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Educación superior: Una propuesta para el Bicentenario

La educación superior en Chile ha tenido un crecimiento explosivo en las últimas dos décadas. Los alumnos de los planteles universitarios, institutos profesionales (IP) y centros de formación técnica (CFT) se han multiplicado, con lo cual un alto porcentaje de jóvenes, especialmente de los quintiles de menores ingresos, han podido acceder a ellos. Es innegable que la educación terciaria constituye una palanca de desarrollo muy importante, tanto para las familias como para el país.

El problema es que este crecimiento ha sido a expensas de la inversión privada, lo que ha provocado que gran parte del costo de la educación de esos jóvenes recaiga en sus propias familias, las que muchas veces deben hacer enormes esfuerzos para que sus hijos puedan estudiar. En este punto tenemos grandes diferencias con el mundo desarrollado: según los últimos indicadores de educación del informe de la OCDE 2010, en Chile el 86% del gasto en educación superior es privado, lo que se compara con solo un 4% en Finlandia, un 15% en Alemania y un 31% en el promedio de los países miembros de la OCDE.

La educación terciaria es clave en el nivel de crecimiento y cohesión social, pues posibilita la igualdad de oportunidades para todos los chilenos.

Nuestro sistema de educación superior es heterogéneo: lo integran 60 universidades, 44 IP y 72 CFT. Los dos últimos grupos comprenden muchas instituciones pequeñas y con pocas posibilidades de acceder a niveles de acreditación. Sin embargo, para postular a aportes estatales, todas las instituciones de educación superior deben cumplir con criterios de calidad, acreditación y orientación de bien público. Es aquí donde los concursos públicos, las becas, los convenios de desempeño, los sistemas de crédito y la evaluación de las actividades adquieren su plena vigencia y valor.

El compromiso del Estado con el segmento técnico-profesional de la educación terciaria debe traducirse en un aporte significativo a su financiamiento. Hoy el apoyo a este sector es inferior al 0,06% del reducido gasto directo del Estado en educación superior, lo que no guarda relación con la importancia de ella. El aporte estatal debiera incrementarse para ir en apoyo de los planteles y de las familias, cuya mayoría pertenece a los tres primeros quintiles de ingreso.

Junto con esta medida, es preciso resolver un tema pendiente de gran potencialidad: la articulación e integración del sistema de educación superior. Nuestras instituciones pueden aportar considerablemente en este aspecto, dado su origen común, la correspondencia de principios, valores, forma de trabajo y calidad, esta última expresada en la acreditación máxima que otorga la CNA, tanto a la UC como a Duoc UC. La Universidad puede aprender de la educación para el trabajo a través de competencias y habilidades, propias de ese tipo de enseñanza, además de abrir amplias oportunidades para que los alumnos destacados de esas instituciones accedan a la formación universitaria y alcancen grados de licenciatura y magíster, permitiéndoles una formación y capacitación laboral progresiva. Como se ve, hay mucho camino que recorrer entre ambas instituciones.

Para lograr una real articulación entre la formación universitaria y la técnico-profesional, debemos mejorar la retención y la tasa de titulación de los alumnos. Por otro lado, la formación continua, el perfeccionamiento de los procesos de calidad y acreditación de las instituciones y programas y, por último, la creación, en ambos tipos de instituciones, de nuevas carreras que sean complementarias y estén orientadas a aportar al desarrollo del país, son todos compromisos que estamos dispuestos a abordar en conjunto.

La educación terciaria es clave en el nivel de crecimiento y cohesión social, pues posibilita la igualdad de oportunidades para todos los chilenos.

Igualmente, nuestro aporte será fundamental para lograr el desarrollo y para que el optimismo de los chilenos en este Bicentenario se base en una educación superior de calidad, que entregue a la sociedad universitarios, profesionales y técnicos con conocimientos, competencias, valores, virtudes y, particularmente, con la capacidad de seguir aprendiendo en un mundo en constante cambio. Es aquí donde podemos hacer la diferencia.

Publicado en el diario El Mercurio el 11 de octubre de 2010, en coautoría con Jaime Alcalde C., rector Duoc UC.

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