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Capítulo 3
La Exposición Continental de Buenos Aires y el museo que no fue

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El 18 de junio de 1881 Florentino Ameghino se embarcaba hacia Buenos Aires. No había cumplido aún los treinta años. Hacía dos que no era director de la escuela de Mercedes, a pesar de que, al despedirse de sus colegas, indicaba la dirección en esa ciudad para la correspondencia. En el Plata lo esperaban sus padres y sus hermanos; uno en Luján, el otro trabajando como dependiente en Fray Bentos, Uruguay. Florentino no regresó a la ciudad de su familia: prefirió instalarse con su esposa –conocida por suegros y cuñados como Leontina– en la calle Victoria 629 (actual Hipólito Yrigoyen) de Buenos Aires.

Contaba con sus colecciones, los tres libros publicados en París y una red de contactos en el mundo de los museos europeos. Para alimentarla, antes de partir, se ocupó de enviar ejemplares de La antigüedad del hombre en el Plata a las principales figuras y bibliotecas de un continente que no volvería a visitar. Les solicitaba mantener la correspondencia y, aprovechando que tendría a su disposición la materia prima y que había aprendido las técnicas para modelar y restaurar huesos fósiles, se ofrecía como proveedor de modelos de animales extinguidos. Proyectaba realizar, para la venta o el intercambio, una serie con “sus” fósiles principales. Algunos, como el Museo Cívico de Milán, se entusiasmaban y, recíprocamente, le prometían copias de mamíferos fósiles e instrumentos prehistóricos lombardos; otros, como el Museo de Cirujanos de Londres, habían cambiado el foco de su interés y, saturados de fósiles, sólo recibirían piezas, sanas o patológicas, de anatomía humana. Calculaba también con que el gobierno nacional adquiriera por suscripción unos cincuenta ejemplares de su Antigüedad del hombre. Sin embargo, en agosto de 1881, las partidas presupuestarias estaban agotadas y los 12.500 pesos se esfumaron en el aire.

Ameghino creía en los proyectos de Moreno, ligados al nuevo orden político de la Argentina resultado de la revolución de 1880, la nacionalización de la ciudad y de la aduana de Buenos Aires. En esos años se estaba decidiendo el emplazamiento de la ciudad para la administración provincial y el destino y reparto de las instituciones de la nueva capital de la nación; entre otras, los museos, la biblioteca y el archivo. Así, recién llegado de Europa, en septiembre de 1881 compartía con su hermano Juan el entusiasmo ante la inminente creación de un nuevo museo porteño, similar a aquellos visitados en Europa. Traía una colección “más numerosa de la que había llevado”, compuesta por quince mil piezas escogidas de fósiles y de objetos prehistóricos. Estos objetos, junto con los hallazgos realizados en su ausencia por Carlos y Juan, permitían fundar “un Museo de fósiles”, asunto del que prometía ocuparse seriamente. Evaluaba, asimismo, llevar a sus dos hermanos como empleados: de esa manera repetirían las excursiones a los que los venía acostumbrando desde la niñez. Carlos había nacido en 1865, Juan en 1859.

Juan respondía conmovido, contándole que todo el campo uruguayo estaba sembrado de piedras de cuarzo, muy pocas con la forma de algún instrumento. Tampoco había oído de huesos o moluscos fósiles. Sin embargo, le habían llegado noticias de que del otro lado del río, cerca de Gualeguaychú, se habían encontrado huesos humanos mezclados con piedras y alfarería. Como la palabra “museo” podía tener varios significados, preguntaba si se trataba de uno “particular tuyo” o “uno por cuenta del Gobierno”, como el que en septiembre se anunciaba en los diarios de Montevideo según un telegrama de Buenos Aires: en acuerdo de gabinete, se había autorizado al ministro de Instrucción de la nación para solicitar fondos en el Congreso para instalar en la capital, y sobre bases iguales, un museo semejante al que posee la provincia de Buenos Aires. Florentino, al contestarle, definiría sus propósitos y alianzas necesarias:

Mi intención era fundar un establecimiento en alguna otra población de la República que no fuese Buenos Aires, para estar allí completamente independiente; pero no he podido conseguirlo; y tampoco me habría reportado grandes ventajas, porque a excepción de Buenos Aires las otras localidades no pueden disponer más que de recursos muy limitados. Viendo estos inconvenientes, me propuse fundar ese establecimiento en la misma ciudad de Buenos Aires; pero para combatir la oposición y el prestigio de Burmeister yo solo no era suficiente. Así, pues, me he puesto de acuerdo con Moreno para fundar un gran Museo en la ciudad de Buenos Aires, y el proyecto ya ha sido aceptado por el Gobierno y las Cámaras, de modo que dentro de pocos días será cosa hecha. El Museo será nacional, y el Museo público que dirige el Dr. Burmeister será suprimido o saldrá a la campaña, allí donde se lleve la Capital de la provincia de Buenos Aires. El nuevo establecimiento será un gran Museo por el estilo de los de Europa. Yo quedaré a cargo de la Sección paleontológica, con la facultad de viajar por toda la República y países limítrofes en busca de fósiles y objetos prehistóricos, teniendo, además de mi sueldo, todos los gastos de viaje pagados por el Gobierno. Tan pronto como haya reunido un número bastante crecido de fósiles será necesario un preparador y entonces te pondré al corriente y te haré nombrar para ese puesto; pero esto no será hasta el mes de Enero o el de Febrero del año próximo.

El ruido que Burmeister había generado frente a esta noticia le había impedido visitarlo en Fray Bentos. Pero ahora, muy pronto, empezaría a desempeñarse en su nuevo cargo y podría hacerlo con los gastos y viáticos del gobierno. Su deseo: contar con un lugar donde depositar las colecciones, estudiar sin interferencias pero como funcionario del Estado. Y para ello se aliaba con su nuevo amigo.

El proyecto para el museo, informado a las Cámaras el 25 de octubre, había sido estudiado en comisión, la cual, sustituyendo el original enviado por el Poder Ejecutivo, autorizaba “para gastar hasta la suma de cinco mil pesos en esploraciones, con el fin de adquirir objetos, que, con los que existen, sirvan para la fundación de un Museo Nacional de Arqueolojia, Antropolojia é Historia Natural”. La propuesta del Ejecutivo había sido otra: establecer un museo nacional. Los senadores, con la alternativa propuesta, querían “hacer economías positivas creyendo que esto no era de carácter urgente y que podía haber sido aplazado para ser tratado en las sesiones del año próximo”. Pero tampoco querían dejar de “hacer honor á un talento argentino como lo es el doctor Moreno, naturalista muy distinguido; y bien merece la pena que se haga este gasto, á fin de que este señor complete la colección que tenia de varios objetos disecados, cráneos, etc.”. El senador a cargo de explicar el despacho de la comisión prefirió no ahondar en el asunto, dejándole la palabra al ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, el doctor Manuel D. Pizarro (1841-1909), presente en la sesión, donde también se discutiría un proyecto para la construcción de un nuevo edificio para la nacionalizada Universidad de Buenos Aires.

“¿Cuánto puede gastarse en la formación de un museo?”, preguntaba el ministro en voz alta, sin brindar una respuesta, aceptando de buen grado la propuesta de la comisión, sin considerarla como excluyente o contradictoria con la suya sino, todo lo contrario, como un primer paso de algo con costo indeterminado. En esos mismos años (1882, 1883), el Museo Público erogaba, en personal, 12.300 pesos, y el Museo Antropológico 6.500 pesos al mes, una diferencia surgida de la cantidad de empleados y los salarios de los directores. El primero contaba con un inspector y bibliotecario, un preparador, un ayudante y un cazador. Si el ministro hubiese querido contestarse, podría haber informado que el Museo Público costaba anualmente 193.800 pesos y el Museo Antropológico, 108.000 pesos. Los sueldos de los directores representaban el 44,58 por ciento para el primero y el 55 por ciento para el segundo. Aristóbulo del Valle (1845-1896), senador por Buenos Aires y un antiguo defensor de subvenciones para la obra de Moreno, se presentó al debate con datos concretos para mantener el objetivo de estas colecciones, es decir, la fundación de un Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia Natural, al cual, reconocía, debía fijársele un límite de gastos. En la Cámara de Senadores se rumoreaba que la provincia cedería a la nación el Museo Antropológico de Moreno. La comisión, sin rodeos, expresaba que el motivo principal para promover el museo residía en Moreno: titubeando acerca de su urgencia, querían, en cambio, agraciar al naturalista, quien, además de sus virtudes como explorador, contaba con inmejorables dotes y conexiones para las relaciones públicas. Por otro lado, la comisión consideraba que había una necesidad coyuntural e inmediata: la exhibición de esos objetos del museo en la próxima Exposición Continental a celebrarse en Buenos Aires en 1882. El presupuesto nacional era escaso para comprometerse con instituciones y el largo plazo, pero generoso con algunos individuos y los acontecimientos efímeros.

La colección de fósiles como actividad comercial otorgaba a los particulares la posibilidad de sobrevivir a través de la compra-venta o los subsidios del Estado. Pero, como bien veían Burmeister y Moreno, mientras los fósiles y las antigüedades permanecieran en el circuito de la propiedad privada, “el museo nacional” estaría sujeto a un drenaje permanente. El empleo en el Estado y el cuidado público de las colecciones fomentarían la constitución de un fondo enajenable. Del Valle defendía la letra del proyecto del Poder Ejecutivo: “Modificado este pensamiento como lo ha hecho la Comisión del Interior, sucedería esto: que se harían grandes esploraciones, se traerían las riquezas que existen en los distintos puntos de nuestro territorio y no habría siquiera donde colocarlas, porque el Gobierno de la Nación no estaría autorizado para la fundación del museo, ni aún para aceptar el museo planteado por el Gobierno de la Provincia cuya conservación reclama gastos”.

El proyecto siguió su curso como “fomento del museo” y se debatió en la Cámara de Diputados el día 13 de diciembre, al tratarse la “provisión, conservación y fomento de los establecimientos de Instrucción Superior”. Se solicitaban 500 pesos “Para fomento del Museo Antropolójico y arqueológico” (alquiler de casa, sueldo de empleados, viajes al interior de la república y a las costas patagónicas), mientras que el señor Moreno, diputado por Buenos Aires, propuso “en reemplazo de esa partida 8ª del ítem 1º, un ítem 2º, con el título ‘Museo Nacional. - Para sus gastos, ochocientos pesos fuertes al mes. - Para gastos de instalación, cinco mil pesos fuertes’. Esta última partida por una sola vez”. La creación del Museo Nacional, aprobada en Senadores y en la comisión respectiva de la Cámara de Diputados, era uno de los veinte asuntos que el Poder Ejecutivo había retirado del período de prórroga de las Cámaras. Ante ello, la comisión de Diputados introdujo –y redujo en relación con la cifra aprobada en Senadores– esa subvención al Museo Arqueológico provincial para que este “subsistiera” hasta tanto se tratara el asunto en el próximo período de sesiones ordinarias. Otros diputados, por el contrario, intentaron reintroducir el proyecto a través de la equiparación del Museo Arqueológico y Antropológico al proyectado Museo Nacional. Para ello se basaban en la voluntad manifestada por el Ejecutivo nacional y el provincial de entregar dicho establecimiento a la nación, la sanción del Senado y el consejo favorable de la comisión de la Cámara de Diputados. Sin embargo, el Museo Nacional era todavía una institución de la que sólo existía la voluntad de establecerlo en base a otro dependiente, administrativa y políticamente, del presupuesto provincial. Como observaba el ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, “actualmente no hay Museo Nacional”, y se estaba votando por la conservación de un museo inexistente. Algunos diputados parecieron perderse entre tantos museos a punto de fundarse o de cambiar de administración. La creación de empleos nacionales debía ser dispuesta por ley y, por ello, varios se oponían a un presupuesto para objetos aún no creados. Optaban, en cambio, por seguir el procedimiento regular, es decir, esperar por el nuevo período de sesiones ordinarias, dictar entonces la ley de creación del Museo Nacional y fijar la dotación de empleados y su remuneración. En la justificación del paso contrario –es decir, legislar sobre la base de la voluntad y no de la ley– reaparecían la urgencia y los tópicos de la discusión del Senado: las transacciones con fósiles que tenían lugar en París y en Europa, las ideas del siglo de la ciencia y el honor nacional. La capital de la república debía estar a la altura de los demás países civilizados de la Tierra: “Una de las cosas que visita el viajero científico al llegar a un pueblo en las condiciones del nuestro, es su Museo”. Y ese gran Museo Nacional debía ser el museo formado por Francisco Moreno y transformado en la vitrina científica de la capital. El señor diputado Calvo personalizó el argumento insistiendo en la deuda de la nación con el joven Francisco Moreno:

Distinguir entre lo que es un Museo Nacional, un Museo de Provincia o un Museo particular, puede ser tarea de otro momento y de otro asunto; pero en este caso no hay más en que un Museo Antropológico en toda la República, y es probable que en toda la América. Por consiguiente, pues, nosotros sabemos perfectamente que es lo que quiere decir el Museo Arqueológico y Antropológico. Quiere decir los trabajos de un argentino patriota, que en una edad muy temprana, ha podido aglomerar preciosos conocimientos. Ahora, este Establecimiento que se ha abierto en nuestro país, debe ser fomentado por el Gobierno, sea que pertenezca a un individuo, sea que pertenezca a una Provincia, sea que pertenezca a la Nación. Es propiedad de la Nación Argentina, porque es la ciencia argentina en sus últimas espresiones. Si hay algun punto sobre el cual no se puede discutir es este: el Museo Arqueológico es una gloria argentina. Todos sabemos que ese Museo es la obra de un joven, tan modesto como meritorio, que, estando yo en Londres, me escribía: –“Un muchacho, a cuyo padre conoció Ud., le envia a Ud. su libro”–. Con toda esa modestia se espresaba entonces este muchacho, que hoy es una celebridad universal. El Museo Antropológico pertenece á la Nación, aun cuando sea la propiedad de un niño, que se ha adelantado a su edad, y que ha descubierto lo que nadie ha descubierto. Este Museo ha atraido las miradas de la ciencia europea, y traerá probablemente la visita de sabios distinguidos. Bajo este concepto, señor presidente, si algun señor Diputado propusiera, como un premio especial, dar a don Francisco Moreno, veinte mil pesos fuertes, yo votaría con mucho gusto en su favor. En este sentido, he de votar por la cantidad de mil pesos fuertes, para fomentar los trabajos de este buen argentino.

El entusiasmo del diputado Calvo disolvía las diferencias entre la propiedad nacional, provincial e individual, entre la ley y la voluntad de legislar, entre el reconocimiento universal, los actos de un niño y las responsabilidades de la nación. La espera por los tiempos de la ley se oponía a la necesidad de ponerse a la altura de otros países y evitar el despojo de las riquezas científicas nacionales. Con ello pretendía convencer a los demás diputados de que “la irregularidad ni es sustancial ni compromete principios ò antecedentes de que la Cámara no puede prescindir”. En esta carrera la rivalidad se planteaba, sobre todo, a nivel continental y subcontinental:

Norte América no se ha quedado atrás en esta clase de estudios; el Museo Nacional de Washington está reconstruyendo metódicamente la ante-historia de la región comprendida entre el Istmo y el Polo, ayudado por inmensas colecciones que forma un personal idóneo, y las investigaciones que se hacen en esta parte austral del Continente no son de menor importancia [...] En Río de Janeiro ya hay un Museo Nacional y los argentinos no debemos quedarnos atrás, ni permitir en cuanto de nosotros dependa que otra Nación Sudamericana tenga la prioridad en esta clase de estudios. Para Marzo, próximo se prepara en el Brasil una gran esposición de Antigüedades [...] Se anuncia, ahora por ejemplo, el envío de un esplorador notable; el señor Crèvaux, que se dice traer por objeto examinar las nacientes del Río Uruguay. Pero parece que tiene tambien por propósito examinar algunas de las grandes ruinas que existen en varias de las Provincias, y con este motivo indudablemente se llevará para su país, objetos curiosos é importantes. Y cuando digo objetos curiosos, no me refiero á aquellos que solo sirven de entretención á la curiosidad de los espíritus pocos ilustrados. Empleo las palabras, objetos curiosos, para referirme principalmente á aquellos que pueden servir para reconstruir la ante-historia de nuestro país. Tratar que el extranjero no lleve todos estos elementos, me parece que es un propósito laudable, un propósito plausible.

Otro diputado despersonalizaba el debate, demostrando conocimiento de las disciplinas específicas, y reforzaba la importancia de la creación de un Museo Nacional como institución dedicada a la investigación científica y a la exhibición de las riquezas naturales del país. El diputado por Córdoba apreciaba esa diferencia: “Veo de lo que se trata es de adquirir el Museo Antropolójico y Arqueolójico de la Provincia de Buenos Aires, y no de aprovechar el trabajo A ó B de un individuo particular”. Pero, sin embargo, reputaba inconstitucional el hecho de destinar una suma a la creación de empleos nacionales, una de las facultades otorgadas por la Constitución al Congreso de la nación, afirmando: “Si hubiese de desaparecer el Museo por salvarse la Constitución, yo preferiría ver desaparecer ese Museo”. Sugería esperar a 1882 y seguir los pasos normales. El diputado Calvo procuró demostrarle: con esta partida no estaban creándose empleos nacionales y el museo, a pesar de que tenía como “dueño” a Francisco Moreno, “era de la gran República Argentina, de la ciencia argentina”. La precisión del derecho cedió cuando otro diputado argumentó de la siguiente manera:

La cuestión entre nosotros viene á hacerse ahora de derecho constitucional: ¿hay ó no empleados? No hay empleados públicos. El Museo es una propiedad de la Provincia que va á ser mañana de la Nación y que la tenía antes el señor Moreno, y para continuar el fomento, el crecimiento, el perfeccionamiento, ó como quiera llamarse, de este Museo, el Congreso le acuerda á la Provincia de Buenos Aires, la Nacion al Señor Moreno [...] y permítaseme, esta vez, como siempre que se haga una observación constitucional, en que diga que es necesario fijarse perfectamente bien en la naturaleza del objeto al cual quiere aplicarse esa disposición constitucional. Yo digo que en este caso esta es una propiedad nacional porque la naturaleza de la cosa misma se hace así. Es tan alto el objeto y es tan grande el resultado obtenido por este caballero, que ha dejado de ser suyo; es la ciencia argentina quien en ello gana. Puede ser transitoriamente dueño de esta propiedad, que yo considero valiosísima, porque a mi entender tal vez la hubiera podido vender por cuarenta o cincuenta mil patacones; pero él, patriota como es, ha preferido regalarla á su país, al Gobierno de la Provincia, y de este pasa al de la Nación, así como le ha pasado la Capital [...] Quinientos pesos para fomento del Museo Antropolójico, puede incluir hasta un portero, y sin embargo no es la creación de empleos, sino el fomento del Museo mismo [...] Las cuestiones de propiedad no son de nuestra competencia; las de creación de empleos secundarios tampoco son de nuestra competencia: es la institución la que fomentamos; es para la institución, para la cual pedimos la protección del Congreso.

A mediados de diciembre Ameghino no dudaba… la victoria sería inminente, y le escribía a Juan entusiasmado:

El proyecto de fundar un Museo Nacional, después de haber sido aprobado por la Cámara de Diputados estuvo en vísperas de fracasar por completo. Fue retirado de los asuntos que las Cámaras debían tratar en las sesiones de prórroga de este año, a última hora. De modo que hemos tenido que emprender una nueva campaña para ver si se podía conseguir que figurase en el presupuesto del año entrante; y la Cámara de Diputados ha votado ayer la suma de mil (pesos) fuertes mensuales para la planteación de dicho Museo, y ahora sólo falta que el Senado lo apruebe a su vez, y casi estamos seguros de tal aprobación. Así no habríamos perdido más que dos meses y empezaríamos a instalarlo en Enero próximo. Burmeister está furioso; y dicen que si conseguimos fundar el Museo renunciará y se irá a Europa.

Mientras tanto, Florentino recibía un billete de Moreno con el agradecimiento del ministro. Todo se haría oficial después del 1° de enero. Y le pedía: “Puede entregar el fémur al portador”. El jueves 5 de enero de 1882 Florentino, ignorando que estaba escribiendo la última carta dirigida al ministro Pizarro, donaba sus colecciones de estudio para el gran Museo Nacional destinado a la conservación de “las preciosidades antropológicas, arqueológicas y paleontológicas que se encuentran enterradas en nuestro subsuelo”:

Ha llegado el momento de que todos los ciudadanos que se hallen en estado de hacerlo cooperen en su engrandecimiento [del Museo]. Las colecciones de estudio particulares surgen de la ausencia de establecimientos públicos que puedan proporcionar los materiales de estudio necesarios; pero desde el momento en que esta deficiencia desaparece, ellas se hacen insuficientes para sus mismos propietarios, por cuanto aún las más ricas son necesariamente incompletas. Indispensable es entonces reunirlas en un solo centro, en donde se completen unas a otras y en donde el sabio que quiera emprender la redacción de serias monografías encuentre a su disposición series incomparablemente más completas que las que puedan ofrecerles las colecciones que haya reunido personalmente. Heme decidido a dar el ejemplo.

Florentino Ameghino y hermanos

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