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Miércoles por la mañana. Fox se estaba lavando los dientes cuando comenzó a sonar el teléfono fijo. El aparato de arriba necesitaba recarga y sabía que antes de que llegara al cuarto de estar habrían colgado, por lo que ni se molestó. Se había despertado temprano, con las palabras de Tony Kaye resonándole en la cabeza: «Parece un buen tipo». Kaye quería decir que era de los que ayudan a un colega, pero eso no impedía que fuera otras cosas... Mientras se limpiaba los dientes el móvil lanzó un gorjeo. Lo tenía en la cómoda del dormitorio y entró en la habitación, tirando la toalla en la cama recién hecha.

—Fox —dijo arrimando el aparato al oído.

—Señor Fox, soy Alison Pettifer.

—¿Está bien Jude? —inquirió Fox con el estómago tenso.

—Se la han llevado.

—¿Quién? —dijo, sabiéndolo de antemano.

—Unos policías que dijeron que eran de la división C.

De Torphichen. Miró el reloj. Eran las siete y media.

—Es un procedimiento rutinario —comenzó a decir.

—Eso es lo que dijeron: «Preguntas rutinarias». En cualquier caso, pensé que querría saberlo.

—Ha sido muy amable.

—¿Cree que debo quedarme aquí? —Fox no estaba muy seguro de lo que quería decir. ¿Ir ella a Torphichen?—. Para ver lo que hacen, quiero decir.

Fox apartó el aparato del oído y miró la pantalla. Llamaba desde el teléfono de Jude.

—¿Siguen todavía ahí? —preguntó.

—Sí, algunos.

—¿Con una orden judicial de registro?

—Le hicieron firmar algo a Jude —contestó la vecina.

—¿Dónde se encuentra en este momento, señora Pettifer?

—Al pie de la escalera. —Oyó una disculpa de alguien que pasaba junto a ella y sonaron pasos subiendo—. No parece que les haga gracia que yo me haya quedado.

—¿Y los amigos de Jude, los que iban a cuidarla?

—Joyce se quedó por la noche, pero se marchó a trabajar a las seis y poco después llegó la policía. Yo me vestí y...

—Gracias por todo, señora Pettifer. Váyase a su casa.

—Ayer por la tarde llamaron a mi puerta dos periodistas, pero los despaché sin contemplaciones.

—Gracias de nuevo.

—Bien... Entonces me voy a casa, si cree que es lo mejor.

Fox cortó la comunicación, cogió una camisa limpia de la percha y decidió ponerse la misma corbata de la víspera. Estaba bajando la escalera cuando sonó de nuevo el teléfono fijo. Cogió el auricular junto al sofá y se lo llevó a la oreja.

—Fox —dijo.

—Soy McEwan.

—Buenos días, señor.

—Te noto agobiado.

—No, señor, es que salía en este momento.

—Ah, ¿nos vemos aquí dentro de media hora?

—En realidad tendría que ir antes a otro sitio.

—No creo que sea conveniente, Malcolm.

—¿Cómo dice?

—Los de Torphichen me han dicho lo que ocurre. Me llamaron hace media hora. Nos va a costar un poco desactivar tu jugadita con el PNC.

—Iba a decírselo, señor... —Fox hizo una pausa—. El caso es que se han llevado a mi hermana para interrogarla. Necesita a alguien a su lado.

—Tú no, Malcolm. Tienes que venir aquí.

—Saben que es mi hermana, Bob. No les ha gustado lo que he hecho con su colega Heaton.

—Yo tengo amistades en Torphichen, Malcolm. Me ocuparé de arreglarlo.

—Sí, señor.

—Bien, dentro de media hora. Tú, yo y Tony Kaye vamos a tener una charla...

Fox se quedó con el teléfono mudo en la mano.

En realidad, el trayecto le llevó más tiempo del que pensaba. Su disculpa: las obras del tranvía. Lo cierto es que hizo un desvío a la calle de Jude en Saugtonhall. La puerta estaba abierta. Junto a la acera había aparcada una furgoneta de un equipo de la policía científica. Alguien se había llegado hasta la tienda de la esquina porque todos bebían en vasos de plástico y comían pasteles y patatas fritas; algunas caras le sonaban de sus visitas a Torphichen, pero no estaban Billy Giles ni Jamie Breck. En la acera de enfrente una vecina miraba por la ventana con los brazos cruzados. Fox dejó el motor al ralentí, consciente de que no serviría de nada entrar. Finalmente puso el intermitente y arrancó. Los conductores que circulaban se mostraron educados y frenaron.

Así tenían más tiempo para mirar boquiabiertos.


—En la casa habrá huellas mías por todas partes —dijo Fox a McEwan. No se habían reunido en el despacho. McEwan había encontrado una sala de reuniones libre con mesa elíptica y nueve sillas. Sobre un trípode había una pizarra para rotulador con tres palabras escritas:

VISIBILIDAD

VIABILIDAD

VERSATILIDAD


Tony Kaye se había adueñado de la única silla con ruedas y se dedicaba a rodarla, acercándola y alejándola de la mesa.

—Me estás poniendo nervioso —le advirtió McEwan.

—¿Qué vamos a hacer respecto a Billy «el Malo»? —inquirió Kaye sin dejar de hacer rodar la silla.

—Para ti es el inspector jefe Giles, sargento Kaye... y vamos a dejar que cumpla con su trabajo. ¿Estamos de acuerdo, Malcolm? —añadió volviendo la cabeza hacia éste.

Fox asintió.

—No tenemos más remedio. Se sentirán mejor después de darnos una patada —dijo.

McEwan suspiró.

—¿Cuántas veces os lo he dicho? El PSU es sagrado.

—Señor, ya le he dicho que la búsqueda de Vince Faulkner fue idea mía.

McEwan miró furioso a Fox.

—Sabes de sobra que es mentira. Tony siempre toma la iniciativa de transgredir las reglas, ¿no es cierto, sargento?

—Sí, señor —reconoció Kaye.

—Anoche no le dijimos eso a Giles —terció Fox.

—Pues, entonces, mantened esa versión —espetó McEwan—. Si os coge en una contradicción, seguirá buscando otras... —Hizo una pausa—. ¿Hay otras?

—No, señor —dijeron los dos.

McEwan se quedó pensativo un instante.

—Billy Giles tiene mal genio y es un fanfarrón, pero escarbando un poco no hay por qué temerlo tanto. Lo que no quiere decir que hay que subestimarlo —añadió alzando un dedo.

Malcolm Fox sacó el pañuelo y se sonó.

—¿Han considerado la casa de Jude como escenario del crimen? —preguntó.

—Posible escenario del crimen.

—No encontrarán nada.

—Creía que habías dicho que encontrarían tus huellas.

—Estuve allí el lunes y ayer.

—Más vale que te asegures de que toman nota de ello.

Fox asintió despacio mientras McEwan volvía a centrar la atención en Kaye.

—Tony, te juro por Dios que si no dejas de rodar la puta silla...

Kaye se puso en pie de un salto y la silla fue propulsada contra la pizarra.

—Aquí hay algo raro —musitó sacudiendo la cabeza—. Foxy comienza a tener trato con Jamie Breck... y zás, la división C empieza a tocarnos los huevos. ¿Y si Billy «el Malo» se enteró y decidió que no quería perder más manzanas podridas?

—Y entonces... mata a un hombre a sangre fría —concluyó McEwan—. ¿Es lo que insinúas? ¿En serio?

—No digo que él... —comenzó a balbucear sin lograr acabar la frase y emitiendo simplemente un prolongado gruñido.

—¿Pido yo mismo que me interroguen? —preguntó pausadamente Fox a su jefe.

—Ya han requerido el placer de tu compañía.

—¿Cuándo tengo que ir?

—En cuanto termine esta reunión —contestó McEwan.

Fox lo miró.

—Así que...

—Así que sois un par de idiotas. Nadie hace una búsqueda en el PNC sin motivo justificado.

—Teníamos un motivo justificado —insistió Kaye.

—Teníais un motivo justificado privado, Tony, que no es lo mismo.

—Él había protagonizado un incidente doméstico —replicó Kaye— y buscábamos antecedentes.

—Sí, sigue intentando convencerte —dijo McEwan con mirada cansina.

—Bien, señor —terció Fox para ver si los despedía.

—Marchaos —dijo McEwan.


—Es mi hermana, ¿entiende?

—¿Quiere verla? —preguntó Giles. Llevaba la misma ropa que la víspera más una corbata. El cuello le rebosaba por el cerco del cuello de la camisa y detrás del nudo flojo de la corbata se veía un botón desabrochado.

—¿Dónde está?

—Cerca. —Se encontraban en una de las salas de interrogatorio de la comisaría de Torphichen, un edificio con cierto aire a Asalto al distrito 13, destartalado y rodeado de desidia y obras de pavimentación. Más allá del oeste de Princes Street y Lothian Road no había gran cosa para visitas turísticas: los indicadores de una sola dirección que retenían el tráfico de autobuses, taxis y camiones; pero para los peatones era una zona ingrata. Los olores habituales a moho y desasosiego llenaban el interior del edificio. La sala de interrogatorios exhibía cicatrices de las batallas: paredes arañadas, mesa desportillada y grafitis en la parte interna de la puerta. A Fox le tuvieron un buen rato en la zona de espera para que los agentes uniformados y de paisano pudieran verlo en su ir y venir. Cuando finalmente siguió los pasos de Giles por el pasillo hacia la sala de interrogatorios, había oído suficientes comentarios entre dientes y maldiciones a través de las puertas de los despachos.

—¿Se encuentra bien mi hermana? —insistió Fox.

Giles lo miró a la cara por primera vez.

—Lo duro no ha empezado aún, si se refiere a eso. La última vez que la vi tomaba té con pastas y le hacía compañía una policía —dijo Giles inclinándose y apoyando los codos en la mesa—. Es mal asunto —añadió, y Fox asintió—. ¿Cuándo vio al señor Faulkner por última vez?

—Antes de Navidad... tal vez en noviembre.

—No le tenía mucho aprecio, ¿no?

—No.

—No se lo reprocho. Seguro que sabe que a su hermana le zurraba la badana —Fox lo miró a la cara sin decir nada—. ¿Sabe qué?, si ella hubiera sido hermana mía, ese cabrón se la habría cargado.

—Ya hablé con ella sobre el asunto, pero insistió en que se había roto el brazo accidentalmente.

—Pero no se lo creería, ¿verdad? —dijo Giles reclinándose en la silla y metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Cómo es que no se enfrentó a él?

—No tuve ocasión.

—¿O fue por cobardía...? —Giles dejó flotar la pregunta en el aire, pero como Fox no entraba al trapo, descubrió los dientes con una sonrisa—. Se rompió el brazo el sábado, ¿no es cierto?

—Eso dice.

—¿Cuándo se enteró usted?

Se oyó un ruido afuera en el pasillo y la voz de un joven, no precisamente complacido, a quien llevaban o sacaban del calabozo.

—Debe de ser Mollison —dijo Giles—. Vivimos una ola de delitos de mequetrefes. En cuanto acabe con usted, tengo que interrogarlo.

—¿Tiene algo que ver con...?

Giles sacudió la cabeza.

—Mollison roba casas o fuerza coches, pero es incapaz de darte un golpe mortal. Esa clase de agresión requiere cólera. La clase de cólera producto del resentimiento.

—No había visto a Faulkner desde antes de Navidad.

—¿Lo sabía ya entonces?

—Saber qué.

—Que era un maltratador conyugal.

—Jude no era su esposa.

—¿Pero lo sabía? —Los ojillos de Giles, en su rostro carnoso, le atravesaban. Aunque procuraba contenerse, Fox se rebulló en la silla.

—Sabía que tenían una relación tempestuosa.

Giles lanzó un resoplido.

—¡No ha venido aquí a escribir artículos de fondo!

—Jude decía que ella también le sacudía.

—Una cosa no quita la otra, inspector. Me da la impresión de que usted eludía intervenir de palabra. ¿Nunca tuvo un aparte con Faulkner para hablar tranquilamente?

—Después de lo del brazo, lo habría hecho de haber tenido ocasión.

—Bien, volvamos a mi primera pregunta... ¿Cuándo se enteró?

—El lunes por la tarde me llamó una vecina.

Giles asintió despacio con la cabeza.

—La señora Pettifer —dijo. Sí, claro, era lógico que la hubieran interrogado para las indagaciones...—. Es de suponer que a continuación fuese a buscarle...

—No —respondió Fox mirándose las manos que tenía apretadas en el regazo.

—¿No? —insistió Giles poco convencido.

—¿Qué importancia puede tener... si ya estaba muerto?

—Vamos, Fox... ya sabe que el momento de la muerte siempre es objeto de controversia... unas horas de más o de menos.

—¿Se presentó a trabajar el lunes por la mañana?

Giles hizo una pausa antes de contestar, sopesando lo que le interesaba ocultar o no a Fox. Finalmente, sacudió la cabeza.

—¿Y qué estuvo haciendo? ¿Dónde se metió a partir del sábado por la tarde? Alguien tuvo que verle.

—Quien lo mató le vio.

—No estará pensando que fue Jude.

Giles frunció los labios, sacó las manos de los bolsillos y las entrelazó en la nuca. Por la tensión, la camisa se abrió entre los botones y dejó ver una camiseta de malla blanca. Fox tenía calor. Sabía que probablemente ponían expresamente alta la calefacción para molestar a los sospechosos. Le picaba el pelo y notó que sudaba, pero si se rascaba o se lo enjugaba Giles pensaría que el interrogatorio estaba haciendo mella en él.

—He visto a Faulkner en el depósito —dijo el interrogador—, y me parece que era bastante musculoso como para que una mujer de cincuenta kilos, borracha y con un brazo impedido pudiera cargárselo. —Giles estaba atento a la reacción de Fox—. Alguien debió de ayudarla.

—En la casa no va a encontrar nada —dijo Fox, oyendo cerrarse de golpe una puerta a lo lejos. Afuera se oía el motor al ralentí de un camión o de un autobús, que hacía vibrar el cristal esmerilado de la ventana.

—No faltan abundantes pruebas de un modo de vivir caótico —prosiguió Giles—. Aunque alguien haya empezado a hacer limpieza.

—Fue pura iniciativa de la vecina.

—No estoy insinuando que alguien intentara borrar huellas —dijo Giles con sonrisa glacial—. Por cierto, ¿cómo va su caso contra Glen Heaton?

—Me preguntaba cuánto iba a tardar en...

—Él está encantado, ¿sabe? En casita con la paga completa mientras nosotros por las mañanas tiritamos de frío y raspamos la escarcha del parabrisas. —Giles apoyó sus manos carnosas sobre la mesa y se inclinó hacia delante—. Y al final lo declararán inocente.

—¿Si actúo suave con Heaton dejará en paz a mi hermana?

Giles trató de fingir un gesto de agravio.

—¿Acaso he dicho yo eso? —Hizo una pausa—. En cualquier caso, no puedo evitar una sensación de... ¿cómo decir? ¿Ironía? ¿Justicia poética?

—Ha muerto un hombre, por si lo olvida.

—No lo olvido, inspector. Puede tener la absoluta certeza. Mis hombres van a escrutar minuciosamente cualquier detalle de la vida de Faulkner, y su hermana tendrá que acostumbrarse a responder preguntas y más preguntas. Y, por lo visto, también los medios de comunicación están interesados. Creo que va a estar contestando al teléfono y a las llamadas al timbre sin parar.

—No se desquite con ella —dijo Fox con voz pausada.

—¿O presentará una queja a Asuntos Internos? —dijo Giles con una sonrisa—. Sería la guinda de la tarta...

—¿Hemos acabado? —añadió Fox comenzando a levantarse.

—De momento... A menos que haya algo que quiera decirme.

Fox pensó varias cosas, pero lo que hizo fue negar con la cabeza.

En el pasillo abrió algunas puertas pero Jude no estaba en ninguna de las otras salas de interrogatorio. Al fondo estaba la salida a la estrecha zona de recepción de la comisaría y más allá la calle. En la escalinata le aguardaba una cara familiar.

—¿Damos un paseo? —dijo Jamie Breck poniendo fin a la llamada que hacía con el móvil.

—Tengo ahí mi coche —dijo Fox señalando con la barbilla.

—No, a pie... —replicó Breck con un gesto, echando a andar cuesta arriba hacia los semáforos—. ¿Qué tal le fue con el inspector jefe Giles?

—¿Cómo cree que me ha ido?

Breck asintió levemente con la cabeza.

—Pensé que le interesaría saber el desarrollo del asunto.

—¿Es así como funciona? Giles me da un repaso y usted me viene ahora con lo del «poli bueno»?

—Giles me mataría si se enterara de que estoy hablando con usted —replicó Breck mirando por encima del hombro al doblar la esquina de Morrison Street.

—¿Y por qué lo hace?

—A mí no me gusta esa política de ellos o nosotros —dijo Breck apretando el paso. Era un paso de joven, decidido y rítmico, como si el futuro le marcase un destino concreto. Fox, empeñado en no quedar rezagado, notó el sudor en el pelo.

—¿Dónde está mi hermana? —preguntó.

—Camino de casa, creo.

—Entre nosotros, ¿qué piensa de Glen Heaton?

Breck frunció la nariz.

—Sé que cortó por lo sano en determinados casos.

—Por lo sano y a lo bestia.

—Es su modo de actuar... y bastante eficaz.

—Creo que su jefe intentaba negociar conmigo.

—¿Sobre qué?

—Heaton a cambio de mi hermana... —Breck lanzó un discreto silbido—. Pero como mi hermana no ha hecho nada...

—¿No aceptó? —inquirió Breck.

—Parece que no le extraña que hiciera esa oferta.

Breck se encogió de hombros.

—Lo que me extraña es por qué me lo cuenta.

—Cuando Heaton vaya a la cárcel quedará una vacante de inspector.

—Es de suponer.

—¿No tiene ambiciones?

—Claro que tengo ambiciones... como todo el mundo. ¿Usted no?

—No en especial.

Continuaron unos pasos en silencio.

—Bueno, ¿qué tal le fue con Billy «el Malo»? —preguntó Breck finalmente.

—Él enfoca la investigación como una represalia contra mí, y eso puede adulterar su criterio... y conducirle a una serie de pistas falsas.

Breck asintió con la cabeza.

—¿Le dijo lo de las cámaras de seguridad? —preguntó.

—¿El qué? —replicó Fox mirándolo.

—Supongo que no se lo dijo —añadió Breck con un suspiro——. Hay un pub en Gorgie... Faulkner no era cliente habitual, pero iba a él de vez en cuando... Un local que tiene cámaras de vigilancia en el interior y en el exterior.

—¿Y?

Breck se detuvo de pronto y se volvió de cara a Malcolm Fox, fijando en él su mirada.

—No sé si debería contarle esto.

—¿Cómo se llama el pub?

—Morooned. ¿Lo conoce? —Breck aguardó a que Fox asintiera con la cabeza—. Lleva abierto sólo cosa de un año.

—¿Una cámara grabó a Vince Faulkner? —aventuró Fox.

—El sábado por la noche. Había un grupo de seguidores de rugby... galeses; discutieron y le arrastraron afuera.

—¿Y le dieron una paliza?

Breck negó con la cabeza.

—En lo que yo he visto de la grabación él da un empujón a uno y a él le dan un pescozón, pero eran tres contra uno, y Faulkner calculó la situación y se largó lanzando insultos.

—¿Ellos no lo persiguieron?

—Lo que no quiere decir que no volviera a encontrárselos.

—No —dijo Fox pensativo.

—Su hermana dice que él no tenía parientes en el sur... ¿Es cierto?

Fox alzó los hombros.

—Ella lo sabrá mejor que yo. —Hizo una pausa—. Esto no tiene nada que ver con ella; usted lo sabe.

Breck asintió despacio con la cabeza.

—De todos modos... lo están enfocando así.

—¿Van a ponerle la casa patas arriba?

—Les dije a los de la científica que no carguen la mano.

—No encontrarán nada.

Reanudaron la marcha y al doblar hacia Dewar Place Fox advirtió que caminaban en círculo. Al doblar otra esquina estarían de nuevo en la comisaría, junto a su coche.

—Vive usted muy cerca de mi casa —dijo Breck.

Fox abrió la boca para replicar, pero tragó saliva a tiempo para no decir «Ya lo sé».

—¿Ah, sí? —inquirió.

—Resulta que yo vivo detrás del supermercado de los Morrison —dijo Breck.

—¿Está casado?

—Tengo novia.

—¿Formal?

—Llevamos juntos un par de meses... Aún no se ha venido a vivir conmigo. ¿Y usted?

—Estuve casado —contestó Fox.

—Es difícil el matrimonio siendo policía —dictaminó Breck.

—Sí que lo es —dijo Fox. Estaba pensando en lo de la novia. Muchos pedófilos y delincuentes tenían pareja como tapadera —«un buen padre de familia»— y dedicaban sólo una breve parte de su vida a su personalidad secreta. Por otra parte, seguramente había muchos que habían tropezado por mala suerte con esa clase de sitios en la red y se habían enganchado... sin saber exactamente por qué. Atraídos por algo.

De todos modos, ¿cuántos acababan comprometiendo su tarjeta de crédito?

—¿Eso es todo lo que han averiguado hasta el momento? ¿Lo del Marooned y los hinchas galeses?

—Más o menos.

—¿No han descubierto nada de sus pasos el domingo o el lunes?

—Es pronto, inspector.

Fox asintió con la cabeza y se le ocurrió una pregunta.

—¿Dónde trabajaba? —inquirió.

—¿No lo sabe?

—Sé que era obrero de la construcción...

—Tenía un contrato temporal en Salamander Point.

—Creí que habían quebrado.

—Pues no. —Casi habían llegado al final de Dewar Place Lane, y Breck tocó a Fox en el hombro—. Separémonos aquí —dijo.

Fox asintió con la cabeza.

—Gracias por la charla.

Breck sonrió, le tendió la mano y Fox se la estrechó.

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