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Se reunió con Annie Inglis para tomar café en la cantina de Fettes. No había nadie más que los empleados. Inglis se empeñó en hacerse cargo de las bebidas mientras él se sentaba en una mesa junto a la ventana.

—No soy un inválido —dijo con una sonrisa cuando ella empujó la taza hacia él.

—¿Azúcar? —dijo ella dejando seis sobrecitos sobre la mesa. Fox negó con la cabeza y observó cómo acercaba la silla. Inglis había elegido chocolate; jugueteó con la taza, hundió un dedo en el líquido, se lo chupó y le miró a la cara.

—¿Bien? —dijo.

—Bien —replicó él.

—¿Se sabe qué ocurrió?

—Lo encontraron en una obra junto al canal. Le habían dado una paliza.

—¿Cómo lo lleva su hermana?

—Se llama Jude, diminutivo de Judith. No sé realmente cómo lo lleva.

—¿Ha ido a verla?

—La encontré arrebujada en la cama con una botella de vodka.

—No la envidio.

—Jude tiene problemas con la bebida —añadió él mirando el café. Había pedido un capuchino pero no tenía espuma. Inglis hizo una mueca y guardó silencio.

—Bueno —dijo al fin—, ¿conoció al sargento Breck?

—Pensé que no iba a preguntármelo —musitó él.

Ella hizo caso omiso del comentario.

—¿Qué impresión le ha causado? —inquirió.

—Me pareció un buen profesional, pero la conversación no giró en ningún momento sobre su gusto por los niños.

Ella se envaró un instante.

—Malcolm, es una simple pregunta —dijo.

—Perdone.

—Y se lo pregunto porque hemos estado hablando Gilchrist y yo...

—Por cierto, ¿es su jefe?

—¿Gilchrist? —dijo ella abriendo levemente los ojos—. Es el agente que tengo asignado.

—Es mayor que usted.

—¿Y eso le hizo pensar que era mi superior?

Fox eludió la respuesta al sonar el móvil de ella, que lo cogió de la mesa para mirar la pantalla.

—Tengo que contestar. Es mi hijo —dijo llevándose el aparato al oído—. Hola, Duncan. —Escuchó casi un minuto sin dejar de mirar afuera a través de la ventana—. De acuerdo, pero a las siete en casa, ¿entendido? Adiós —añadió volviendo a dejar el móvil en la mesa con los dedos apoyados en él.

—Creí que no estaba casada —dijo Fox.

—No lo estoy —dijo ella, y quedó pensativa un instante—. ¿Por qué pensó...?

Fox tragó saliva antes de contestar. Había datos de ella que se suponía que ignoraba.

—No lleva anillo —dijo finalmente, y añadió un tanto precipitadamente—: ¿Cuántos años tiene Duncan?

—Quince.

—Sería usted muy joven.

—Lo tuve en el último curso de la universidad. Mis padres estaban furiosos pero se ocuparon de él.

Fox asintió despacio con la cabeza. En el expediente de Inglis no se hacía mención al hijo. ¿Un descuido? Dio un sorbo al café.

—Va a casa de un amigo —añadió Inglis.

—No debe ser fácil, sola y un hijo adolescente.

—No me quejo —replicó ella en un tono que le dio a entender que era punto final.

Fox alzó la taza hasta la boca y sopló sobre la superficie.

—Me decía que había hablado con Gilchrist —dijo.

—Sí. Hemos pensado que puede ser compatible.

—¿Que me encargue de Breck, quiere decir?

Ella asintió con la cabeza.

—Usted no interviene en el caso, así que no hay conflicto de intereses.

—¿Me está diciendo que lo vigile mientras Breck investiga el asesinato?

—Ya se conocen... y tiene la excusa perfecta para seguir en contacto con él.

—¿Y no es eso un conflicto de intereses?

—Lo único que queremos es que obtenga datos adyacentes, Malcolm, algo genérico para trasladarlo a Londres. Nada de lo que haga va a ser llevado ante los tribunales.

—¿Cómo podemos saberlo?

Ella reflexionó un instante y se encogió de hombros.

—Gilchrist está en contacto con su jefe y con el subdirector.

—¿Y no sería eso tarea suya?

Ella se encogió de hombros y lo miró a la cara.

—Yo preferí tratar con usted.

—Qué halagador.

—¿Está dispuesto para la tarea, Malcolm? Eso es lo quiero saber.

Fox pensó en el solar junto al canal. «Haremos cuanto podamos...»

—Estoy dispuesto —dijo Malcolm Fox.

Subió a la oficina de Asuntos Internos. Estaba vacía y se sentó en su mesa cinco minutos, mordisqueando un bolígrafo y pensando en Vince Faulkner, en Jude y en Jamie Breck. La puerta entreabierta se abrió del todo y dio paso a Bob McEwan con gabardina y una cartera.

—¿Estás bien, Foxy? —preguntó de pie ante el escritorio con las piernas separadas casi un metro.

—Estoy bien.

—Me he enterado de lo de tu cuñado... Si quieres, puedes tomarte permiso por defunción.

—No era familia mía —replicó Fox—. Era el hombre del que estaba enamorada mi hermana.

—Da igual...

—Me dedicaré a hacerle compañía cuando pueda. —Nada más decirlo pensó en su padre. Había que decírselo a Mitch.

—¿Y lo del «Chop»? ¿Crees que puedes echarles una mano?

—¿No cree que pueda haber problema?

—Traynor no lo cree. Acabo de hablar con él.

Adam Traynor, el subdirector de la policía.

—Pues bien —dijo Fox dejando el bolígrafo en la mesa.


Al terminar la jornada fue a Lauder Lodge. Un empleado le dijo que su padre estaba en la habitación de la señora Sanderson. Se detuvo ante la puerta, pero no oía nada. Llamó y aguardó hasta que la voz femenina dijo «Adelante». Mitch estaba sentado frente a la señora Sanderson. Los dos sillones flanqueaban una chimenea decorativa, con un jarrón y flores secas sobre el hogar, sin estrenar. Había estado en la habitación de la señora Sanderson en otra ocasión en que su padre le presentó a su «nueva y querida amiga». El anciano repitió la presentación.

—Audrey, te presento a mi hijo.

La señora Sanderson lanzó una carcajada cantarina.

—Claro, Mitch. Ya conozco a Malcolm.

Mitch Fox frunció el ceño tratando de recordarlo. Fox se inclinó y besó a la señora Sanderson en la mejilla. Olía un poco a polvos de talco y su rostro era como pergamino, igual que los brazos y las manos. Seguramente siempre había sido delgada, pero ahora la piel de su cara recubría fielmente los rasgos craneales. Pese a todo, era una mujer guapa.

—¿Está mejor? —preguntó Fox.

—Mucho mejor, querido —respondió ella dándole un golpecito en la mano antes de soltarla.

—Dos visitas en pocos días —dijo el padre de Fox—. ¿Debo sentirme halagado? ¿Y cuándo va a dejarse ver tu hermana?

Fox no tenía donde sentarse salvo la cama, y permaneció de pie. Le pareció que en aquella postura dominaba por completo a las dos figuritas sentadas. La señora Sanderson alisó la manta de viaje escocesa con que cubría sus piernas.

—Traigo malas noticias sobre Jude, papá —dijo Fox.

—¡Oh!

—Han asesinado a Vince.

La señora Sanderson lo miró a la cara, boquiabierta.

—¿Lo han asesinado? —repitió Mitch Fox.

—¿Prefiere que...? —preguntó la señora Sanderson haciendo ademán de levantarse.

—Siéntate, Audrey —ordenó Mitch Fox—. Estás en tu habitación.

—Se metió en algún lío, por lo visto —añadió Fox— y le dieron una paliza.

—Bien se la merecía.

—¡Mitch, por favor! —protestó la señora Sanderson, y añadió dirigiéndose a Fox—: ¿Cómo lo lleva Jude, Malcolm?

—Va tirando.

—Ayúdala cuanto puedas —dijo ella—. Tendrías que ir a verla —añadió dirigiéndose a Mitch.

—¿Para qué?

—Para demostrarle tu afecto. Malcolm te llevará... —Miró a Fox esperando que asintiera, y él hizo un gesto entre indiferente y confirmatorio—. Malcolm te llevará —repitió con voz algo más queda, inclinándose y estirando el brazo; Malcolm tardó un instante en hacer lo propio y sus manos se entrelazaron.

—Tal vez más adelante —aventuró Fox al recordar la escayola—. Ahora no está para visitas... sólo intenta dormir.

—Pues mañana —apostilló la señora Sanderson.

—Mañana —dijo Fox finalmente.

En el trayecto de vuelta a casa pensó en acercarse a ver a Jude, pero optó por llamarla antes de la hora de acostarse. Jude había dado a Pettifer el teléfono de un par de amigos más allegados y la vecina le había prometido a Fox que los llamaría para que se turnaran en hacer compañía a su hermana.

—Así no estará sola —concluyó Pettifer.

Pensó también qué estaría haciendo Annie Inglis. Había dicho a su hijo que estuviera en casa a las siete. Ya eran las siete. Recordaba dónde vivía por haberlo leído en el expediente. Podía acercarse hasta allí en diez o quince minutos, pero ¿para qué? Sentía curiosidad por el muchacho. Y trató de imaginarse lo que habría supuesto para la joven estudiante dar la noticia a su padre, el granjero. «Mis padres estaban furiosos... pero cuidaron de él». Sí, porque es lo que hacían las familias, unirse, atrincherarse.

«Pero su hijo Duncan no figura en el expediente, Annie...»

En el siguiente semáforo miró el escaparate de una licorería: las lucecitas halógenas conferían un marcado relieve a cada botella individualmente. Se preguntó si los amigos de Jude beberían. ¿Se presentarían con bolsas de compra y provistos de una colección de recuerdos, de historias trágicas para contarlas una y otra vez?

—Para ti una taza de té, Foxy —dijo en el momento en que el coche comenzaba a reanudar la marcha.

El correo que tenía en la alfombrilla del recibidor era el habitual: facturas, publicidad y un extracto del banco. Al menos el Royal Bank de Escocia seguía funcionando. Era el único papel dentro del sobre, sin ninguna carta de rastrera disculpa por pasarse de la raya y dejar a los clientes en la estacada. Le cargaban la factura de la residencia de ancianos y el resto eran gasolina y supermercado. Miró en la nevera buscando inspiración para una comida rápida. Renunció, miró en los armaritos y eligió una lata de chili y un pequeño tarro de jalapeños. Sobre la encimera había un cazo con arroz largo. En la radio sonaba música clásica, pero cambió a un programa que acababa de descubrir no hacía mucho, la emisora llamada Birdsong, que emitía precisamente trinos de pájaros. Volvió a la nevera y sacó una botella de Appletiser, se sentó a la mesa y se restregó la cara y la frente, masajeándose las sienes y el puente de la nariz mientras pensaba quién le pagaría a él la residencia de ancianos cuando llegara el momento... Ojalá encontrase en ella a alguien como la señora Sanderson.

Una vez preparada la cena, la llevó al cuarto de estar y encendió la tele. Aun así, se oía el canto de los pájaros en la cocina; a veces lo dejaba toda la noche. Zapeó los canales gratuitos hasta encontrar Dave. Eran todo reposiciones, pero podían verse. Fifth Gear, seguido de Top Gear y otra versión de Top Gear.

—¿Podré aguantar este ritmo?

Había dejado el móvil recargándose en la encimera de la cocina y cuando sonó pensó en no contestar, pero dio otro bocado, lanzó apenas un gruñido y dejó la bandeja en la alfombra. Cuando llegó, el aparato dejó de sonar, pero la pantalla mostraba las letras mayúsculas TK: Tony Kaye. Lo desenchufó del cargador, marcó el número de su colega y volvió al sofá.

—¿Dónde estás? —preguntó Kaye.

—Esta noche no voy al pub —le advirtió Fox, que oía el barullo ambiental. Sería Minter’s o un local parecido.

—Sí que vienes —replicó Kaye—. Hay problemas. ¿Cuánto tardas en llegar?

—¿Qué clase de problemas?

—Tu amigo Breck ha llamado por teléfono.

—Que me llame a casa.

—No era contigo con quien quería hablar, sino conmigo.

Fox volvió a hundir el tenedor en el chili sin moverlo.

—¿Me lo vas a explicar?

—La explicación tendrás que darla tú, Foxy. Breck estará aquí dentro de una hora.

Fox se apartó el teléfono del oído lo justo para ver el reloj. Diecisiete minutos.

—Llego dentro de veinte minutos —dijo, levantándose del sofá y apagando la tele—. ¿Qué quería de ti?

—Está deseando saber por qué eché un vistazo a Vince Faulkner en el PNC.

Fox lanzó una maldición para sus adentros.

—Veinte minutos —repitió, cogiendo la chaqueta y las llaves—. No digas nada hasta que yo llegue. Estás en Minter’s, ¿no?

—Sí.

Fox volvió a maldecir, cortó la comunicación y cerró de un portazo.


En la barra estaban los dos mismos clientes hablando con el dueño sobre una pregunta de otro concurso en la tele. Jamie Breck lo vio llegar y lo saludó con una inclinación de cabeza. Estaba sentado en la mesa habitual de Tony Kaye, que estaba sentado frente a él con cara seria.

—¿Qué quiere tomar? —preguntó Breck. Fox negó con la cabeza y se sentó. Advirtió que Kaye bebía jugo de tomate y Breck media pinta de cerveza con gaseosa—. ¿Cómo está su hermana?

Fox inclinó ligeramente la cabeza y se encogió de hombros.

—Aclaremos las cosas, ¿no?

Breck lo miró.

—Espero que comprenda que lo que intento es hacerle un favor.

—¿Un favor? —dijo Tony Kaye receloso.

—Pongamos las cartas boca arriba. No somos tontos, sargento Kaye. Lo primero que hicimos fue una comprobación de antecedentes y en el PNC quedan registradas las últimas búsquedas, lo que nos llevó a su amigo en el DIC.

—Vaya amigo —musitó Kaye cruzando los brazos.

—No crea que no tardó en darnos su nombre, por si le sirve de consuelo. Tuvo que intervenir su jefe.

—¿Cómo fue la autopsia? —interrumpió Fox.

Breck focalizó su atención sobre él.

—Traumatismo con un objeto contundente, lesiones internas... Casi estamos seguros de que estaba muerto cuando lo tiraron allí.

—¿Cuánto tiempo había transcurrido?

—Un día, día y medio —Breck hizo una pausa, dando vueltas a la pinta en el reposavasos—. La búsqueda en el PNC fue ayer. ¿Es el mismo día en que se enteró de que Jude se había roto el brazo?

—Sí —contestó Fox.

—¿Fueron a ver a Faulkner?

—No.

Breck enarcó una ceja sin apartar la mirada de la cerveza.

—¿No quiso tener unas palabras con el hombre que le había roto el brazo a su hermana?

—Sí que quería hablar con él, pero no fui a buscarlo.

—¿Y usted, sargento Kaye?

Kaye abrió la boca para hablar, pero Fox alzó una mano para que no lo hiciera.

—Esto no tiene nada que ver con el sargento Kaye —dijo—. Fui yo quien le dije que mirase si Faulkner tenía antecedentes.

—¿Por qué?

—Para tener elementos de cargo si había algo... Esperaba que quizá Jude se aviniera a razones.

—¿Para dejarle, quiere decir? —Fox asintió con la cabeza—. ¿Se lo dijo a ella?

—No me dio tiempo. Faulkner ya había muerto, ¿no?

Breck no se molestó en contestar. Fox miró a Tony Kaye con una leve inclinación de cabeza para darle a entender que era la versión que él quería. Si había bronca, él asumía la responsabilidad.

—¿Recuerda cuando le pregunté si había algo que quería decirme a propósito de la víctima? —inquirió Breck mirando fijamente a Malcolm Fox—. ¿Por qué no mencionó que tenía antecedentes?

—Pues no lo sé —contestó Fox alzando los hombros.

—¿Qué más averiguó?

—Nada.

—¿Pero sabía que era un chico malo, no?

—Parece que desde que vino al norte empezó a portarse bien.

—Bueno, pero eso tarda su tiempo, ¿no? Querría estar seguro del terreno que pisaba. ¿Cuánto hace que vivía en Edimburgo?

—Un año o año y medio —contestó Fox. Le llegaba de nuevo el aroma de los whiskies que acababan de servir en la barra.

—¿Cómo conoció a su hermana?

—Tendrá que preguntárselo a ella.

—Sí, claro que lo haremos —replicó Breck mirando el reloj de pulsera—. Hablé de poner las cartas boca arriba, pero el tiempo apremia —añadió.

—¿Qué quiere decir?

Breck miró a Malcolm a los ojos.

—Yo no soy su problema, téngalo en cuenta. —Se volvieron los tres al sentir que abrían la puerta del pub con fuerza suficiente para hacerla gemir en sus goznes. El que irrumpió era casi tan ancho como alto. A pesar de las bajas temperaturas en la calle sólo llevaba una chaqueta sport a cuadros sobre la camisa, sin corbata. Fox lo reconoció, naturalmente. Era el inspector jefe William Giles: Billy Giles «el Malo». A juzgar por su cara arrugada, el pelo negro ondulado debía ser teñido, aunque nadie se atreviera a hacer ningún comentario al respecto. Sus ojos eran de un azul cristalino glacial.

—Una pinta de Eighty —ordenó Giles, acercándose a la mesa. Breck se puso en pie pero dudando en si hacer las presentaciones.

—Los conozco —vociferó Giles mirándole—. Tres horas me tuvieron interrogándome... tres horas de mi vida que no recuperaré.

—Glen Heaton no merecía sus esfuerzos —comentó Fox.

—No se tumba a un hombre así como así —espetó Giles—. En su aguante se ve su valía, y no crea que ha dejado KO a Glen Heaton. —La silla que había ocupado Breck crujió bajo el peso de Giles. Su mirada fue de Tony Kaye a Malcolm Fox—. Pero ahora soy yo quien le tengo a usted en mis manos —añadió con una sonrisa de satisfacción.

Billy Giles no era sólo el capitoste del DIC de Torphichen, además de jefe de Breck, y, ya puestos, de Glen Heaton; sobre todo era su mejor amigo. Fox repasó mentalmente aquel interrogatorio de tres horas y pensó también en todos los obstáculos que Giles había interpuesto para entorpecer la investigación del PSU.

—Ahora está en mis manos —repitió Giles con pausada satisfacción. Desde la barra, Breck miró a Malcolm Fox. «Yo no soy su problema...» Fox asintió con una leve inclinación de cabeza como la que había dirigido previamente a Tony Kaye y volvió a centrar su atención en Giles.

—Pero menos —dijo marcando por igual las palabras y poniéndose en pie, dando a entender a Kaye que hiciera lo propio—. Si quiere encontrarnos, ya sabe dónde estamos.

—¿Por qué no ahora mismo?

Pero Fox sacudió la cabeza mientras se abrochaba el abrigo.

—Ya sabe dónde estamos —repitió—. No olvide pedir hora de visita. En Asuntos Internos tenemos mucho trabajo.

—Son dos gusanos, eso es lo que son.

Incluso de pie, Fox no era mucho más alto que Giles sentado. Pero aún así se inclinó hacia él amenazadoramente.

—No somos gusanos —replicó—. Recuerde que seguimos estando en el ring y que hemos noqueado a su amigo Heaton. La última vez que le vi seguía tumbado en la lona.

Acto seguido se irguió, dio media vuelta y salió del pub. Tony Kaye apenas tardó unos segundos en seguirle abrigándose con la bufanda al cruzar la puerta.

—¿Qué demonios vamos a hacer? —dijo.

—No tenemos que hacer nada... Las cosas son como son.

—Pero habrá que decírselo a McEwan.

Fox asintió sin decir palabra.

—Giles quiere interrogarnos en Torphichen. Nos atendremos a mi versión. Tal vez me gane una reprimenda, pero no creo que vaya a más.

Kaye reflexionó un instante antes de negar despacio con la cabeza.

—Giles no soltará su presa. Se lo toma como una venganza.

—No conseguirá más que una rabieta, Tony.

Kaye quedó pensativo un instante.

—¡Ese cabronazo de Hull!

—Deberíamos habernos dado cuenta de que todo el mundo deja un rastro. Incluso en un ordenador.

Kaye dio un resoplido.

—¿Y ahora qué?

Fox se encogió de hombros.

—¿Quieres que te lleve? —dijo—. No veo tu Nissan.

—Por una vez lo aparqué bien dos calles más allá.

—¿No querías que los de Torphichen te pillaran también en esa infracción?

Kaye balanceó la cabeza de un lado a otro.

—¿Cómo haces para conservar siempre la calma, Foxy?

—No vale la pena complicarse... ya te digo: las cosas son como son.

Kaye miró hacia la puerta de Minter’s.

—Vámonos antes de que salga.

—Tiene que beberse la pinta y quizás otra a continuación. Por cierto, ¿qué te ha parecido Jamie Breck?

Ni un segundo tardó Kaye en dar su veredicto:

—Parece un buen tipo.

Malcolm Fox asintió sin decir nada. «Parece...»

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