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Convocados
por el misterio
ОглавлениеAlguna vez, oímos que para alcanzar la trascendencia es necesario vivir una profunda transformación que incluye la incertidumbre más absoluta. Sin duda, atravesar el vacío requiere de mucho coraje, es decir, de toda la fuerza que nos otorga el impulso más esencial. Nos convoca la misma Nada. La transformación implica abandonar mucho de lo conocido, y al hacerlo lo que se presenta es completamente incierto. Este período además de aterrador tiene algo de misterioso, que también tiene su atractivo…
La lógica con que analizábamos la vida deja de ser útil. Prolongamos la indefinición porque no es sencillo atravesar el horror que nos produce enfrentar rasgos nuestros escondidos, que no supimos reconocer, como la envidia, los celos, la ira, el resentimiento, la voracidad, la soberbia, la lujuria, la codicia… Además de recibir esos sentimientos, que esconden deseos reprimidos o impresentables, y darnos cuenta de que nos constituyen, como a todo ser humano, hoy podemos abrazarlos y darles un espacio para expresarse: son nuestros.
Con todo lo que somos, tenemos que prepararnos para lo nuevo. Tanto dolor se nos presenta para evitar que el ego se declare dueño y señor de nuestras vidas. En cuyo caso, al no tolerar asumir los aspectos negativos, podríamos considerar que solo nos asisten los mejores sentimientos, identificados con grandes ideales, cayendo en lo que se llama inflación del ego, que muestra quién ansía la fama, el éxito y ser considerado superior a los demás. Según Jung, se trata de una personalidad que se siente hipnotizada por sí misma y, por lo tanto, es imposible discutir con ella. Se percibe por encima de los demás por su afán de poder, actitud que produce rechazo y, por consiguiente, la deja en un profundo aislamiento emocional, que refuerza el resentimiento.
El pasaje por el vacío, el encuentro con lo más desagradable que nos habita, además de permitirnos desplegar todo el potencial, nos protege y defiende de fantasías megalómanas, profundamente autodestructivas. Esta hondonada emocional, que se instala entre lo que creímos ser y lo que hemos de descubrir que somos, es directamente proporcional a la distancia que media entre una y otra versión de uno mismo. Cuando en la crisis, nos tropezamos inesperadamente con la ruptura del equilibrio, el impacto es poderoso porque seguramente necesitamos bajarnos del caballo o como también se dice, morder el polvo.
Un ejemplo bíblico de esto es cuando Pablo, en el camino de Damasco, por donde iba a atacar a los cristianos, de golpe, se encuentra con Jesús y se cae de su caballo; en un instante, toda la orientación de su vida se modificó para siempre. Desde la perspectiva junguiana, Jesús (que simboliza el Sí Mismo o Cristo Interior) lo interpela para que revise su actitud frente a la vida. Esta escena representa con dramatismo la conmoción que se genera en nosotros al realizar nuestro viaje evolutivo, cuando nos creímos todopoderosos y que ejercíamos el control de nuestras vidas. Eso significa que nos hemos apartado demasiado de nuestra esencia que, aguarda en nuestro interior, para ser expresada. Entonces, el alma pega un brusco tirón para despertarnos, lo que nos impide continuar como veníamos.
También es brusca la pérdida del equilibrio ante un flechazo amoroso, alguien que arrasa por completo con nuestros mejores intentos, nos atraviesa de tal modo que quedamos oscilando entre el dolor y el gozo. Entre lo humano y lo divino. Platón, dice en El banquete, que el amor es “hijo de la plenitud y del vacío”. Más adelante veremos a qué responde un encuentro semejante, se trata de un poderoso trance transformador, para el que algunas personas están preparadas inconscientemente.
Por el contrario, cuando la crisis es prolongada, vamos abriéndonos poco a poco a lo que anida en nuestro interior. Entonces, si bien será menos brusca, al mismo tiempo requerirá de mayor paciencia. El proceso se irá manifestando en la cotidianeidad, en medio de la tarea y de las obligaciones, en un clima de apatía y angustia, pero seguiremos conectados con la rutina.
En la incertidumbre, además de sentirnos desorientados, comprendemos que ya nada de lo conocido nos interesa lo suficiente y sospechamos que hay algo más. Si no nos animamos a realizar este tránsito, nos sometemos a una vida de resentimiento.
La individuación nos genera pérdidas y desgarros, largos períodos de soledad que también aportan, en ese giro al mundo interior, el aprendizaje de valores que desconocíamos. De interesarnos en los bienes materiales pasamos a sentir una gran necesidad de otro tipo de bienes, bienes espirituales más amplios, que abarquen a la humanidad toda, talentos que piden ser desarrollados y que por mucho tiempo postergamos o desconocimos.