Читать книгу Vivir con ella - Irene Funes - Страница 9

5 SIEMPRE JUNTAS

Оглавление

Siempre cogidas de la mano, siempre juntas, nos mirábamos a los ojos y no teníamos miedo a nada. Durante toda nuestra niñez, cuando una sonreía, la otra no podía reprimir el placer que eso le producía. No sé muy bien cómo sucedió. Ella me advertía de que tuviera cuidado, pero no sé en qué momento Ana se convirtió en esa persona tan desconfiada y oscura. Yo quería seguir sonriendo, continuar siendo feliz... Pero ella ya no estaba tan segura del mundo.

Las imágenes se dibujan en mi subconsciente, sumida en mi sueño más profundo, un sueño que se repite prácticamente cada noche. Me miro las manos y ya he vuelto a mi pesadilla favorita. Mis manos de adolescente, con las uñas a medio pintar, me hacen entender que vuelvo a estar aquí. Reproduciendo una y otra vez la misma escena.

—Ana, ¿por qué no sonríes? —le pregunto mientras ladeo la cabeza como hacen algunos perros para comprender mejor a quién tienen delante.

—No todo van a ser risas, María. Tú eres demasiado ingenua —me responde con desprecio mientras sigue haciendo zapping en el televisor sin decidirse a ver nada en concreto.

Abro la boca, pero no consigo articular palabra. Jamás se había dirigido a mí con esos malos modos. Sí, sabía que algo no iba bien. Pero ¿por qué actuaba así conmigo? No le doy más importancia e intento arrastrarla a mi vida de alegría y felicidad. Sin embargo, cada vez la encuentro más alejada de mí.

Todo pasa muy rápido, no me da tiempo a pensar. Solo puedo quedarme de observadora, viendo cómo ella despotrica a gritos contra aquella persona que yo pensaba que era tan querida para las dos. Le sale espuma por la boca mientras se pone delante de mí para protegerme de esa bestia.

—Eres un mierda sin huevos para meterte con alguien de tu tamaño —le dice con toda la ira de que es capaz en sus ojos. Sus puños están cerrados a ambos lados de su cuerpo.

—¿Me estás hablando a mí, mocosa? —le pregunta a Ana con asco.

—Sí, gilipollas, ¿es que estás sordo? Déjala a ella, que es débil y ven aquí. ¿O no tienes valor?

—¡¿Qué cojones estás diciendo?! ¿Intentas enfadarme más aún? Te vas a enterar, saco de huesos.

Su sonrisa maliciosa me aterroriza. Después de los golpes recibidos, no sé por qué Ana hace esto. Pero en este momento lo único que quiero es despertar de esta pesadilla, abrir los ojos y volver a encontrarme en aquel prado, sonriendo y jugando con ella. Aunque mucho me temo que todo eso haya acabado para siempre.

Me quedo agazapada detrás de Ana, esperando que no haga caso de sus provocaciones. Pero decide cebarse con ella, con toda la rabia que pueda acumular un hombre con una historia demasiado oscura para explicarla en voz alta. Una historia que hizo que se convirtiera en alguien sombrío, temido por todos.

Ana es muy valiente. Si no llega a ser por ella, creo que aquel día podría haber sido el último de mi vida; pero no sucedió gracias a ella, a su valentía. La abrazo con fuerza mientras ambas recibimos los últimos golpes de ese hombre que antes yo llamaba papi. Cuando por fin pienso que se ha cansado de descargar su frustración contra nosotras, se levanta, nos señala con el dedo, echa una última mirada a Ana y añade:

—¡Así aprenderás!

Cuando todo vuelve a la calma, me acerco a ella. Sé que ya no es la misma, que esa mirada fría y distante nunca volverá a sonreír. La abrazo y me coge de la mano mientras me arrastra hacia el lugar oscuro que se convertirá en mi pequeño hogar durante muchísimo tiempo. Cuando llegamos, me dice:

—María, este va a ser tu sitio, ¿de acuerdo? Necesito que te quedes aquí y todo irá bien. Prométemelo, por favor. Necesito que me lo prometas. —Puedo ver el anhelo en su mirada.

—Esto está muy oscuro. Por favor, no me dejes aquí. Te lo suplico. ¿Qué vas a hacer, Ana? —pregunto con miedo en la voz.

—Lo que las dos queremos hacer. —Baja su rostro mientras se mira las manos rojas y temblorosas.

—No, no, no —le suplico mientras la agarro del brazo con desesperación.

—No me toques. No vuelvas a tocarme. Tú quédate aquí y deja de gimotear. Solo sirves para eso: para lloriquear y gimotear. La vida es dura, María, y como veo que no espabilas, te vas a quedar aquí durante un tiempo. Ni se te ocurra salir. Deja que yo me encargue y tú no te muevas.

No sé a qué se refiere. No me gusta este lugar. Es frío, pero sé que ella podrá solucionarlo. Es muy capaz, así que me quedaré aquí quieta, que es para lo único que sirvo. Y así no nos meteremos en más líos.

Durante un tiempo bastante largo, que no sé determinar, me quedo en esa estancia elegida por desesperación. Ana no me habla y yo solo salgo de ese sitio para comer algo. No tengo ninguna intención de saber qué ha pasado. No soy capaz de preguntarle, y su mirada de desprecio hacia mí aumenta con los días.

Después de innumerables semanas, decidí romper el hielo.

—Ana... —supliqué con voz temblorosa.

—Calla, llorica. No me hables y estaremos más tranquilas.

Y el abismo se interpuso entre nosotras.

Vivir con ella

Подняться наверх