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Despojarnos de
nuestras máscaras

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Durante un largo tiempo, nada se aclara, se mantiene el descontento, toda la angustia producida por la insatisfacción. Ese desasosiego que implica en nuestras vidas es el equivalente a una peregrinación por el desierto. Sin agua, en la espera de un oasis con sombra donde renovar las energías.

Todos los seres humanos atravesamos una crisis que nos posibilita nacer de nuevo, pero no todos la aprovechamos convenientemente. Incluso algunos se ocupan de negarla con énfasis y, en alguna medida, aun perjudicándose, lo logran y se regodean con lo conseguido. Hay quienes se sienten orgullosos de no haberse deprimido nunca, de mantenerse en un pretendido equilibrio.

Podemos llamar al período del vacío el reino de la muerte, ya que se trata de desprendernos de aquello que nos alejó de nosotros mismos y al hacerlo sentimos que dejamos de ser, pero una vez transitado nos sentiremos, quizás por primera vez, realmente vivos. Una verdadera paradoja.

Durante este proceso, se han de diluir viejos hábitos que es necesario abandonar, pero cada uno de esos hábitos se estableció con imágenes que nosotros mismos le proporcionamos… Como si, ante una dificultad, nos contáramos un cuento para resolverla y así quedarnos tranquilos. En nuestro interior, hay una multitud de yoes: el yo valiente, el yo víctima, el yo sexy, el yo formal; diferentes personajes que fueron útiles y que nos representaron en algún momento. Algunos se instalaron con tal vehemencia, que creímos que eran nuestra identidad. Ahora nos toca reconocerlos, darles un lugar apropiado, agradecerles que nos asistieran y nos sacaran del apuro, para luego despedirlos, dejarlos ir, porque ya no vamos a necesitarlos. Cada uno requiere su propio trabajo de duelo, por eso este tránsito es tan poderoso, tan intrusivo y aplastante. Fuimos invadidos y manejados por esas sub-personalidades que ante una circunstancia determinada tomaron vida propia.

Estamos despejando el terreno para una nueva siembra y lo hacemos sin descanso alguno. Afrontamos las lluvias intensas y los mediodías abrasadores o las noches escarchadas, pero además… sin ayuda, en soledad y todavía con poca confianza en nosotros mismos.

Cuando tenemos una pesadilla que nos atormenta toda la noche, a la mañana nos volvemos un poco más buenos, exorcizamos algunos demonios en esas imágenes terroríficas. ¿Será algo así lo que obtendremos pasado este tormento? Probablemente, pero por ahora solo descubrimos facetas desagradables en nuestro interior, nos sentimos malos e iracundos, terriblemente intolerantes con algunas personas a las que quisiéramos hacer desaparecer. El mundo interior presenta un panorama bastante sórdido por el momento. Nos asusta sentir esas cosas pero, si las sentimos es porque nos pertenecen… Lejos de ponernos en peligro, estar en posesión de este conocimiento nos posibilita ser más responsables de nuestra propia vida.

Reinventarse

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