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Capítulo 1
La prehistoria y el preceptor de Mercedes EL INFORME DEL INSPECTOR TRINIDAD OSUNA

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Mercedes, la Perla del Oeste, situada sobre el río Luján, a cien kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, conectada mediante el ferrocarril con el puerto y las provincias, contaba, según el censo de 1869, con 8.146 habitantes, de los cuales más de mil niños se encontraban en edad escolar. Cuando el inspector escolar Trinidad Osuna visitó la ciudad en 1876, sumaba cinco establecimientos educacionales importantes: el Colegio Municipal de Varones, el Colegio Franco-Argentino de Eduardo Vitry, el Seminario Anglo-Francés, el Colegio Hispano-Argentino y la Nueva Escuela de enseñanza primaria, elemental y superior, orientada hacia lo mercantil. El Colegio Franco-Argentino impartía enseñanza científica, comercial y literaria en idiomas inglés y francés; en un departamento anexo, la hija del director-propietario atendía la Escuela de Niñas. El Colegio Hispano cultivaba la educación religiosa, científica y literaria, incluyendo la historia natural y agregando portugués a los idiomas brindados por los preceptores del establecimiento. Por su parte –señalaba el inspector– Luis Traverso, el director de la escuela municipal de varones, había ideado un procedimiento para asegurar la disciplina: los alumnos con buena conducta tenían asueto a las once por el término de una hora para ir a almorzar. Más allá de esta innovación, la escuela municipal se destacaba por cierta inconsistencia en sus registros: “En el libro de matrículas aparecen anotados 234 alumnos; la asistencia media, sin embargo, fluctúa entre 100 y 110, debido mas que nada á la falta de local, de asientos y de personal docente; pues el actual ayudante, según informes fidedignos, de acuerdo con lo que pude observar, carece de las dotes pedagógicas necesarias, á mas de ser sumamente corto de vista”. El ayudante, de unos veinte años de edad, se llamaba Florentino Ameghino.

Irritados por estos comentarios, los diarios de Mercedes publicaron el informe de la comisión examinadora como un acto de cumplida justicia que hacía honor al viejo y competente director de la escuela: sobre 93 niños examinados, 38 habían merecido la calificación de distinguido y 36, la de bueno. No obstante, reconocían la diferencia entre el número de alumnos contabilizados, causada por la insuficiencia del salón para contener un número tan crecido de niños, a cargo de un solo preceptor y su ayudante, motivo por el cual muchos padres habían retirado a sus hijos para ponerlos en escuelas particulares. También se sentía la falta de útiles y materiales, remedados por el sueldo del director. Se pedía, por lo tanto, el ensanchamiento del colegio o la división en cuatro escuelas con cuatro preceptores. La comisión llamaba a llevar adelante estas reformas, mejoras que “todos tenemos el derecho de esperar de la completa actuación de la nueva ley sobre la educación común”, que había entrado en vigor hacía unos pocos meses.

Por entonces, la enseñanza privada había alcanzado un notable desarrollo en los principales centros urbanos de la provincia y competía en respetabilidad con las débiles escuelas del Estado. En esos primeros meses de la implementación de la ley, el informe del inspector Osuna terciaría en la elección del reemplazante del malogrado Traverso, quien, inesperadamente, en el inicio de 1877, dejaría vacante el cargo de director. Para relevarlo, el Consejo Escolar recibió cuatro solicitudes, dos de ellas suscriptas por el subpreceptor de otra escuela y un joven recién iniciado en la carrera del profesorado. La tercera estaba firmada por el francés Eduardo Vitry, reputado educacionista de la zona con experiencia en otra escuela de San Antonio de Areco y en la escuela francesa de Mercedes. La última era la del subpreceptor Ameghino, reconocido por los servicios prestados al municipio en campañas tales como la demolición del tajamar del molino local, fuente de exhalaciones pútridas e insalubres.

En cada oportunidad que se otorgaba un empleo público, los periódicos se plegaban a la razón que habían asumido en la vida pública argentina: transformar en política de facciones los conflictos entre los particulares y los actos más nimios de la administración. Los numerosos periódicos de Mercedes tomaron partido, apoyando a uno u otro candidato. Pero otros también solicitaron sacar el puesto a concurso para evitar los favoritismos, actuando con independencia y en consonancia con la ley. En abril de 1877, una parte del vecindario pediría completar la vacante con el señor Ameghino. “Un padre de familia” protestaría, expresando que el candidato era demasiado joven, trayendo a colación la observación del inspector Osuna y agregando: “Está demasiado ocupado con sus fósiles, a los que se ha dedicado con un ahínco que lo honra, pero que no constituye una esperanza de que prefiera la educación de los niños, a la descubierta de estos”. El director del periódico publicaba esta carta y la objetaba: Ameghino cultivaba los estudios científicos en sus horas de descanso, después de haber cumplido con los deberes de su cargo, probando con ellos su amor a la ciencia. Cuestionaba, asimismo, el juicio del inspector. Hablando en nombre de los mercedinos, reflexionaba: “Sabemos cómo esos señores aprecian los hombres que viven en la campaña, a vuelo de pájaro o por el traje que llevan puesto. Y como el señor Ameghino no es muy paquete que digamos, es posible que el Inspector haya juzgado el traje de aquel y no sus conocimientos profesionales”. Él, que no había cultivado jamás su relación, podía referirse a Ameghino con toda libertad: un hombre honrado, inteligente, apasionado por el trabajo.

Eduardo Vitry salió al ruedo. “Ameghino es demasiado joven, yo soy demasiado viejo.” No se proponía defenderlo, pero no podía soslayar que su dedicación a las ciencias naturales valía más que ocupar su ocio en los cafés, “como probablemente lo hace el padre de familia que critica el estudio en un joven”. En cuanto a él, con sus cincuenta y cuatro años de edad, se creía más capaz de dirigir cualquier establecimiento de educación que un cuarto de siglo antes, cuando, en Buenos Aires, había dirigido el Colegio de las Naciones con cuatrocientos discípulos. Vitry continuaba: “Tengo un año menos que Bartolomé Mitre y creo que Mitre es tan capaz de ser Presidente de la República como nunca lo ha sido [...] El malogrado D. Luis Traverso era de mi edad y quizás me ganaba en años y regenteaba muy bien su escuela”. Sin duda, Vitry conocía las reglas del ataque y la defensa en la prensa: en la década de 1850 no sólo había dirigido un colegio sino también L’Union, un periódico en francés, cuestionado por Sarmiento en El Nacional, el diario dirigido entonces por Avellaneda. Las escuelas particulares, la creación de diarios, la pluma educada a favor de una facción de la escala que fuera florecían en la pampa, formando argentinos en la naturalidad de esa lógica y de la pródiga gracia nacional.

Los mecanismos y argumentos de este episodio –los enfrentamientos por el puesto de director de la escuela municipal de varones, un cargo que finalmente obtuvo– marcarían las estaciones de la vida de Ameghino: la del joven preceptor de Mercedes, la del naturalista de Buenos Aires, el profesor de Córdoba y el gran sabio postergado en su librería de La Plata. El apoyo en la prensa y las solicitadas anónimas firmadas por “un amigo”, “un aficionado”, “un padre” o “un vecino” se repetirían toda vez que estuvieron en juego los recursos o el empleo del Estado. Las reglas de la pampa copiaban las estrategias de la política conservadora y las de los charlatanes de feria, esos que curaban y ofrecían remedios milagrosos, agitando los diarios con testigos y campañas encabezadas por “los amigos de la verdad”. ¿Por qué no hacerlo? A fin de cuentas, la profesión de charlatán había tenido éxito, gozando de más de medio milenio de buena salud al compulsar, según criterios plebiscitarios, la verdad y la falsedad en la plaza y en los periódicos. Pero a diferencia de ellos, que no escribían ni construían nada, la lógica facciosa de la vida científica fue sedentaria. Así nacieron instituciones, museos y colecciones para el bien del país y de los habitantes de buena voluntad que habitaron la nación argentina.

La prensa, por otra parte, propagó muchas novedades. Conectada a la red de cables, telégrafos, corresponsales o correo, definiría la circulación de las primicias científicas. Leyendo esos periódicos, repletos de invenciones y de inflamación por la ciencia, se despertaron deseos de emulación, de producir electricidad para el pueblo, anestesia para los sufrientes. Y, también, de encontrar la prehistoria del Plata.

Florentino Ameghino y hermanos

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