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Capítulo 6

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Compramos un elegante castillo a las afueras del reino y allí, me enseñaste a volar sin necesidad de caer.

—Hoy es un buen día —repetía con ligera resignación al levantarse del abullonado colchón de plumas de ganso oriental.

Salió de casa para ir al trabajo con una falda de tablas color azul eléctrico, de Giambattista Valli, y una blusa transparente de organza, creada por Alessandra Facchinetti, esta vez llevaba unos zapatos planos de punta redonda, con tiras en el tobillo (estilo bailarina) de Salvatore Ferragamo. Estaba empezando a encontrarse cómoda con ella misma.

—Hoy está siendo un buen día —repitió Eloise, sentada en el mismo parque con los mismos patos, o por lo menos, parecidos, ¿no lo son todos? Después de estar cuarenta y cinco minutos con sus compañeros en el bar de moda (había que volver a las viejas costumbres, para no sucumbir a los cotilleos malignos) podía disfrutar de su merecido descanso social.

A la mitad de su bolsa de palomitas, la cual se comían los patos que chapoteaban con ingenua alegría en el lago, Eloise se percató de que necesitaba un cambio drástico en su vida. Se había cansado y asqueado de sí misma, de su cara de amargada con falsas arrugas de felicidad y de esperar una llamada que aborrecía hasta lo inimaginable.

Detestaba hasta sus propias creaciones. Sus múltiples pieles. Las había usado con dignidad durante mucho tiempo, pero sentía que ya no la hacían efecto. Se escapaban de sus esbeltos y frágiles dedos como el efecto de intentar coger agua de lluvia con la boca abierta.

—¡Se acabó! —exclamó de repente Eloise, saltó del banco donde estaba apoyada con un brinco fugaz, asustando así a los patos que se encontraban a su alrededor, con miradas de asombro y enfado, esperando la ansiada comida diaria.

Cogió ipso facto una libreta morada con bordes negros del bolso de trabajo, y comenzó a redactar una lista para sobrevivir, una lista con una serie de actividades que la permitieran volver a sentirse humana. O simplemente volver a sentir —2 gramos de sarcasmo y 1 gota de ironía—.

Quizás fuese una tontería o quizás podría comenzar una nueva vida.

Quizás… quizás se encontraría con una sonrisa de verdad en su cara.

Eloise sonrió con una mezcla de misterio y deleite, mientras escribía la última actividad de su lista.

Lista de Eloise.

• Día CERO: Sentir la velocidad.

• Día UNO: Comprobar la infinidad.

• Día DOS: Viajar muy lejos.

• Día TRES: Abrir corazón.

• Día CUATRO: Ayudar.

• Día CINCO: Conocer antigua civilización.

• Día SEIS: Volver sin caer.

• Día SIETE: Leer periódico.

Día CERO

Eloise se levantó de la cama decidida, con unas pantuflas doradas adornadas con perlas blanquecinas. Primero se dirigió al cuarto de baño, para preparar el agua caliente junto a sus velas aromáticas de manzana fresca recién cortada y después fue directa a la cocina, como una periodista redactando contra reloj, a suministrarse su dosis diaria de cafeína.

Al terminar con los mismos rituales de cada mañana, se enfundó en unos leggins ajustados negros de Intimissimi, una camisa con bordado floral en amarillo de Simone Rocha y unos botines oscuros de Michael Kors; terminó su conjunto con un maquillaje más natural del que estaba acostumbrada. Se aplicó un poco de base, otro poco de sombra de ojos de color neutro y un toque de iluminador en el lagrimal. En realidad, no importaba el maquillaje ni la ropa. Cuando Eloise entraba en cualquier lugar, todas las personas se paraban o se giraban para observarla. Era muy hermosa.

Gracias a la lista que escribió el día anterior, decidió coger el móvil para llamar al trabajo y comenzar con la ansiada lista para ser feliz. Todo ocurrió de manera veloz: Eloise les dijo que estaba con una gripe terrorífica, les transmitió los sentimientos de culpabilidad por no poder asistir al trabajo y les agradeció los consejos para sanarse que gritaban sus compañeros desde la otra línea, mediante remedios caseros ligeramente dudosos —desde cebollas en los ojos a jarabe de ipecacuana para vomitar—. Le llevó unos seis minutos de su tiempo acabar con la conversación.

Antes de salir de casa se miró en el espejo. Se gustaba. Se gustaba mucho. Hoy iba a ser el primer día de su lista y estaba preparada para la aventura. Estaba preparada para ser feliz. La idea de que no se lo merecía la taladraba de forma incesante, pero apartó aquel pensamiento con rapidez, escondiéndolo en una puerta oscura de su cerebro.

Al sentarse en el asiento trasero de Uber, abrió el bolso y lo examinó con atención hasta que localizó el folleto de su primer destino.

¡Maneje un Ferrari en la superautopista más famosa de Milán! Acelera en la increíble autovía que une Milán con los Alpes Suizos, gira hacia abajo dentro del túnel favorito de Senna y escucha la música que solo un Ferrari puede tocar.

Contenía una serie de imágenes de Ferrari a una velocidad tan extrema, que parecía que iban a desaparecer de la fotografía impresa.

—Señora, ya hemos llegado a su destino, que tenga un buen día —dijo el conductor de Uber con una voz amistosa y servicial.

Eloise dio las gracias al conductor con un tono de voz soberbio diluido en arrogancia y acto seguido se bajó en la Via Milanese, justo al lado del Sapori del Salento, un restaurante atestado de niños pequeños destruyendo el local y turistas borrachos.

Nota para el lector: Que ningún padre se sienta culpable por estar ocupado. Son los niños los que tienen que aprender a educarse.

—Al llegar al punto de encuentro, un hombre moreno y atractivo me estrechó la mano y se presentó con el nombre de Ricardo, explicando que era mi entrenador y supervisor en esta aventura. Me sentí tan relajada con él que, a cada momento hacía que me sintiera única en el Ferrari rojo. Me enseñó cuando debía acelerar y en qué momento reducir la velocidad. Ricardo sí que disfruta de la vida, lo puedo sentir. Es una persona feliz con las cosas más simples.

«¿Es esa la verdadera felicidad? —pensó Eloise, ensimismada—. Quizás debería probar a cambiar ciertos aspectos de mi vida. Hacerlo todo más simple en mi vida. Sin complicarme lo más mínimo. En la sencillez está la felicidad».

Al bajar del coche me temblaron un poco las rodillas e intenté sin éxito disimularlo, Ricardo lo notó y, gracias al cielo me ayudó a recomponerme. Aclaró que no me preocupase, porque era muy normal. Cuando dijo en voz alta la palabra normal creo que lo miré un poco mal, con frialdad… nunca me había sentido atraída por la casilla de la normalidad, reflexionó con cierta aflicción.

Le di las gracias a Ricardo con un tono más amable de lo acostumbrado y nos despedimos con un apretón de manos cálido y confortable.

Día UNO

Al día siguiente, Eloise se levantó de la cama saltando sobre sus pantuflas perladas, con el pelo lamiendo la mitad de su cara.

Era idéntica a una versión Disney de como despertar de la cama con una molécula de Tim Burton.

Salió de casa con un Versace azul Persia ajustado, cruzado y drapeado. El tejido arrugado se amoldaba al cuerpo de Eloise como una segunda piel; largo hasta las pantorrillas, con lo que podía disimular los moratones del otro día. Decidió cruzar la puerta de su casa con unos tacones nude de Salvatore Ferragamo.

Respiró el aire otoñal mezclado con el aroma del alba. Ese olor característico que surge nada más salir de casa por la mañana, cuando todavía es muy pronto para que los niños vayan al colegio, pero no tanto como para los trabajadores, que arrastran los pies por el asfalto en busca de un ladrillo volador que los destroce la vida. Prácticamente un olor efímero.

«Ya que me voy a tirar al agua, quiero hacerlo a lo grande», pensó Eloise, entretanto, se dirigió a la escuela de Taormina para comenzar con el Día 1 de su lista. Comprobar la infinidad.

Lo primero que hizo fue conseguir un certificado, a través de un curso de buceo en una villa histórica, conocida como Casa Silva —a pocos metros del Teatro Griego— que le permitiría bucear por todo el Índico sin instructor, ni compañeros desconocidos o desagradables.

Más tarde, se acercó al centro de la ciudad en busca de un equipo de submarinismo, pero por desgracia no encontró ninguna tienda especializada y en contra de sus deseos tuvo que hacer un pedido por internet a una tal scubastore. Después de una lucha intensa se decidió por un traje de gama alta de neopreno de color negro, unas aletas negras con las rayas laterales en azul, una máscara de buceo de color blanco perla y otros cuatro accesorios más que, fueron pura vanidad y un deseo vehemente por comprar productos del todo innecesarios.

En el curso le indicaron que las mejores inmersiones se encontraban en el océano Índico, detrás de su tarjeta promocional escribieron tres nombres: Mauricio, Reunión y las Seychelles. Al buscar en Internet sus tres opciones, se decantó por la última (razón: el nombre le había dado coraje y decisión).

Fue directa a Seychelles, con exactitud a las islas Alphonse. Iba, en sentido literal, corriendo por encima de los granos de arena. Aquel lugar era un paisaje de ensueño. Eloise sentía la felicidad entre aquellos colores tan calurosos.

Estaba tan emocionada de poder observar las maravillas del océano, que eliminó todas sus barreras mentales y recordó con brevedad un episodio de su niñez, cuando fue al cine por primera vez a ver La Sirenita. Eloise movió la cabeza en todas las direcciones posibles y rechazó ese cruel recuerdo, como a las moscas pesadas en pleno verano, aunque los espantes siempre vuelven a molestar.

—¡Aquí estoy! ¡Lo he logrado! Estoy zambullida bajo las aguas cristalinas de color turquesa observando todo tipo de peces, desde pargos, bonitos, peces ballestas, jureles de aleta azul, tortugas laúd, rayas jaspeadas, langostas… ¡hasta tiburones toro y tigre!»Quiero ser sincera. En realidad, lo único que vi fueron peces. Muchísimos peces. Y claro que eran diferentes, pero ¿quién tiene tiempo de conocerlos a todos? Parece ser que a los instructores de otros grupos sí que les interesa esta… fauna marina.

»Pero lo que más me gustó sin duda alguna, fueron los interminables pasadizos que había en el mar; parecía un laberinto con sus propios jardines corales. Los colores que inundaban el paisaje marino eran, con suma diferencia, mágicos. Sentía que la naturaleza marina me estaba brindando una mano para poder abrazarnos. Todo era tan puro, tan espiritual, tan… indeterminado.

»Salí del agua con la boca abierta y un brillo en los ojos muy similar a los destellos de los corales con el reflejo solar.

Eloise vislumbró en su rostro una diminuta, transparente, incolora y efímera sonrisa. Con la particularidad de las personas abruptamente deshechas.

No quiero ser una muñeca rota

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