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Adultos hechos
y derechos

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En ocasiones, alcanzamos cumbres exitosas y nos engolosinamos con ello. Durante varios años, sobrevolamos esa nube rosada de reconocimiento y satisfacciones que parecerían ser suficientes. No son pocos los que se instalan allí, convencidos de que es justo, y estiran sus resultados por mucho tiempo, haciendo sentir en el entorno que ya hicieron los méritos necesarios y en la madurez solo recrean sus glorias pasadas cargando a sus hijos con la responsabilidad de ocuparse de ellos.

Pero en otros casos, después de los tropiezos, las carencias y los éxitos que fuimos obteniendo, una profunda insatisfacción sobreviene. Un estado de apatía y desánimo se manifiesta y sentimos que cuando se están por concretar los sueños, de pronto todo se derrumba. En ocasiones se siente como un desmembramiento, como si hubiéramos perdido algún órgano vital. Hay acontecimientos que coinciden con el nuevo planteo existencial. Por ejemplo: la partida de un hijo o de una hija en busca de su independencia, deja un espacio que ocupaba su frescura y alegría, que no puede ser llenado con otra cosa. La energía femenina es a lo ancho, reúne a todo su entorno. La mujer que se quedó en casa atendiendo a la familia siente gran satisfacción cuando ve crecer a los hijos, muchas veces vive a través de ellos y sus logros. Pero cuando se van, no hay nada que los reemplace. A esa vivencia se la llama el nido vacío. Si bien estos podrían ser algunos de los desencadenantes, todos están al servicio de algo mayor; provocan que nos abramos al mensaje oculto que convocamos al preguntar: ¿Y todo esto para qué? ¿Qué sentido tiene la vida?

Si es la profesión lo que implica gran entrega en la vida adulta, nos consume mucha energía que luego nos falta para otros momentos. Recuerdo, en lo personal, cómo me angustiaba no haberme permitido los espacios necesarios para disfrutar de placeres sencillos y cotidianos como mamá o incluso como mujer. La culpa se enseñoreaba en mi mente, atormentándome. Pero el conflicto se mantenía porque las obligaciones continuaban. En medio de una gran movilización, entonces escribí:

Por el mundo viajan solas algunas de mis pertenencias. A veces las dejé ir, en la creencia de que no eran necesarias, otras veces, alguien las arrancó sin piedad y lloré su lejanía. O se me escurrieron entre los dedos, sin que me diera cuenta. Hoy, resuenan conmigo a pesar de la distancia y tironean con fuerza de lo que las retiene para volver aquí y recuperar la unidad.

Necesitamos honestidad y valentía para aprovechar el tesoro que esconde esta etapa de la vida. Estamos enfrentados, tanto a los fantasmas como a los anhelos del alma.

Vemos con espanto, que cuando las condiciones son altamente favorables, la vida se nos invierte, sumergiéndonos en un oscuro laberinto de inmenso desinterés, de cansancio, en el que es necesario un esfuerzo sobrehumano solo para respirar y sostenerse en pie.

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