden abogar tan bien como vosotros, mejor que vosotros por las reformas que anheléis. ¡No!, contestamos. A nosotros no nos representa nadie, pues en una reciente sesión del Cuerpo Legislativo no hubo ni una sola voz que se levantase a formular, tal como nosotros los sentimos, nuestros anhelos, nuestras aspiraciones, nuestros derechos; no, nosotros, que nos resistimos a creer que la miseria sea una institución de origen divino, no estamos representados en el Parlamento; no estamos representados, porque nadie ha dicho que en la clase obrera se atenúe diariamente el espíritu antagónico. Proclamamos que doce años de paciencia han sido bastantes, que el momento propicio ha llegado... En 1848, la elección de diputados obreros consagró de hecho la igualdad política, en 1864 consagrará la igualdad social».
¡Qué lejos estamos del Parlamento de 1848, en que la clase obrera volvía contra la burguesía sus propias máximas! En 1863 se establecía su propio principio sobre una base absolutamente nueva: el derecho económico. Era ya una inmensa revolución.
Los Sesenta tenían razón al decir que para los obreros no regía la ley. Un año antes, habían sido condenados por delito de coalición los tipógrafos huelguistas de varias imprentas de París. Mas no por ello el manifiesto dejó de ser malísimamente recibido. Contra estos obreros que se jactaban de ser una clase, no solamente se alzó el clamor de la prensa, sino que apareció un nuevo manifiesto firmado por ochenta obreros que reprochaban a sus camaradas aquel llamamiento tan inoportuno a la cuestión social, que venía a sembrar la discordia y a restablecer las distinciones de casta. Los Sesenta presentaron como candidato a Tolain, cuya profesión de fe apoyó Delescluze, antiguo comisario general de la República, dos veces proscrito, en el 52 y en el 58. La candidatura obrera no logró más que 424 votos contra 14.807 que obtuvo Garnier-Pagès, lamentable despojo del gobierno provisional de 1848.
Pero el grito de los Sesenta no se lo llevó el viento. Los diputados de la izquierda pidieron que se derogase la ley sobre coaliciones. El Imperio se avino a modificarla, y Emile Ollivier, poco inclinado a desempeñar el papel de espectro infecundo, se prestó a hacer suyo el proyecto. Este era lo bastante pérfido para autorizar las huelgas, pero sin reconocer el derecho de asociación. A pesar de todo, los obreros consiguieron que se redujese algo la jornada de trabajo y se constituyeron algunas sociedades obreras: las de los broncistas, joyeros, hojalateros, ebanistas, estampadores de telas, etc.