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Biografía de una máscara
ОглавлениеLa máscara es la tapa más segura para cubrir los rasgos verdaderos del luchador. Amolda a la perfección el rostro original creando así la segunda identidad de su dueño. Pero la faz enmascarada del luchador, aquella que fascina al público en el ring, es tan insegura como su propiedad misma. Los objetos no son pertenencias propias sino prestadas y cuando quieren irse, encuentran el medio más insólito para lograr su propósito. Al igual que las personas, su destino es imprevisible.
Elías salió del taller del mascarero de la ciudad con el nuevo diseño para su personaje: Máscara de Jade. No pudo resistir a la tentación de probarse la máscara antes de llegar a su casa. A partir de ese momento, una serie de acontecimientos misteriosos que congelarían la sangre de por sí fría de cualquier valiente luchador empezaron a desencadenarse. Elías estaba fascinado por su nueva apariencia. La privacidad que le confería el porte de una faz artificial era total. Ni siquiera se la quitaba para bañarse. La máscara se volvió su segunda piel. Las dos facetas identidarias que conforman el gladiador se adhirieron. Elías era Máscara Jade de día y de noche, viviendo al máximo los poderes de seducción de su personaje. Sin embargo, en la plenitud de su invencibilidad empezó su proceso de quebrantamiento con un grito de Bertha, su mujer, al borde de la estallido. “¡Quítate la máscara por lo menos para dormir, apenas si me acuerdo de tu cara!” Bertha obtuvo una respuesta favorable aunque insuficiente, a su gusto. Primero, escondió la máscara, provocando así la anulación de una función. Más adelante, decidió lavarla sin que Elías se enterara. Observó que la tela había encogido ligeramente pero se quedó callada. La noche siguiente, Máscara de Jade no entendió por qué tenía tanta dificultad para colocársela pero insistió. A fuerza de estirones consiguió finalmente ajustársela como guante. Durante el combate, las costuras cedieron una tras otra. El réferi descalificó al rudo bajo la sospecha de que había intentado arrancarle la máscara. Aquella noche, Máscara de Jade fue el primero en salir de la arena, con su máscara en la mano, avergonzado por la pérdida de su incógnito. Advirtió la presencia de un niño frente al cartel de la arena. “¿No pudiste entrar mi hijo?”, preguntó. “No señor”, contestó el niño decepcionado. “Sabes, no te perdiste de nada, en cambio ganaste una máscara”, prosiguió entregándole su rostro de guerra descosido, antes de desaparecer furtivamente. “¡Máscara de Jade!”, exclamó el niño con una alegría que hubiera conmovido al luchador. El niño no pudo resistir a la tentación de probársela antes de llegar a su casa empoderado.
Los objetos cuentan con una vida propia. Pasan de dueño en dueño al cumplir sus propósitos. Nunca se conoce con exactitud su fecha de creación y mucho menos el final de su destino. A cada llegada en manos de un nuevo propietario, corresponde una nueva historia por contar.