Читать книгу Hasta encontrar una salida - Hugo Salas - Страница 18

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—No te hubieras molestado.

Licia abrió la puerta de batón y pantuflas. Estaba sin bañarse. Tampoco había dormido, era claro. Parecía una mujer de cincuenta años de antes, cuando las mujeres salían a la calle de entrecasa y con su verdadera edad a cuestas. Dejó el regalo a un costado, sin abrir.

—Ya sé, es esa costumbre de mierda…

Su amiga asintió, con desgano.

—¿Desayunaste algo?

No le contestó. Solo se quedó mirando por la ventana, con los ojos vacíos, fijos en el arce.

—Te voy a preparar un té.

Karina era la única que tenía la confianza suficiente para saludar a Licia el día de su cumpleaños. Después de lo que había ocurrido el primer año con una tarada que fue a llevarle masitas, los demás sabían que convenía evitar la casa.

—Mirá qué lindo Agus —murmuró Licia, señalándole una foto.

—Está precioso ahí.

—Es precioso, sí.

En el living había varios portarretratos con fotos de su hijo. Decir que había varios es poco. Estaba atestado.

—Ahí le habíamos comprado el triciclo. Fue para un cumpleaños mío, porque hacía berrinches si no recibía también él un regalo.

—¡Qué manera de malcriarlo!

Rieron. La misma foto se repetía en la cocina, y Karina no estaba segura pero creyó verla alguna vez en la habitación. Previsiblemente, las imágenes no eran infinitas. La del andador, en la que se lo veía con una enorme sonrisa y un jardinero verde manchado de chocolate, se repetía incluso dentro del propio living, sobre el hogar y en una mesita de arrime.

—¿No vas al curso hoy?

—No, una pena. Tenía muchas ganas porque iban a explicar la felicidad.

Las dos se largaron a reír. Al principio, Karina intentó disimular, pero Licia se tentó de una manera tan estridente que le resultó imposible.

—No, no, en serio… la idea, hasta donde entendí más o menos, es que nuestro problema es que permitimos que la felicidad dependa de factores externos. Y eso siempre es un riesgo, ¿no? Uno no puede controlar lo que pasa. No se puede confiar en el mundo. Es una inseguridad demasiado grande… El mundo es un lugar decepcionante, Karina. Pero si, por el contrario, buscás actividades satisfactorias que solo dependan de vos, estimulás los centros de felicidad del cerebro y no necesitás nada ni a nadie. Recompensas extrínsecas y recompensas intrínsecas, les dicen. Las últimas son las que valen. Parece interesante, ¿no? Como le pasa con el sexo a la gente que se toca, supongo.

Le llevó el té. Era probable que no lo tomara. La semana de su cumpleaños era muy difícil para Licia, igual que la semana del cumpleaños de Agustín, las fiestas de navidad y año nuevo, el día de la madre o el día del niño. Karina pensó que la vida era muy difícil para Licia.

—Yo sé que para vos que leés tanto son pavadas. Seguro tenés una explicación más inteligente.

—Tomá el té que se enfría. Tostadas no, ¿no?

Negó con la cabeza muy despacio.

—Sabés… es muy desconcertante que todo sea tan fácil y tan complicado al mismo tiempo. Eso habría que estudiar.

Karina se sentó en el sillón y sacó de su cartera un portaminas y un libro. Era aburrido y predeciblemente nihilista respecto de las posibilidades del sentido. Muy francés. Se quedó hasta la noche. Al llegar, con un gesto, Eduardo le agradeció que estuviera.

Hasta encontrar una salida

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