Читать книгу Vivir con ella - Irene Funes - Страница 12

8 FIESTA EN CASA

Оглавление

Ana ha decidido montar una fiesta en casa con los compañeros de trabajo. Lleva toda la semana organizándola, haciendo listas sobre la comida que servirá, probándose vestidos para ver cuál le queda mejor, preparando el maquillaje perfecto que hará que todo el mundo la observe y se queden embelesados.

Mientras yo decidía qué vestido ponerme delante del armario que compartimos, observo a través del espejo que me está mirando con cara de extrañeza.

—¿Qué se supone que haces?

—Prepararme para la gran fiesta —contesto entusiasmada, pensando en la inminente celebración.

—¿De verdad se te ha ocurrido que voy a permitir que salgas? —me replica con su tono amargo ya habitual.

—Creo que ellos van a querer verme. No solo a ti, yo también les voy a gustar.

—¡Si ni siquiera te han visto, atontada! ¡Ni siquiera saben que existes!

—Pensaba que esta fiesta era para darme a conocer. Formo parte de tu vida, Ana, no puedes hacer como si no existiera siempre.

—Yo soy la que decido quién te conoce y quién no, María. Y lo hago por ti, para que no te hagan daño, para que luego no llores tres días seguidos sobre lo que te han dicho o hecho.

—Quizá tengas razón y primero debas observar cómo son. Tú eres mejor y gustas más. Y si ya te fías, si ya los consideras dignos de presentármelos, pues lo hacemos —suplico en un tono angustiado.

—Claro que soy mejor, María. Cómo vas a agradar a nadie si siempre estás con tus sensiblerías. Mira, haz como yo. Sonríele a la vida, sé divertida, elocuente, alocada y el mundo te seguirá a donde quiera que vayas.

—Pero ¿tú te gustas así? —pregunto en voz alta, al tiempo que levanto la cabeza poco a poco esperando su reacción.

—No vuelvas a preguntarme eso. —Su mirada se hiela, su cuerpo se tensa y sus fosas nasales me indican que si sigo por ese camino, acabaremos mal—. Claro que me gusto. Me encanto, me adoro.

—Perfecto, dilo ahora mirándome a los ojos. —Me atrevo a retarla sabiendo que la consecuencia podría ser fatal.

—¿Perdona? —Me mira con más furia que nunca—. Tú no eres nadie, no eres nada, sabes que dejarías de existir si yo lo decidiera. Mientras que yo soy fuerte, tú no; yo soy lista y tú no; yo gusto y tú no. A ver si eso te queda claro y dejas de mostrarte tan impertinente. No quieras que haga cosas de las que luego me arrepienta, llorica de mierda.

Se marcha dando un portazo, pero he podido vislumbrar una lágrima mientras me vomitaba toda su rabia interna. A veces pienso que es culpa mía, que debería callarme y hacer lo que ella me diga. Otras, pienso que realmente tengo que intentar abandonar mi escondite y salir al mundo para que todos vean cómo soy. Pero luego acude a mi mente lo poca cosa que parezco y decido que ella tiene razón en todo. Ella me protege del dolor. Es envidiablemente fuerte, así que le haré caso y hoy mejor no me moveré de mi rincón. Observaré desde aquí.

La fiesta transcurre como todas las fiestas. Desde mi rincón observo lo que gracias a Ivette ya sé diferenciar: el baile de máscaras. Todos se sonríen, pero no de una manera sana y natural, sino de modo forzado y con postureos que no entiendo. Con alabanzas y carcajadas dedicadas a Ana que hacen de la fiesta algo pedante. Ella está preciosa. Lleva un vestido rojo ceñido que realza su delgada figura, y unos tacones altos negros de un diseñador cuyo nombre ni recuerdo. Se ha hecho bucles en el pelo y se ha maquillado sus fuertes rasgos, destacándolos aún más: los labios en un tono rojo que concentra todas las miradas en su boca, y sus grandes ojos azules con unas sombras negras que los resaltan. Es el centro de atención, cosa que ella disfruta a más no poder. Va pululando de un invitado a otro comportándose como una anfitriona estupenda. Ha sido meticulosa con todos los detalles, ya que el perfeccionismo es su punto fuerte, según ella.

Vuelvo a experimentar sentimientos encontrados: me apetece salir y que me vean. Y a la vez, tengo un miedo atroz. Miedo al dolor, a que no me quieran o no me sepan ver. No todo el mundo tiene la misma mirada. No todos saben aceptarme. Puede que haya gente que me rechace, que se niegue a aceptar que existo, o gente que directamente no me vea. Suena quizás extraño, pero tiene mucho sentido para mí. Poco a poco cierro la puerta y me adentro en mi ya conocida oscuridad, mi habitación reconfortante, mi lugar, como lo llama a veces Ana. Le puede poner mil nombres, pero es frío y solitario. Cierro los ojos e intento alcanzar ese momento de paz que siempre anhelo. La fiesta del sábado transcurre sin más, o eso percibo desde mi rincón.

Vivir con ella

Подняться наверх