Читать книгу La comuna de Paris - Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray - Страница 17
«La idea más grande del reino»
ОглавлениеLas tropas del general Forey entraron en México el 3 de junio del 63. Doscientos notables, escogidos por Almonte, llamaban a Maximiliano de Austria a ocupar el trono mejicano. La maniobra era clarísima. La izquierda interpela, demuestra que la expedición cuesta a Francia 14 millones mensuales, y retiene lejos del país a 40.000 hombres. El archiduque no se ha marchado aún; todavía es tiempo de tratar con la República mejicana. El ministro que había reemplazado a Billault, Rouher, ardiente republicano en el 48 y ahora acérrimo imperialista, exclama con tono patético: «La historia proclamará genio al que tuvo el valor de abrir nuevas fuentes de riqueza y de progreso a la nación por él gobernada». Y por una mayoría abrumadora, el Parlamento, tan servil en el 64 como en el 63, integrado en gran parte por los mismos, vota por aclamación que continúe la guerra. Maximiliano, tranquilizado por la votación, cede a las instancias del emperador y, provisto de un buen tratado que articula Napoleón iii, acepta la corona y entra en México, escoltado por el general Bazaine, el sucesor de Forey. Los patriotas mejicanos vuelven a alzarse contra el sobrino de Napoleón, repitiendo la guerra de España de 1808. Atacan y aíslan a las tropas francesas. Bazaine organiza contraguerrillas de bandidos y, en nombre de Francia y del nuevo Imperio, saquea ciudades, confisca bienes de propiedad privada y comunica a sus jefes de cuerpo: «No admito que se hagan prisioneros; todo rebelde, cualquiera que sea, debe ser inmediatamente fusilado». Sus atrocidades indignan al gobierno de Washington, desmoralizando a sus propias tropas. Nos lo dice un alto jefe, un hombre nada gazmoño, un antiguo juerguista arruinado, que, protegido por las actrices, se refugia en el ejército a la sombra de un matrimonio ventajoso: el marqués de Galliffet. Pero México no suministraba, por el momento, más que cadáveres. Maximiliano solicita de Francia un empréstito de 250 millones. Los diputados de la izquierda describen el trágico desarrollo de aquella desdichada aventura. Rouher, el ministro, los cubre de desdén y de profecías: «La expedición de México es la idea más grande del reino; Francia ha conquistado a un gran país para la colonización». Los mamelucos aplauden. El empréstito mejicano, moralmente garantizado, es cubierto por banqueros avispados. Y el presupuesto de la expedición (no se atreven a llamarla guerra) queda en pie: 330 millones para pagas y mantenimiento de las tropas. La extrema izquierda, que aún se atreve a protestar, es abucheada.