Читать книгу Hasta encontrar una salida - Hugo Salas - Страница 15
ОглавлениеDespués del desayuno, juntó los restos. Limpió el sofá y llamó a su madre. Le alegró saber que Cordelia no se había hecho pis en la cama y le dijo que sí, que por supuesto los chicos podían quedarse a almorzar, que no era cierto que se los llevara poco.
—Vamos siempre a comer asado con Gastón… No, todos los domingos no, nosotros también… bueno, Elena es Elena y yo soy yo. Yo soy la hija que te decepciona, acordate… No quiero pelear. No voy a seguirla, mamá, almorzá con los chicos y yo después voy a buscarlos si papá no los puede traer. No me cuesta nada. Sí, después hablo con Gastón y vamos el domingo. Qué rico. Beso.
Cuando llegó Norita, le dio unas pocas instrucciones y se fue. No le gustaba quedarse sola con ella. Temía ser un estorbo. Mentira, la que en realidad se sentía incómoda era ella, sobre todo por la insistencia de la mujer en entablar conversación. Otra vez al shopping. No tenía muchas alternativas. Faltaba una semana para que arrancara el cuatrimestre. Gastón le decía, para molestarla, que tenía mucha suerte de trabajar solo nueve meses al año. Ella reaccionaba con indignación, pero no podía dejar de sentir que algo de razón tenía.
Mientras mordisqueaba la masita seca que le habían dado con el cortado, evaluó la posibilidad de tener otro hijo. Los bebés son mágicos. Reordenan el mundo y ponen todo lo demás en pausa. Hacerse madre es un maravilloso ejercicio de concentración que deja la mente en blanco para llenarla de elementos materiales mínimos y discretos: leche, upa, caca (en su gran variedad de consistencias y colores), vómito, pis, diente, pañal, fotos. Pero ya no tenía la energía necesaria y bastantes problemas parecía enfrentar Cordelia como para transformarla en hija del medio. Tampoco la seducía otro embarazo. ¿Adoptar?
De la cartera, sacó su libretita de notas (Gastón se reía de que todavía llevara una encima) y, con la habilidad de una tarea muchas veces repetida, marcó con pocos trazos el contorno del jardín y dentro del área, los pocos ejemplares permanentes. ¿Qué podía hacer este año? Pensó en el cantero del fondo, junto a los formios. El efecto había quedado aburrido. Era una pena, creyó que las salvias iban a hacer una buena combinación, pero faltaba algún color cálido. El conjunto era oscuro, y no había manera de que el jardinero evitase cortar de tanto en tanto la bordura. Un reborde de granza podría ponerle fin al problema, y detrás, una línea de gazanias. No estaba mal, aunque chocaba un poco con el parterre de anuales. Era como un rompecabezas. Todas las primaveras lo mismo: demasiado grande para descuidarlo, demasiado chico para hacer algo interesante.
Cuando sonó el teléfono, atendió sin mirar. Debía ser Patricia. Después de cada encuentro, criticaban las torpezas de sus cónyuges, intentando maltratar lo más posible al propio y redimir al ajeno. Invariablemente, su amiga ponderaba la anatomía de Gastón, a lo que ella debía responder con un encomio de la generosidad amatoria de Jorge.
—Puede ser, pero Gastón te lleva puesta…
—Sí, pero todas necesitamos de vez en cuando algo más cálido, más tierno.
—¡Claro! Por eso los cambiamos.
Rieron con la poca convicción con que se ríe en los velorios. Karina no supo qué agregar, pero por suerte Patricia cambió de tema. ¿Ya habían visto la película nueva, esa, la de gladiadores romanos? Qué raro que vuelvan a hacer ese tipo de películas, ¿no? En el suplemento del domingo había salido una nota muy interesante. Mientras seguía a desgano la conversación, Karina divisó a lo lejos un rostro que le resultó familiar, aunque no hubiese sabido decir quién era. No llegaba a los treinta. Es más, le faltaba mucho. Tenía el pelo desprolijo y una sonrisa linda pero boba. Un piercing ordinario en la ceja izquierda. ¿Un alumno? No. Pero estaba segura de conocerlo de algún lado. Lindo pendejo. Un pendejo cualquiera. ¿Dónde lo había visto?
—Así que no sé si este año alquilamos en el sur de Brasil o nos vamos a Punta Cana. ¿Ustedes qué hacen? Porque por ahí podríamos organizarnos.
—Pato, amor, no puedo ahora. ¿Te llamo en cinco?
—Ya salgo. Hablemos en otro momento.
Cerró la tapa del celular y mantuvo la vista fija en su objetivo. Él iba como si no prestase atención a nada, como si no fuese a ningún lugar, como si anduviese sin propósito. Karina terminó su cortado de un trago, se puso de pie y comenzó a seguirlo a distancia prudente. Él dio algunas vueltas, entró al baño de varones, salió al cabo de un rato, bajó las escaleras mecánicas y enfiló hacia la salida. Cuando llegaron al estacionamiento y lo vio subirse a su vehículo, al fin entendió: era el de la Hilux negra. Intentó alcanzarlo pero él ya cruzaba la barrera. Se quedó atónita. Uno de seguridad se acercó a preguntarle si le pasaba algo. Estaba temblando.