Читать книгу La comuna de Paris - Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray - Страница 20
La amenaza prusiana
ОглавлениеEs el punto muerto del régimen. El Imperio no dio a Francia ningún principio nuevo; las condiciones económicas que le alentaron han desaparecido. Perdió su razón de ser; exteriormente, no es ya más que una expresión militar sujeta a todas las rivalidades. Los gérmenes de discordia sembrados en Italia empiezan a brotar por todas partes. Alemania ansiaba la unidad como la península. Dos potencias se la brindaban. Austria, aunque demasiado vieja ya para hacer de Fausto, se adelantó, y mientras Napoleón iii se hundía en México, ella convocaba en Francfurt, en el año 63, a los príncipes confederados. Prusia, su rival, que presumía de liberalismo, no acudió, pero de las intrigas de la Dieta brotó una voz alemana que permitió a Prusia y a Austria reivindicar unos derechos cualesquiera sobre los ducados sometidos a la soberanía de Dinamarca: Sleswig y Holstein. Los mandatarios de la Dieta desmembran el territorio danés, cocinan la Confederación, y, en el año 66, Austria ocupa Holstein, Prusia Sleswig. A los periódicos franceses que protestan, les contestan brutalmente los periódicos de Berlín: «Francia teme que Alemania se transforme en la primera potencia del mundo. La misión de Prusia es implantar la unidad alemana». Prusia no oculta esta misión cuando Bismarck acude a Biarritz a pedir a Napoleón iii la neutralidad de Francia en una guerra contra Austria. La obtiene, hace inevitable el conflicto desde el año 66, denuncia en marzo los planes militares de Austria y en abril firma un tratado de alianza con Italia, que el emperador aprueba. La víspera de las hostilidades, el 11 de junio, Napoleón iii informa al Cuerpo Legislativo de esta política mortal. El Cuerpo Legislativo la hace suya por 239 votos contra 11. El punto muerto está franqueado; el Imperio va a precipitarse por la otra pendiente.
El 3 de julio del 66, Austria es aplastada en Sadowa. Su victoria en Italia no cambia la situación. Cede Venecia y abandona Alemania para dejar sitio a una Prusia rica y poderosa, con un dictador militar, jefe de la gran familia. Napoleón iii intenta hablar de compensaciones territoriales. Bismarck le contesta con una Alemania presta a alzarse como un solo hombre; el otro le cree, se dice que el ejército francés no está preparado contra aquella Prusia abrumada por sus victorias y lo escucha sin replicar. Cuatro años más tarde, no vacilará en lanzar a este mismo ejército francés contra una Prusia alemana con fuerzas multiplicadas.
Sin periódicos que la instruyan, simpatizando siempre con Italia, hostil a la Austria absolutista, confiada en el liberalismo de Prusia, la masa francesa no advierte el peligro. Fue en vano que unos cuantos hombres de estudio lo demostrasen claramente en el Cuerpo Legislativo. Los serviles no quisieron oír, y 219 votos contra 45 declararon que, lejos de sentirse amenazada, Francia debía confiar. Celebraron como una victoria la neutralización de Luxemburgo. El público no vio en esto más que una guerra que se evitaba. Al manifiesto de los estudiantes de Alsacia-Lorena protestando contra los odios y las guerras nacionalistas, los estudiantes de Berlín respondieron que ellos protestaban contra la neutralización. He ahí el tono de la joven burguesía prusiana. El gobierno de Prusia prohibía a sus súbditos afiliarse a la Internacional.