Читать книгу Hasta encontrar una salida - Hugo Salas - Страница 14
Оглавление—Perdoná, se me hizo tarde.
Entró corriendo y dejó el maletín tirado. Así era Gastón. Ni siquiera preguntó qué tal les había ido.
—Tranquilo. Ellos también están demorados. Una complicación de trabajo.
Alguna vez podría llevarlos él al circo.
—¿Jorge? Pero si hace una hora hablamos.
—Pato.
—Con ustedes no se puede… si las dejamos trabajar, solo traen problem…
Lo interrumpió con un pequeño beso para no discutir. No era el momento.
—Aprovecho a darme una duchita, entonces.
—Dale.
Mientras caminaban juntos hasta la habitación, le fue contando igual del circo. Ya no sabía quedarse callada con él. Tampoco hablar en serio. Su matrimonio se había convertido en una escuela donde usaban las palabras para tomar distancia.
—¿Te querés meter conmigo? —la interrumpió.
Lo miró. Alguna vez, cada situación como esa era un juego. Se habían divertido mucho, sí. Y todavía lo amaba, pero de una manera tan distinta que en comparación resultaba triste.
—No seas boludo, me quiero arreglar y todas las cosas están en nuestro baño. Compré árabe. Y poné todo en el cesto, no voy a ir detrás tuyo levantando ropa.
—¿Sushi no?
—No quise repetir. Esto se come con las manos, me pareció más divertido.
Oyó un gruñido de asentimiento. Era lo que hacía cuando no estaba de acuerdo con algo pero no podía encontrar un motivo válido para oponerse.
—¿Se terminó el champú?
La tomaba por sorpresa, siempre. Ya cuando se conocieron, con veintipico, era pelado. Fue una de las cosas que le resultaron atractivas de él, de hecho. Alguna vez le había explicado algo de la humectación del cuero cabelludo, pero ella nunca consiguió acostumbrase a que un pelado usara champú. Le parecía antinatural.
—Ahora… sí… te paso, compré ayer en la peluquería.
Caro, encima. La próxima vez que fuera al mercado tenía que traer uno cualquiera.
—¿Los chicos están en el club house?
—No, cómo se te ocurre. Los mandé con mamá.
—¿Hacía falta? —sacó la cabeza a través de la mampara.
—Así estamos más cómodos. No me da estar pensando que en cualquier momento puedan entrar.
—Y a mí no me gusta que Cordelia duerma fuera de casa.
—Pero está mejor. Y a mamá no le importa.
—No me gusta.
Cuando llegaron los amigos, comieron árabe. Charlaron a los gritos. Tomaron mucho. Tomaban mucho con Jorge y Patricia. Últimamente, tomaban mucho siempre. Después del baclava, los deditos de nueces y almíbar y el jalva con pistachos, se sentaron en el living delante del fuego. Patricia todavía se chupaba los dedos. Gastón y Jorge no tardaron en ponerse a hablar de fútbol. Lo hacían con tal tono de autoridad que monopolizaban la conversación.
—Bueno, cambien de tema, che, que las chicas nos estamos aburriendo.
—Tiene razón Patricia —terció Gastón—. Se van a embolar y nos van a dejar por el primero que se les cruce.
—¡Por favor! ¿Quién les va a dar bola a las veteranas estas?
—¡Boeh, habló el galán maduro!
—Vos viste, Jorge… los pibitos que limpian las piletas, por unos mangos sacrifican cualquier cosa.
Se reían.
—Pelotudos —masculló Patricia—. Más de un pendejo estaría chocho de que les demos bola. Ustedes no saben cómo la miran los alumnitos a esta.
—Sí, sí, mi amor, claro… y bueno, si se aburren por qué no buscan algo para hacer entre chicas.
Patricia dirigió a su marido una sonrisa desafiante.
—¿Como esto?
Se extendió hacia Karina y comenzó a besarle el cuello. Tenía dientes ideales, eran como pequeños arañazos, muy delicados. Y olía bien.
—Claro, amor, muy lindo.
Cuando le mordió la oreja, se rio. Sabía que les gustaba su risa, desde la primera vez que se vieron. Podía sentir, a pocos pasos, la respiración de Jorge, ya más pesada. Distendidos en el sofá, los maridos comenzaron a desprenderse los botones de la camisa y a hacer comentarios que con gentileza se podría denominar “lascivos”. Era el aspecto más frustrante del swinging: la necesidad de incluir varones heterosexuales, que en pocos segundos se convertían en chicos de secundaria. La gente se hacía demasiadas fantasías con esto. Era una trampa. A Karina también le había pasado, cuando después de ver una porno juntos se lo había insinuado a Gastón. Las primeras veces fue electrizante, perturbador, divertido, pero con el tiempo se volvió un hábito más, como salir a comer o ir al cine, otra de las cosas que había que organizar cada tanto para no sentir que con algo se estaba en falta.
Gastón se acercó a ellas y comenzó a besarle el cuello y la espalda a Patricia, mientras Jorge los miraba desde el sofá. Le gustaba mirar. Karina estaba acostumbrada. Estaba acostumbrada también a besar a Patricia para que su esposo la viera. Pero aquella noche, cuando sentado en el sillón se llevó la mano a la entrepierna, su imagen se fundió con la del tipo de la moto. Quedó desorientada.
—¿Vamos los cuatro al dormitorio, hoy, o hacemos habitaciones separadas? —preguntó Patricia.
Karina seguía fría. La idea de quedarse a solas con Jorge la contrarió. No lo hubiese podido explicar. Sus amigos le parecían encantadores y no se sentía mal, pero de momento prefería servirse otro whisky. Él, que al fin había decidido dejar el sofá y se acercaba hacia ellos, debió notar algo.
—¿Estás bien?
Asintió. Un ligero malestar no era motivo suficiente para arruinarle la noche a nadie. Así que sonrió con la boca bien abierta, se arrodilló en la alfombra y deslizó hacia abajo el cierre de la bragueta de Jorge, cuidándose de imitar esa expresión de conejita de Playboy que les encanta a los hombres: “oh, sí, ¿qué es eso?, ¿qué es eso que tenés ahí?, oh, por dios, es tu enorme pija, me da miedo pero me encanta”.
—Uh, flaco, qué gauchita es tu mujer.
—¿Viste? Soy una buena amiga, ¿no? Pero si tanto te gusta lo que mi marido le está haciendo a tu mujer, ¿por qué no vas? Estoy segura de que le va a encantar la doble.
No fue leal. Ni justo. Pero era una manera de salir del paso. Bastó un cruce de miradas para que Patricia la entendiera.
—Amor, si sabía que ibas a ponerte así traía unas pastis.
Cuarenta. Tenían todos más de cuarenta y el boludo quería tomar drogas de pendejo para terminar en una guardia. Seguro que al final preguntaba una vez más “¿y si este año vamos todos a la Creamfields? Tengo un amigo que consigue keta”. A Karina no dejaba de sorprenderle la paciencia de su amiga.
—Vení, amor, no te quedes solita. Vení que te chupo toda.
Hizo de cuenta que no había oído la forma en que Gastón formuló su ofrecimiento y caminó hacia ellos. Lo único que tenía en mente en ese momento era cuánto le costaría sacar las manchas del sofá a la mañana siguiente. Tendría que haber comprado el de cuero ecológico. Más con chicos. Mientras se acomodaba (el sexo en grupo, aun insatisfactorio, exige cierta destreza física que no viene al caso describir, pero que es preciso tomar en cuenta a la hora de representarse la escena), echó a andar su imaginación. No le gustaba en frío, la ponía nerviosa. Y nunca le salió bien fingir. Un novio de la facultad la había tratado de egoísta por eso. “Hacés un uso castrador de tu insatisfacción”, le dijo, “te instanciás en el lugar de la pura demanda”. Sí, estudiaba psicología.
Comenzó por los clásicos: modelos, estrellas de cine, deportistas, presentadores de la tele. Gastón debía estar muy excitado porque su lengua embestía con demasiada fuerza, y para colmo Patricia o Jorge, alguno de los dos, había comenzado a jugar con un dedo. Necesitaba concentrarse o la iba a pasar mal en serio. Pensó en el profesor de natación de Germán, la espalda del pibe de seguridad de la tarde, el pediatra de Cordelia, Alan (antes de que se le cayera el culo) y así fue pasando de uno a otro, hasta que su mente se llenó de la imagen de una ventanilla polarizada. Detrás estaba el tipo que la había ayudado. No conseguía verlo, pero podía sentir su mirada. Le sorprendió que bastara. Estaba detenida en la idea, ni siquiera la imagen, de ese hombre que la miraba, y pasó mucho tiempo hasta que en su fantasía decidía subirse a la camioneta. Descendía lenta en la noche oscura y recorría con pasos pesados los pocos metros que la separaban de él. Le temblaban las rodillas y temía que la lastimara. Quería que la lastimara. Quería que la dejara humillada y satisfecha allí mismo, en mitad de la nada. Y estaba a punto de abrir la puerta cuando por los gritos comprendió que para los otros tres todo había terminado.