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Capítulo 2
Un argentino en París

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Ameghino partió a inicios de marzo de 1878. La travesía pasaría sin tiempo ni oportunidad de extrañar: a bordo había pan, frutas y verduras frescas, bueyes, vacas, carneros, puercos, pavos, gallinas y una carnicería donde todos los días se carneaban los animales necesarios para alimentar a la tripulación y al pasaje. Hacia fines de mes desembarcaba en Marsella para seguir hacia París en tren, donde arribó luego de dos días y una noche. En la estación lo esperaba José Larroque (o Joseph Larroque), un vecino de Areco que había prometido acompañarlo y acogerlo en la casa que había alquilado amueblada y por todo el año, en el número 32 de la Avenue Millaud (hoy Rue Crémieux), calle abierta en 1858 cerca de la Gare de Lyon gracias a los negocios inmobiliarios de Moïse Polydore Millaud, el gran empresario de la prensa francesa del siglo XIX. La llamada cité Millaud estaba compuesta por una treintena de casas pequeñas, destinadas a los obreros (petites maisons à loyers économiques), (Fig. 2). Contaban con un subsuelo, donde se encontraba la cocina, y tres pisos con seis piezas amplias. Estaban provistas con agua y una amplia escalera. Sin conserje, sin vecinos, cada locatario, por unos 700 francos anuales, se volvía su propio dueño. Amplias, cerca de la plaza y de la estación de la Bastilla y de la conexión férrea con Marsella a través de Lyon, eran ideales para convivir con los huesos de la pampa. Además, estaban a un paso del Jardin des Plantes, los laboratorios y cátedras del Muséum de Historia Natural y las colecciones de fósiles más completas del orbe. Para llegar, bastaba con pasear por uno de los escenarios de los enfrentamientos de la comuna de París de 1871, caminar unos diez minutos hacia el Sena y cruzar el puente de Austerlitz. Del otro lado, a la derecha, el gran parque del museo, veintitrés hectáreas, con su ménagérie, jardín botánico y edificios donde trabajaban y vivían los profesores y sus familias.

Desde principios de siglo, el Muséum atraía corresponsales de todas partes del mundo, dispuestos a cambiar huesos por dinero u honor. No sólo eso: hasta los inicios del siglo XX, ofreció cursos para naturalistas viajeros, prestos a colocar sus ahorros y a ofrecer los resultados de la cosecha al mejor postor. La compra y venta, la inversión en huesos y libros, el aprendizaje de las reglas de clasificación y de la observación de los caracteres para distinguir las formas de un fémur, un cráneo o un diente conformaban las prácticas de la paleontología decimonónica, estructurada en múltiples espacios y personajes. Ameghino ya era uno de ellos, pero ahora, en París, se compenetraría en ese ramo del comercio cada vez más próspero: el de los gabinetes o comptoirs de historia natural, donde preparadores, libreros, editores, taxidermistas, profesores y artistas se asociaban para vender y promover el gusto por los objetos y el conocimiento de los tres reinos de la naturaleza.


Figura 2: Vista contemporánea de la Rue Crémieux, antigua Avenue Millaud (Foto de Irina Podgorny).

Florentino Ameghino y hermanos

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