Читать книгу La comuna de Paris - Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray - Страница 16

La Internacional

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El 28 de septiembre del 64 se echó a volar por todo el mundo, más fuerte que el de los Sesenta, este magnífico grito: «La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos». Salió del Saint-Martin’s Hall, de Londres, de una asamblea de delegados obreros en la que estaban representados varios países de Europa. Aunque se venía gestando desde hacía varios años la idea de unión, no tomó cuerpo hasta el año 62, en que la Exposición Universal, celebrada en Londres, puso en contacto a los delegados obreros de Francia con las Trade’s Unions inglesas. Fue entonces cuando se pronunció este brindis: «¡Por la futura alianza de todos los obreros del mundo!». En el año 63, en un motín pro Polonia, surgió en Saint-James la idea de una reunión internacional. Tolain, Perrachon, Limousin, por Francia, y los ingleses por su país, se pusieron a organizar las convocatorias. En el año 64, Europa presenció, por primera vez, un congreso de los Estados Unidos del Trabajo. Ningún político asistió a esta sesión extraordinaria, ninguno cooperó en la fundación de la gran obra. Karl Marx, el genial investigador, desterrado de Alemania y de Francia, que aplicó a la ciencia social el método de Spinoza, fue el que ofreció la admirable fórmula. Se decidió dar a la asociación el nombre de «Internacional», se nombró un comité encargado de redactar los estatutos y se acordó que el consejo general residiese en Londres, único asilo seguro, y se convocó una segunda asamblea para el año siguiente. Un mes más tarde, aparecían los estatutos de la nueva organización, y los delegados franceses, entre los que estaban Tolain y Limousin, abrían la oficina francesa de la Internacional en esa calle de Gravilliers, de fuerte tradición revolucionaria.

Proudhon moría a principios del año 65, después de comprender y describir este mundo nuevo. Los obreros hicieron una gran manifestación de duelo a su cadáver. Un mes después, viendo desfilar por los bulevares el fastuoso entierro de Morny, el hermano del emperador, que se había muerto dejando muy preocupado a su socio y compinche Jecker, el público gritaba: «¡Que se repita!».

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