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Nuestro camino
hasta aquí

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Hemos atravesado las etapas evolutivas y recibimos el amor que fueron capaces de entregarnos. Con seguridad fue mayor, en muchos casos, del que pudimos apreciar. Sin amor, no hubiéramos sobrevivido. No obstante, dada la extrema indefensión con la que comienza la existencia, pedimos siempre más de lo que recibimos… Abrimos la boca para tragar sin medida y sentimos las ausencias a nuestra expectativa como heridas concretas.

En el trayecto, también hicimos acopio de actitudes saludables que nos facilitaron la resolución de conflictos y nos posicionaron mejor ante la dificultad. Cada uno de nosotros fortaleció su auto-imagen para mostrarse más atractivo y más solvente frente a los demás.

Sin embargo, el inventario de los errores cometidos nos sometió a frecuentes cuestionamientos sobre el tamaño de nuestras carencias. Ese lado no tan presentable se agrandó cada vez que nos quedamos solos y provocó ansiedades amargas que nos hicieron desconfiar de nosotros mismos. Las dudas reiteradas alimentaron una inseguridad que intentamos negar de muchas maneras, pero siguió bullendo por lo bajo.

Nos sobrepusimos a los vaivenes internos y sacamos fuerzas de las flaquezas para continuar cumpliendo con lo impuesto. El mandato de las figuras de autoridad nos empujaba hacia afuera, minimizando los temores. Una valentía ingenua tomó la delantera y salimos al ruedo con todo lo demás cargado en la espalda.

Aprendimos a respetar el deseo de los otros, a seguir los recorridos que nos indicaron, e incluso a agradarles: de no ser así, podrían habernos abandonado y ¡los necesitábamos tanto! Debían dirigir nuestro crecimiento… Y, si bien fue diferente para cada uno, todos fuimos conducidos de una o de otra manera. Compramos ilusiones ajenas y proyectamos sueños aprendidos, algunos nos pusieron frente a logros y desafíos que aceptamos como propios, y hasta los disfrutamos. Así debió de ser. La vida no podría estructurarse de otro modo dentro de los parámetros conocidos en nuestra sociedad.

Nacemos por deseo del otro, nuestros padres, y el crecimiento nos llevará a elegir, entre los modelos conocidos, nuestro propio deseo. Descubrimos cuál es nuestro deseo cuando lo vemos afuera. Es como nuestros ojos: no podemos verlos directamente, necesitamos de un espejo que los refleje.

En la adolescencia, la mayoría de nosotros experimentó la primera crisis de identidad. El desafío con los padres es indispensable. Tremendo, incómodo, sí, pero necesario. Solo podemos reconocernos adultos al diferenciarnos del modo de ser mujer u hombre que ellos tuvieron. Habitar un espacio propio se consigue luchando por él a capa y espada… Por lo general, lo hicimos y, en mayor o menor medida, lo superamos. Venciendo a los padres internalizados es como nos afirmamos en nuestro potencial y, más tarde, justamente al sentirnos seguros, volvemos a acercarnos a ellos, con ternura y agradecimiento, ya sin necesidad de competir.

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